Querer (no siempre) es poder.
“Cada vez que le comento a alguien que doy un curso sobre la voluntad, la respuesta casi universal es ‘Ay, justo lo que necesito’. Hoy más que nunca, las personas piensan que es mediante la voluntad -la capacidad de controlar nuestra atención, emociones y deseos- que uno puede incidir en su salud física, su éxito profesional o sus relaciones. […] Y, sin embargo, buena parte de las personas cree que la voluntad a veces falla, siente que tiene todo bajo control en un momento dado y que lo pierde al momento siguiente.”
“Según la American Psychological Association, la mayoría de las personas le atribuye sus fracasos a la falta de voluntad. Se sienten a merced de sus pensamientos, emociones y antojos, y afirman que su vida se guía más por sus impulsos que por sus pensamientos conscientes”, dice Kelly McGonigal, psicóloga de la salud, profesora de la Universidad de Stanford y autora del libro Autocontrol.
El término voluntad deriva del latín voluntātem, que a su vez deriva del verbo latino velle: “querer, desear, tener la voluntad de”. Otras formas de nombrarla son autocontrol, determinación, disciplina, resolución y todas suponen el triunfo de la racionalidad sobre las pulsiones. Ejemplo: “Aunque me muero de ganas, no como harinas porque decido no hacerlo.” Lo que también puede leerse como “renuncio a la gratificación a corto plazo para cumplir mis objetivos de largo plazo”.
Las neurociencias revelan que la corteza prefrontal del cerebro juega un rol central en la auto-regulación, sobre todo ejerciendo control sobre las zonas subcorticales del cerebro implicadas en los sistemas de recompensa (cuerpo estriado y amígdala). En este línea, proponen innumerables técnicas para fortalecer los circuitos prefrontales que inhiben los impulsos emocionales.
“Muchas veces escucho a mis pacientes con depresión quejarse de que la gente les pide que pongan voluntad para estar bien o hacer tal o cual cosa”, dice Dolores Cardona, médica psiquiatra y socia fundadora de Neomente, profesora adjunta de Psiquiatria de la Universidad Favaloro. “Sólo con la voluntad de estar bien no logran sentirse mejor. ¡Y es entendible! Porque en la depresión lo que está afectada es la voluntad. Diversos estudios de la Universidad de Stanford avalan esta afirmación. En uno de ellos, colocaron electrodos a un grupo de pacientes en ciertas áreas que activan partes del cerebro (corteza cingulada) y observaron que los participantes se sentían más capaces de superar algún reto importante con optimismo, mejoraba su voluntad y se sentían mejor.”
Pero, ¿y el deseo?
TheGelatina conversó con Miguel Jorge Lares, Licenciado en Psicología.
¿Cómo convive la voluntad con los impulsos inconscientes?
En 1886, Freud decide hacer una pasantía en París, en el hospital psiquiátrico Salpêtrière, donde Charcot estaba investigando la temática de la histeria en pacientes. Charcot había notado que ciertas patologías que aparecían en el cuerpo de sus pacientes no respondían a lo que se conocía sobre la anatomía hasta ese momento. Freud se interesa por esto y se percata de que, efectivamente, el cuerpo desobedece a la anatomía. Mediante un dispositivo inicialmente sencillo (darle la palabra a las pacientes), Freud se topa con el más inquietante descubrimiento del psicoanálisis: que el yo no es dueño en su propia casa. Y es inquietante porque destrona a la conciencia de su lugar de dominio y deja al desnudo sus límites. Porque la razón tiene sus contornos, y puede ocurrir que algo que no estábamos esperando nos venga a tocar la puerta.
Pero, ¿son necesariamente excluyentes la razón y las pulsiones?
No. Pero una cosa es encontrar por uno mismo los propios límites y otra muy distinta es que venga alguien de afuera a decirme que mi límite debe ser este. Un análisis es un espacio que posibilita que uno se escuche y encuentre sus propios límites, que -paradójicamente- nos dan pistas sobre nuestro deseo.
Sin embargo, la cultura contemporánea pareciera privilegiar la voluntad como el camino más directo a la realización.
Hay un discurso dominante que predica la auto-afirmación (“sé tú mismo”, “descúbrete”, “sé feliz”, “vos podés”) como una confirmación del individualismo, pero pareciera que desconoce las particularidades de las personas. El mercado pretende que todos gocemos de la misma manera mediante objetos, que no sólo no nos satisfacen sino que agrandan todavía más el agujero. Trata de colmar pero fracasa, por supuesto. Porque cada uno de nosotros tiene un saber en sí mismo, un estilo propio y un modo de gozar particular. Las recetas universales pueden ser útiles para orientarnos, pero hay algo singular en cada uno donde los manuales no aplican.
