Familia

Se puede celebrar.

“Ningún hombre es una isla”, dijo el poeta inglés John Donne. O, para decirlo de otra forma, todos pertenecemos a un grupo. En esta época de reuniones familiares, y de las otras, queda en evidencia la trama que formamos y la importancia que tienen los vínculos. Pero, con el mantel de gala, también se ponen sobre la mesa las diferencias. “Las relaciones humanas son inherentemente conflictivas, porque cada uno viene con lo suyo, con su mochila, con su personalidad y experiencia de vida. Como somos todos diferentes, siempre tiene que mediar una conversación para poder escuchar el sentir y las razones del otro”, dice María Andrea Yannuzzi, psicóloga, PhD en la Universidad de Pittsburgh y terapeuta de negocios.

Es bastante habitual que una reunión dispare discusiones acaloradas, o que enconos antiguos encuentren el consabido canal de la política, por ejemplo, y entonces entre los albertos y mauricios empiezan a saltar rodajas de pan dulce y alcaparras.

Pero también hay disparadores de los otros, esos que liberan la endorfina y vibran celebración. Un estudio de 2017 sobre los beneficios de comer en grupo (la familia es uno de los grupos considerados) realizado por el doctor Robin Dunbar, profesor de psicología de la Universidad de Oxford, revela que “aquellos que se reúnen a comer suelen estar más contentos y más satisfechos con la vida, son más confiados, más comprometidos con sus comunidades y tienen más amigos con los que pueden contar.” Para la encuesta que es la sustancia del estudio, el doctor Dunbar armó una lista de disparadores de endorfina (alcohol, risa, música, baile, historias compartidas, chocolate y otros) y pidió a sus encuestados que los pusieran en orden de importancia. Los factores preferidos fueron la risa, las historias compartidas y el alcohol.

Mi silla, mi lugar
En inglés se llama enmeshment a una forma de relacionarse caótica y disfuncional, donde no hay límites claros y el lugar que ocupa cada uno se fijó en el tiempo y no se aceptan cambios. Sería algo así como “juntos pero revueltos”. O una de las tantas definiciones posibles de familia, aunque es importante aclarar que este concepto vale para el funcionamiento de cualquier grupo.

“El enmeshment es una dinámica muy común en las familias donde los límites entre sus miembros están poco claros. Se trata de límites borrosos en lo emocional, porque todo el mundo siente que hay una unión, pero es todo muy confuso. El enmeshment es algo de lo que hay que curarse, aunque a menudo no se lo reconoce porque es hasta complejo identificarlo. Por ejemplo, todo el mundo piensa que involucrarse demasiado es sinónimo de cariño, de familiaridad. Pero, a un nivel más profundo, lo que hay ahí es falta de autonomía y cierta incapacidad para darnos y darle al otro el espacio emocional que le corresponde”, dice Nicole LePera, The Holistic Psychologist.

“Las familias y los grupos primarios tienden a asignar roles fijos para sus miembros. Intentar deconstruirlos es complejo y genera resistencias. Entonces pasa aquello de por qué estás tan callado o qué raro vos tan conciliador y entonces aparecen provocaciones para que se desplieguen las mecánicas de siempre. Es como una convención tácita que no se sabe bien quién la construye o cómo se va construyendo pero que empieza a gobernar de manera autoritaria, a veces hasta niveles muy violentos. Porque es violento no escuchar o descalificar al otro o no darle lugar a que piense, sienta o actúe distinto. Y esto pasa en las reuniones familiares, pero también entre amigos o en una pareja”, dice Yannuzzi.

Como es afuera es adentro
Byung-Chul Han es un filósofo y escritor surcoreano. Tiene muchos libros muy vendidos porque tiene una forma simple de explicar conceptos difíciles. En “La topología de la violencia” analiza el papel que juega cada persona en un sistema de altísima exigencia como es la vida contemporánea en las grandes ciudades. Para Byung-Chul Han, en las sociedades de control que piden más y más a las personas, ya ni siquiera hace falta que el ambiente nos corra con su modelo de éxito: lo que preocupa es que tenemos tan internalizada la exigencia que nos acaba volviendo a nosotros contra nosotros mismos.

“Lo interesante de esta mirada es visibilizar que inconscientemente internalizamos tanto las expectativas del otro que ya ni siquiera necesitamos que esté ese otro para que se disparen nuestros mecanismos: tenemos tan incorporado el rol que nos asignaron que caemos en automatismos cerrados con tal de evitar la culpa que implicaría rebelarnos a estos pactos invisibles. En vez de ser cada vez más tal como somos y devenir más humanos, nos vamos robotizando; en vez de plantear una conversación, planteamos la guerra; en vez de hacerle un lugar a las diferencias, las resistimos con violencia.”

