The Last Dance

Michael Jordan, un líder irrepetible.

The Last Dance no es un documental deportivo. Utiliza al deporte para contar historias de vida. Lo que menos importa es el final. Ya lo sabemos. Chicago Bulls ganó su sexto título en ocho años durante aquella temporada 97-98. Michael Jordan embocó el doble decisivo a seis segundos del final. Todo el último minuto del sexto juego ante Utah Jazz lo retrata como esa bestia competitiva que odia perder. Su equipo perdía por tres puntos. Anotó en bandeja para ponerse a uno. En la siguiente posesión, le robó la bola a Karl Malone el mejor jugador del rival. Eludió a Bryon Russell y swish, todo red. Game over. Chicago campeón. Todo esto ya pasó. No hay spoiler. En la obra de arte The Last Dance importa mucho más la trama que el desenlace, como canta Drexler. Jorge, no el Clyde humillado por MJ en las finales de 1992 Bulls-Blazers. Sólo bastó que alguien lo pusiera a su mismo nivel para que Jordan lo destrozara en ese uno contra uno. Magic Johnson lo cuenta magistralmente con la anécdota del juego de cartas la noche anterior al primer partido.

Pero basta de hablar de básquet. No es TheGelatina el ámbito para discutir sobre la ofensiva triangular de Phil Jackson, el Maestro Zen que guió a Michael hacia un liderazgo más colectivo.

The Last Dance iba a salir en junio pero la cuarentena acortó los tiempos. Con sensatez y olfato, los productores de ESPN aceleraron la edición y terminaron los últimos capítulos para arrancar en abril. Netflix compró los derechos para distribuirlo fuera de Estados Unidos y así lo vemos acá. Michael Jordan es la estrella y también el dueño de la última palabra. Su mano derecha Estee Portnoy figura como una de las productoras ejecutivas. El recurso de mostrarle algunas declaraciones previamente grabadas para que él opine sobre lo que dijeron lo deja muy claro. MJ es intocable.

Estamos hablando del deportista que cambió la historia. Si Muhammad Ali fue el faro político y social, Jordan es la referencia de la moda, del marketing y de la globalización. Nada habría conseguido sin su extraordinaria capacidad para “the game of basketball”, como lo llama. Pero hay muchos estupendos atletas que jamás influyeron más allá de su disciplina. Hoy usar la ropa Jordan es un símbolo de status. Si hubiera sido por Michael, habría usado Adidas. Pero su madre Deloris, impecable a sus 78 años, le ordenó que fuera a escuchar a esos señores de Nike. The Last Dance habla de los padres. De lo importante que son para poner límites. “Si seguís haciendo macanas, se acaban los deportes”, le dijo papá James. “Vas a ir a esa reunión y vas a escuchar”, marcó mamá Deloris. La competencia con su hermano Larry y la necesidad de ser aceptado por su padre forjaron su personalidad. Ahí nació su adicción a la competitividad, que lo llevó también a su lado oscuro: las apuestas. La influencia de la familia se nota en Pippen, quien firmó un contrato desventajoso solamente para asegurarles el futuro a su madre y a sus doce hermanos. Y en Dennis Rodman, ese loco hermoso que vivió dos años en las calles porque su madre lo había echado de su casa. Phil Jackson es el cuarto protagonista de esta historia. Se escapó del deseo de sus padres que lo querían dedicado a la Iglesia pentecostal. También toca la cuerda emocional. Jerry Krause, el injusto villano de la serie, sólo quería que lo quisieran y lo valoraran. El gordito burlado por los jugadores se terminó vengando cuando desarmó el equipo prematuramente. Todos le temían a MJ. Fue un gran “bulleador”. Reducía a sus rivales. Los torturaba psicológicamente. Denigraba a sus compañeros. Justificaba todo ese maltrato en función de ganar. Ganar, ganar y ganar. Los últimos dos minutos del séptimo capítulo resumen la mentalidad Jordan. Todos temblamos cuando vemos ese discurso.

Queremos romper una puerta de una piña o salir a entrenarse donde sea en plena cuarentena. Pero, seamos honestos entre nosotros, ¿podría ejercerse el liderazgo de esa manera en este siglo XXI? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de la primera denuncia mediática por hostigamiento? ¿Cuántos tuits y programas de TV habría generado la trompada a Steve Kerr o la fuga a Atlantic City en plena serie ante los Knicks para apostar cientos de miles de dólares? Hoy no hay superestrellas con ese tipo de liderazgo. Deben ser más empáticos, más generosos y más blandos. Modelos ejemplares en el deporte, en las redes sociales y en sus vidas. Ser y parecer. Bien a tono con los tiempos actuales. Leo Messi, por ejemplo, es otra bestia competitiva. Quiere ganar a todo: fútbol, Play, truco. Lo que sea. Sin embargo, su imagen transmite otro personaje. ¿Podría ser como MJ si quisiera? No. El mundo no se lo permitiría. The Last Dance muestra al último líder salvaje, déspota y auténtico del deporte. Jordan inventó una marca. Ningún otro deportista lo ha logrado. El poder de Nike no se explica sin su contribución. David Falk, su agente, es un factor clave en su carrera. Todo el egoísmo que definió sus comienzos en la NBA fue sabiduría a la hora de rodearse bien fuera de la cancha. La NBA de 1984 sirvió de tormenta perfecta para el lanzamiento de Michael. La rivalidad Magic-Bird, la llegada de un nuevo comisionado para hacerla global, la necesidad de tener un producto para potenciarla. Todo estuvo ahí. La liga tenía una pésima reputación con las drogas. El propio MJ lo cuenta. Había fiestas de cocaína. Por suerte, Michael tenía la adicción en otro lado.