Primero hay que saber sufrir
“Para lograr ejercer cierto control sobre nosotros mismos, primero tenemos que descubrir cómo fracasamos”, dice Kelly McGonigal en su libro Autocontrol. Contrarrestar la tendencia dominante a lo objetivo con nuestros hallazgos singulares. “Muchos libros de los que proponen cambios de conducta -ya sea una dieta o una guía hacia la independencia financiera- te ayudarán a redactar tus objetivos y hasta dibujarán un camino para lograrlos. Pero son pocos los libros que te ayudan a ver por qué no lográs tus objetivos a pesar de saber perfectamente cuáles son. Yo creo que la mejor manera de recobrar el control sobre uno es poder ver cómo y cuándo lo perdemos.”
En una entrevista con la revista Scope de Standford University, Kelly McGonigal agrega:
¿Dónde está la voluntad? ¿En el cuerpo o en la mente?
En las dos. Los psicólogos encontraron que la fuerza de voluntad funciona parecido al estrés: no se trata de una experiencia psicológica aislada sino una respuesta de todo el cuerpo. Mientras el estrés es una respuesta a un agresor externo, la voluntad es la reacción a un conflicto interno. Querés hacer algo, como fumar un cigarrillo, por ejemplo, pero sabés que no deberías. O sabés que tenés que ir al gimnasio, pero no tenés ganas.
La necesidad de controlarnos pone en funcionamiento una serie coordinada de cambios en el cerebro y en el cuerpo que ayudan a resistir la tentación. Se trata de una respuesta que apunta a calmarnos y que envía energía extra a la corteza prefrontal, que nos ayuda a mantener a raya nuestros impulsos.
¿Cómo pueden el descanso, el estrés y la alimentación incidir en nuestra capacidad de resistir a las tentaciones y lograr lo que queremos o necesitamos?
La biología del estrés y la biología de la voluntad son incompatibles. Es por eso que, cuando estamos atravesando un cuadro de estrés, es muy difícil encontrar nuestra voluntad. La respuesta lucha-huída inunda el cuerpo de energía para que actúe instintivamente, sustrayéndola de otras áresas del cerebro donde se juega la toma de decisiones. El estrés te alienta a poner el foco en lo inmediato, en los objetivos a corto plazo y sus resultados, pero el auto-control requiere lo contrario: poder mirar el bosque y no el árbol. Aprender a manejar el estrés -a veces basta con respirar hondo antes de reaccionar- es una de las mejores medidas que podemos tomar para fortalecer nuestra voluntad. La falta de sueño nos pone en un estado de estrés crónico que impide el correcto uso de la energía en el cerebro. La corteza prefrontal se resiente especialmente y pierde el control sobre las áreas del cerebro donde se crean los antojos. La nutrición entra en juego porque también incide en la energía disponible en el cerebro. Algo tan simple como una dieta a base de plantas y menos alimentos procesados mejoran la ecuación, e influye en todos los aspectos de la voluntad, desde evitar la procrastinación hasta cumplir (al menos uno) de los objetivos de Año Nuevo.
En su libro Cómo hacer el trabajo, Nicole Lepera ilustra la pulseada de la voluntad vs. la adicción emocional, que a menudo atenta con eso que queremos hacer a través de nuestras conductas aprendidas -a menudo no reconocidas- con un ejemplo:
“Te levantás a la mañana, y el miedo te inunda. La alarma suena, es hora de levantarse y prepararse para ir a trabajar. En un instante, te ganan los pensamientos de cada mañana: Necesito café. El maldito viaje a la oficina de 45 minutos. La ducha. Ojalá fuera viernes. Tu mente está haciendo lo que siempre hace, desplegando la lista de todas las cosas que tenés que hacer antes de empezar a hacerlas. Tu cuerpo reacciona al estrés: aumenta tu ritmo cardíaco, se agita tu respiración, se liberan las hormonas de estrés. En camino al trabajo, el tráfico. Contabas con el tráfico, porque pasa siempre, pero tu cabeza está llena de las críticas habituales que te hacés, tipo si hubiera arrancado más temprano, etc. Sentís que vas montando en cólera, que descargás en tus compañeros de trabajo apenas llegás. Te quejás con ellos, y un poco te alivia la descarga, pero cuando abrís tu correo, el corazón se acelera otra vez y se te hace un nudo en el estómago.”
Somos asustadoramente capaces de alimentar con pensamientos una emoción para conducirla a ese lugar en el que nos sentimos cómodos porque conocemos de pequeños, aunque esto implique estrés o tristeza. “Nuestro cuerpo y nuestra mente buscan lo familiar, aunque sea doloroso, y muchos de nosotros terminamos sintiéndonos avergonzados por nuestras conductas, y confundidos”, dice Lepera. Lo sabemos de sobra, todos conocemos este tironeo. Y sabemos que hay que identificarlo. Y sabemos que hay que ponerle nombre. Y sabemos que podemos progresar, pero que es un trabajo que puede llevarnos toda la vida.
Por Lala Bruzoni y Carmen Güiraldes.