Editorial Nº30 – “Amiga mia”

Mi columna dominical pretende ser realidad (o no) y ficción (o no) semana tras semana. Una mezcla de temperaturas. Es la forma que encuentro para mostrarles que lo importante es lo que pasa entre foto y foto.

Buscaré aquí un guiño que vaya bocetando el propio sistema de creencias de una persona normal, que intenta un balance para que la vida tenga sentido todo el tiempo. Salud!

FRIO Y CALOR

En la película una cuida a la otra antes de morirse, hasta el final. Se van las dos solas a la casa de playa. “Eternamente amigas”. Qué película. Tanto amor entre ellas: una es actriz, cascabel de la vida, soltera, colorida, brillante, encandilante. Exquisita.

La otra es mucho más clásica, llena de la magia de la responsabilidad que da una hija y una vida mucho más llana, esa seriedad que la hacía única también.

DIOS cómo se aman. Cómo se necesitan para compartir la vida. Cómo se ríen una de la otra. Cómo una lleva de la mano por el mundo a la otra. Entran al mundo de una. Se meten en el de la otra. Es que sino, hubiera habido todo un mundo sin conocer. El cascabel resultó ser la cuidadora más dulce y más fiel, incluso hacia el final, con la hija de ella. Una delicia de película.

Cómo duelen las amigas que se van.
De la vida terrenal. Y de nuestra vidas. Así.

Tardes de pacman en Uruguay en verano. Tus veranos se convirtieron en los mios. Tu mamá era la mejor. Tus primos, mis amigos. Tu viejo me criticaba o daba consejos con el mismo amor que si fuera yo su hija. Todo el cuarto y hasta el pasillo eran nuestras casas de Barbie, querida amiga. Las mejores casas de Barbie, lejos.

Me ayudabas a volar con tus videos caseros, los disfraces, los bailes, las caja de los sueños enterrada en ese jardín de la calle Reclus. Fifi y Nacho, tus hermanos fueron mis hermanos. Conocimos juntas cada pasillo del estudio de TV de tu viejo Raúl. Todos tus días eran una aventura. Creciste libre y amada tanto por esos padres que también fueron los mios.

Y volvíamos del colegio a tu casa a tomar el té y era lo mejor: tu casa era una fiesta. Tu abuela Tita. La vi más que a mi abuela. Qué abuela de manos mágicas. Yo no podía creer que existiera alguien así.

Era placer y era pertenencia quedarme en una familia que me amaba tanto. Tu vieja al alba se levantaba escuchando AM, siempre -puedo asegurarte-, yo me levantaba antes que vos.
Hoy espío tus madrugones a lo lejos. Iríamos juntas a andar en bici antes de las 7 de la mañana, te lo juro. Siempre amé el alba, mi amiga.

Vos eras el tallarín flaquito y hermoso que ficcionaba mis días. Me dabas esa vida que yo en realidad no tenía ni jamás hubiera podido conocer en mi casa. Tu arroz con kétchup. Novios de sorpresa en el placard. Yo tenía novios que no eran muy serios y siempre violineaba con vos y tus amores. Me hacía amiga de todos. Qué buen plan ese. Todos se enamoraban de Agus. Estaba bien así.

Yo en cambio, era la amiga maternal y protectora, cantando siempre las agujas del reloj, las tareas, las ideas de los rumbos. Siempre me ocupaba de llamar al remís a tiempo post fiestas. Me ocupaba que el resto de las amigas que vos me regalaste, hubieran pedido permiso para salir. No había mejor previa que en la casa de Mili juntas escuchando a Cristian Castro, es que NO había mejor encuentro que esos nosotras todas juntas. Tus amigas fueron mis amigas y fuimos todas hermanas. Las 4 y las 5.

Cómo podía ser que te quedabas dormida con la ropa del día? Y el rímel de la fiesta? Qué envidia. Siempre amé tu capacidad de disfrute y lo tranquila que estabas.

Nuestros planes eran tan poco habituales, extraterrestre -mente fuera de lo común. Arnaldo André, Cris, Gabriel Corrado, Gustavo Bermudez y Arturo Puig con Selva. Celeste siempre Celeste. Andrea del Boca. Amándote y nuestra actuación estelar con Jeanette Rodriguez en su boda. Lo que vivimos de ñiños nos queda para siempre.

Nuestra fiesta de 15, las tres con Mili: es que ninguna chica de 15 tuvo una fiesta como la nuestra. Y todos los que fueron aún se la acuerdan. Me regalaste la vida, tu familia, los mejores recuerdos de libertad y carcajadas. Los aviones, los trenes, los viajes, el arte. Creo que dormimos más noches juntas que separadas. Era lo mejor dormir con vos. Pasamos lluvias, soles e incendios, amiga mia.

Me fui a vivir a tu casa para que se me permitiera en la mía el amor que creí adulto en su momento. Vos y tus papás lo refugiaron lo que sentía por primera vez en serio. Agradezco ese nido siempre. Ahí se empezaron a diseñar los 3 hijos que tengo hoy. Si es por ellos lo valió. Te encantaría conocerlos. Te lo prometo. Jugarían con las tuyas. Los seis a la par.

Y no supe defender la amistad cuando creí enamorarme por primera vez.
Eso me pasó. No puedo encontrarle otra explicación después de todos estos años. Ya pararon 20 de aquellos 22 que teníamos cuando nos separamos.
Tantos años sin vernos.

Todas las alertas estaban en el aire. No supe, no pude priorizar la amistad porque lo que sentí como un nuevo amor era tan incompatible con nuestras formas amadas de siempre. Vos me avisaste. Mili me avisó, y Sol. Y Rochi. Y Jorgito, y tu familia, y la de Mili. Y la mía.

Y resulta que uno debió hacer su camino para caer en esta cuenta. Hoy nuestras vidas nada se parecen a ese entonces. Yo cambié, vos creciste como loca.

Ojalá mis hijos lleguen a sentir por una amiga lo que yo sentí por vos.
Si supieras que les repito sin parar: no pierdan jamás una amiga por un amor, hijos míos. Los amigos son lo más importante.

No había competencia entre Agus y Lala.
Ni una. Ni un roce. Destilábamos amor vos y yo.

Somos también nuestras cicatrices, dijo Marichu Seitún en una charla hace unos días. Hablaba de cómo se recuperarán nuestros hijos después de la pandemia.

Y pienso que todos atravesamos algo parecido a una pandemia alguna vez: esa enajenación de nosotros mismos. No hubo un hito de mi vida que no me hubiera gustado compartirte.

Cuantos años, cuántos amores y cuántos hijos tienen que pasar para darse cuenta que no vale perder una amiga.
Nunca nos peleamos. Nos vimos por última vez antes de casarnos por primera vez para decirnos que en la silla de testigos nos hubiera encantado tenernos. Y después nos casamos otra vez.
Y esta vez sí encontramos la felicidad. Y me mandaste bendiciones en uno de los días más importantes, justo antes de casarme con Juan.

Claramente he hecho lo que pude y te pedí perdón tantas veces en silencio.
Mis hijos son lo mejor que tengo. De amores ya charlaremos. Lo sé.
Te extraño siempre. Aunque ya no destilemos aquel amor.
Sos mi mejor recuerdo.
Salud!

L.-

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