El documental nos propone un viaje en todas las direcciones. La locura de Rodman, la paciencia Zen de Jackson, la bronca de Pippen, el “quiéranme” de Krause. El factor humano como explicación a cada situación. Y Jordan como partida y llegada de cada capítulo. La NBA tenía esas imágenes exclusivas del último baile hace 22 años. Sólo podía usarlas con el OK de Su Majestad. Cuando Lebron James hizo campeones a los Cleveland Cavaliers en 2016, muchos creyeron que podía discutirle la etiqueta de mejor de la historia. Ahí Jordan dio el sí y empezó la tarea. El archivo de la NBA es el más completo de cualquier liga deportiva. Entrevistaron a más de 100 personas, entre ellas dos presidentes de Estados Unidos. Obama habla de su adolescencia en Chicago y del punto débil de MJ, su falta de compromiso político. Se dieron el lujo de tener a Bill Clinton en la lista sólo porque es de Arkansas, el lugar donde Pippen brilla a nivel universitario. No hacía falta semejante obra de arte para entender que Michael Jordan fue el mejor de todos los tiempos. Lebron, Kobe y el resto son producto de MJ. Todos lo imitaron. Todos fueron “Be Like Mike”, como la publicidad de Gatorade. James hará la segunda parte de Space Jam, siguiendo el camino de Jordan. El documental pone en perspectiva su dimensión. En esta era de la exageración del presente perpetuo, donde Millenials y Centennials votan encuestas en redes sociales a los mejores de todos los tiempos sin tener en cuenta la historia, The Last Dance ofrece el valor del contexto. Su contenido, magistralmente editado y con una banda de sonido espectacular disponible en Spotify, invita a todos. Nadie sale defraudado. Todo está ahí. El deporte, los amores, los egos, el drama, las emociones, las contradicciones. La vida misma. Así irrumpió en casa desde el primer episodio que vimos todos juntos en el cuarto de la Play. Luego cada uno tomó su propio camino. Por ejemplo, yo elegí mirar la serie de día porque a la noche quedaba muy manija y no me podía dormir.

¿Por qué estoy escribiendo esta nota gelly? Porque le hice ver a Lala el cuarto capítulo, el de la creación del imperio de la indumentaria y el de Kobe contando cómo MJ se fue convirtiendo en su hermano mayor. Jordan había dicho lo mismo con lágrimas en su emocionante discurso homenaje pocos días después de la tragedia. Ese capítulo fue suficiente para que se enganchara con toda la trama y, por supuesto, me pidiera compartir toda la ropa de la marca. No sólo ella, sino también nuestros cinco hijos que ahora saben y quieren Jordan. Una semana después, me preguntó si quería contar mi fabulosa experiencia con The Last Dance por acá. Fue un honor que me lo pidiera. Jamás me imaginé que pasaría algo así. Se trata, al final, de una hermosa educación para toda mi familia. Soy feliz con el legado que les dejo. Tuve [email protected] como mi primer mail hace más de 25 años. Amo a MJ desde que lo descubrí en 1986 en un VHS. He visto todos sus videos, todas sus jugadas, todas sus notas. No me ha pasado ni con Diego, ni con McEnroe, ni con Roger. Nadie como Jordan. Nadie. Nunca lo conocí. Estuve cerca en 1994 durante el Mundial de USA. Se jugó el partido inaugural en Chicago y fui a su restaurante para hacer una nota. “Se fue hace 15 minutos”, me dijo el gerente del local. No sabría que hacer si lo viera. Creo que me quedaría quieto sin poder pronunciar una palabra. A todas las lectoras de The Gelatina que están conociendo a este personaje inigualable a través de esta obra maestra, quiero darles la bienvenida a la Jordan Manía. The Last Dance es una bendición. Se estaban perdiendo a alguien que se parece a Dios.

@jpvarsky


  • Leo y veo cada vez que puedo a Juan Pablo, traté de verlo en el mundial de #Rusia2018, una vez lo vi pasar en la sala de prensa, después no lo volví a ver. / Ah, de Jordan ya vi los ocho capítulos en NETFLIX// espero la otra semana los nuevos capítulos ///saludos desde los Llanos en Colombia.

  • Tengo sensaciones parecidas cuando hay relacionado a MJ… supe de él por ahi en 1984, cuando en la TV local de Ecuador pasaba basketball universitario (en diferido claro). Alli el comentarista se maravillaba del joven Mike cuando por vez primera veia que un jugador agarraba la bola con una sola mano, amagaba y pegaba el salto endemoniado para embocarla. De alli todo es historia, siempre fui su fan # 1, por el me enamoré de la NBA y su mundo magico (tierra de gigantes). No hay nadie, pero nadie, como MJ en el mundo del deporte. Más que un deportista (el más grande), fue un icono cultural que, particularmente, me hizo entender mejor a la raza afroamericana y la grandeza que también puede engendrar. Excelente tu nota JPVarsky.

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