“Un sujeto con pensamiento crítico es una persona que celebra la singularidad de su ser y de sus vínculos, no se reduce a automatismos, puede pensarse, cambiar y comprender que todo cambia todo el tiempo, puede celebrar su ser y celebrar con otros seres”, dice Yannuzzi.

Celebrate good times
¿Cómo se hace, entonces, para no hacerle el juego a los disparadores de siempre? ¿Conviene hacer un poco de silencio para abrirle un espacio natural al otro? ¿Observar, más que tirarse de lleno al contacto? ¿Cuál es el protocolo para disfrutar del encuentro?

  • “Ante los roles fijos, asignados y presupuestos por las expectativas implícitas familiares o grupales, podemos responder con comportamientos nuevos que sean coherentes con lo que genuinamente sentimos. Elegimos hablar, callar, estar, participar o no pero sin sometimiento ni culpa”, continúa María Andrea Yannuzzi.
  • “Toda reunión es una oportunidad para darle espacio a la diversidad. Cómo nos dirigimos al otro, cómo lo escuchamos, cómo le damos lugar al que no piensa como nosotros es una verdadera construcción para la paz. Y esto vale para cualquier tipo de vínculo.”
  • “Lo mínimo es elegir acuerdos de respeto y tolerancia. Se trata de decidir seguir celebrando con esas personas lo posible (que nunca es lo perfecto), porque tal vez no voy a compartir cierto nivel de ideas pero puedo acordar en el desacuerdo. No estamos de acuerdo, pero podemos conversar.”
  • “Lo primero es conversar con uno mismo. Observarse y tratar de entender lo que uno necesita y desea. Si estamos donde no queremos, posiblemente no nos sintamos tan bien. Entonces, primero hablo conmigo: qué estoy dispuesto a ceder, qué tengo ganas de hacer y, recién ahí, elijo. La articulación entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos es fundamental.”
  • “Lo celebratorio es incluir. Lo que nos reúne es el afecto, y el desacuerdo no tiene por qué ser exclusión.”
  • “Lo mejor es que prevalezca la celebración de lo que sí compartimos, sin negar nuestras diferencias: la risa, la música, el brindis, el afecto en aceptación inclusiva de las diferencias.”

El mensaje, no el mensajero
“Cuanto más enmeshed haya sido la familia en la que te criaste, más difícil te va a resultar poner límites y darle espacio al otro”, dice Nicole LePera.

“Una persona emocionalmente sana sabe poner y sostener límites (aún cuando le resulte incómodo), y respetar los de los otros. Empezar a poner límites dentro de mi familia me movilizó mucho. Hasta mis treinta me sentí totalmente condicionada a asistir a todas las reuniones familiares, me daba miedo decir NO. Es que no quería desilusionar a nadie. Y para ser totalmente sincera, tampoco quería imaginármelos comentando mi ausencia. Antes de aprender a poner límites, lo que hacía era inventar excusas.”

“Pero empecé a practicar, lentamente. Y tuve que encarar algunas conversaciones realmente incómodas. Y hubo ocasiones en los que mis límites despertaron fuertes reacciones en el otro, y otras veces en los que ni siquiera los tuvieron en cuenta. Es que esto de los límites activa las heridas del otro. Pero esto no te corresponde: es el otro el que tiene que trabajarlo”, dice The Holistic Psychologist.

“Y el primer límite es con uno mismo. ¿Cómo? Así: te decís cuál es la raya. Tu raya, tu límite. Y la mantenés. Y así te probás a vos mismo que te estás respetando, de verdad y por primera vez en mucho tiempo. Y ahí es donde empieza el camino de la reconstrucción.”

Dejemos de echar culpas. Tal vez estamos grandes para seguir haciendo responsables a mamá y a papá. Tal vez estamos grandes para seguir ocupando sillas viejas y peleándonos por las mismas cosas. Pero si, de todas maneras, en la próxima reunión familiar todo empieza a encauzarse como siempre, al punto que uno ya sabe cuando entra cómo va a terminar la noche, probemos esto: recordemos una historia pasada, ese viaje que compartimos, o una aventura cualquiera, o la graduación de equis o el casamiento de tal, con risas o llantos, también se puede recordar otra Navidad con otros invitados, lo que sea que apele a la memoria emotiva de todos. No precisamente para conmover a nadie sino para volver la lana al ovillo y caer en la cuenta -ni siquiera hace falta decirlo- que seguimos reuniéndonos, a pesar de nuestras diferencias.


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