Quién soy. Qué tengo en la sangre. Qué parte de mí es heredada y qué otra es una construcción puramente mía. Hasta hace no tanto, rastrear la genealogía de una familia era un hobby que se asociaba con personas mayores, de linajes de alcurnia, o con los historiadores y los escudos de armas. Ahora es una herramienta de auto-conocimiento necesaria y terapéutica: para saber a dónde voy, primero tengo que saber de dónde vengo.
Rememorar para comprender, algo que históricamente se asociaba con el psicoanálisis, ahora es terreno común de varias formas de terapia, individuales o grupales, psicológicas y físicas. El alemán Bert Hellinger, por ejemplo, creó las Constelaciones Familiares en un viaje a Sudáfrica, luego de observar los rituales zulúes de conexión con los ancestros: para la cultura zulú, conectar con los antepasados es la forma sagrada de sanar heridas y de lograr lazos familiares más fuertes.
En todas sus formas, la idea de que lo que pasa hoy puede tener su explicación en una historia remota es una invitación a apropiarse de uno mismo en el entramado de relaciones que nos componen. Y en un proceso de tiempo maleable donde el pasado se da la mano con el presente y el futuro en un instante mágico lleno de revelaciones.
Instrucciones para recordar
“Revisé mis antepasados y descubrí que vengo de un amo que se enamoró y se casó con una de sus esclavas”, declaró Beyoncé el año pasado a la revista Vogue. En su caso, rastrear sus raíces afro-americanas fue una empresa compleja, porque los registros están teñidos de colonialismo y esclavitud y tienen muchos agujeros. “Quería conectar con mi pasado, encontrar en la historia lo que tenemos de heridos y de bellos”, dijo.
Para empezar a rastrear una genealogía, hay que partir de lo conocido y avanzar hacia lo desconocido. No es tan difícil. Se empieza por tomar nota de lo que se sabe: nombres, apellidos y fecha de nacimiento de las personas que componen una familia. En la base del dibujo del árbol va el nombre propio, a los lados los nombre de los hermanos, abajo van los hijos y, para arriba, padres, tíos, abuelos, una línea por cada generación… Cuando ya no queda nada por escribir, porque no tenemos más información de la que ya volcamos en el árbol, llega el momento de preguntar a los familiares más antiguos, que son los que tienen más data para completar las ramas superiores del árbol. A esta altura, es importante tener en cuenta que no siempre va a resultar fácil acceder a esta información porque puede haber partes de la historia familiar que nadie quiere recordar.
Bendita internet
Pero hay otras herramientas para seguir completando el árbol cuando ya no quedan informantes. Son los sitios web que volcaron los registros civiles de todos sus ciudadanos: partidas de nacimiento, matrimonios, hijos, divorcios, segundas nupcias, defunciones, (desapariciones), etc. Todos los países tienen más de uno y los hay gratis y pagos. Para rastrear genealogías locales, se puede entrar a familias-argentinas.com.ar, genealogiafamiliar.net, guiagenealogica.com o myheritage.es, algunos de los que te dejan investigar sin costo, ingresando un nombre y un apellido y navegando la información. En genearg.com están también los escudos de armas de cada familia y un servicio que ofrece contratar a un profesional de su gabinete genealógico para que busque direcciones y correos de archivos históricos, parroquiales y de cualquier documentación disponible en el territorio de nuestro país.
Para llevarlo al papel, también hay en la web programas con distintos formatos de plantillas para ir completando y organizando el árbol. Muchos tienen períodos de prueba gratis por 30 días, en caso de querer probarlos antes de comprar.
Claro que registrar nombres y fechas no es lo más revelador de este trabajo. En un segundo nivel de lectura están las anécdotas que le dan vida al organigrama: la historia del tío y sus hijos extra-matrimoniales, el pasado militar del otro tío, la bisabuela que cocinaba un budín de dulce de leche que trascendió su muerte y cuya receta todavía se transmite entre generaciones, aquel amor prohibido que se cuenta con silencios, una discapacidad, un exilio, una lotería, una enfermedad, una alergia, un negocio que quebró. Esto no aparece en los registros civiles pero es la sustancia de la historia. Y aunque puede no ser fácil rastrear estas perlas en el pasado, es importante intentarlo. Y si no aparece nada, al menos será el momento, ahora, de escribir las que sí tenemos a mano porque somos testigos directos o porque alguien nos las cuenta. Lo hacemos para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos sepan a quién le deben sus ojos verdes, el celiaquismo, esta humillación, ese coraje.
Biodecodificar el pasado
Ryke Geerd Hamer fue un médico alemán que pasó a la historia como el fundador -en los años 80- de la “Nueva Medicina Germánica”, una práctica que cuestionó la medicina basada en la evidencia y propuso, en su lugar, cinco leyes biológicas que explicaban las enfermedades. Su filosofía se basa en su propia experiencia: una noche, Hamer recibió una llamada telefónica que lo despertó para contarle que su hijo de diecisiete años había recibido un disparo mientras estaba de vacaciones. Un par de meses después, cuando su hijo efectivamente murió, a Hamer le diagnosticaron cáncer de próstata. Lo que le dio la idea de ponerse a investigar si existe una relación entre el cáncer y un hecho traumático previo, que deja una lesión en el cerebro a nivel celular.
Aunque esta teoría le costó a Hamer su licencia, porque no existe ninguna evidencia científica que la compruebe, la hipótesis de que un shock físico o emocional deja una marca en el cerebro es la base de la biodecodificación, una terapia alternativa que se funda en la idea de que cada célula contiene memoria que puede rastrearse incluso a generaciones anteriores. Para la biodecodificación, si una enfermedad es una mutación celular, es importante acceder a la información ancestral para sanarla. Y esto vale también para problemas emocionales, para historias que se repiten como un karma.
Una vez identificada la causa de la enfermedad, la biodecodificación procede a tratarla mediante distintos métodos: programación neurolingüística, terapia, hipnosis, meditaciones, constelaciones familiares, etc. Se trata de acompañar a la persona en el proceso de rastrear, en su propia vida y en las vidas de sus ancestros, la emoción que está oculta y liberarla para transformarla, bio-decodificarla.
En su libro “Ay, mis ancestros”, la psicóloga rusa Anne Ancelin Schützenberger, cuenta el caso de un paciente a quien llamó “el cazador de mariposas”. “Era un amante de la geología. Todos los domingos salía a buscar rocas, que coleccionaba y partía en pedazos. También cazaba mariposas, las metía en un frasco con cianuro antes de pincharlas con un alfiler.” Abrumado por sus hobbies, el paciente llegó a la consulta y Anne le propuso investigar la historia de su familia. Después de mucho indagar, descubrieron que el paciente tenía un abuelo del que nadie hablaba nunca porque era una mancha en la familia: se lo había acusado de robar un banco y confinado a trabajo forzoso, a romper piedras.
Schützenberger fue la creadora de la genosociograma, un método clínico que articula el psicoanálisis tradicional con la psicología social y las terapias alternativas. Se trata de pedirle al paciente que dibuje su árbol genealógico, lo que sabe de él, mientras se le hacen preguntas que disparan asociaciones. Con datos, detalles, repeticiones y olvidos se va tejiendo la trama vital del paciente, la historia de una familia que lo tiene atrapado en roles y mandatos. Su libro cierra con otros casos de pacientes y lo que revelaron sus genosociogramas. Como el caso de la familia Mortelac, en la que -generación tras generación- un niño menor de tres años se moría ahogado en un lago o un estanque: Morte-lac. O el caso de Charles, que tuvo cáncer de testículos, y cuando hizo su árbol genealógico recordó que su abuelo se había muerto a su misma edad de una patada de camello en la verija.
“Todo lo similar dentro de un sistema será influido por todo lo que ha sucedido en el pasado, y todo lo que suceda en el futuro en un sistema similar será influido por lo que sucede en el presente.” Así lo expresó el biólogo inglés Rupert Shaldrake, refiriéndose a cualquier clase de sistema: moléculas, células, órganos, tejidos, sociedades y hasta la mente de una persona. Si lo que sucede en un sistema funciona como un campo magnético que atrae hechos similares, lo creativo es generar eventos nuevos.