Prudencia es la habilidad de determinar el mejor curso de acción ante una situación equis. Supone la capacidad de juzgar, de discernir y de elegir el medio más apropiado para conseguir lo que uno desea, sea lo que sea lo que uno desea.
“El nombre prudencia se toma del verbo provideo, que significa ver de lejos, ver antes, prever, etc, términos afines al castellano de prever, o al sustantivo de providencia. Lo primero que indica la palabra es cierto conocimiento. En el sentido que los medievales del siglo XIII dan a esa palabra, es la facultad que es principio de actos, la razón, esto es, la inteligencia”, escribe Juan Fernando Sellés, profesor de Filosofía de la Universidad de Navarra.
La prudencia es una virtud de la razón práctica. Por eso lo propio de esta virtud no es tanto la deliberación cuanto la capacidad de mandar o gobernar una acción. De imponer nuestra voluntad. Es la libertad de elegir lo que es consecuente con nosotros, así sea para contenernos: vale para hacer como para dejar de hacer.
El profesor Leslie Paul Thiele, de la Universidad de Florida, explica en The Heart of Judgement, que la modernidad no es muy amiga del juicio: que, por su aire de virtud antigua, en general la prudencia pierde el partido cuando la comparamos con el arrebato de la expresión creativa o la revolución del cambio. Jugársela es una propuesta mucho más corriente hoy en día. Hacer tiene mucho más prensa que pensar. ¡Como si pensar no fuera hacer!
Las vírgenes prudentes
TheG conversó con Tomás Barbero, sacerdote de la iglesia católica hace 15 años.
El catecismo habla de siete virtudes: ¿cuáles son?
La enseñanza de la iglesia habla de cuatro virtudes cardinales (la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza) y de tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Son modos de clasificar, con fines pedagógicos, algo muy misterioso que nos excede de muchas maneras. Seguramente haya mucha más virtudes que estas.
Toda virtud es un hábito bueno, una disposición estable que orienta nuestros actos hacia el bien. Yo me las imagino como “músculos del alma” que, si los trabajás bien, orientan nuestro obrar recto. A una persona virtuosa le sale fácil obrar bien.
¿Qué es, concretamente, la prudencia para el catecismo?
La prudencia es la virtud que dispone la razón a discernir nuestro bien y a elegir los medios para realizarlo. La prudencia tiene que ver con lo práctico, con lo concreto. El filósofo Joseph Pieper dijo “todo deber ser se funda en el ser”, lo que quiere decir que lo que yo tengo que hacer se fundamenta en quien soy y en la realidad. No es una bajada de línea externa, sino que se desprende de lo que yo soy. El imperativo siempre va detrás de un indicativo (qué hay, quién soy, quién tengo al lado): de ahí surge mi deber obrar. La prudencia hunde sus raíces en la conexión entre el bien y aquello que está conforme a la realidad, y armoniza este diálogo interior entre la razón y la voluntad.
¿Y cuál es la diferencia con la templanza?
Templanza tiene más que ver con no dejarte llevar por la pasiones, por el arrebato. Pero la prudencia tiene un matiz extra: no es sólamente dominar a las pasiones, tiene más que ver con el diálogo interior entre la razón, la verdad y el obrar. Nuestro lenguaje moderno asocia al prudente con el que no se la juega, con el miedoso, pero en la teologia más clásica el prudente es quien -antes de obrar- considera qué es lo mejor.
En la tradición de la iglesia católica, ¿cuánto de renuncia y sacrificio supone una virtud?
Puede ser que, en cierta etapa de la historia, se haya acentuado mucho la idea del sacrificio. Hay una realidad teológica que nos enseña que Jesús murió en la cruz por nosotros, pero también resucitó. Tal vez nos quedamos más en “la cruz” que en la “resurrección”, en la dimensión sacrificial del amor entregado como un fin en sí mismo. Yo creo que lo que salva no son el sacrificio y el dolor, sino el amor que -cuando es fuerte y verdadero- es capaz de afrontar el dolor y la entrega. Lo verdaderamente salvífico es el amor.
Como si hubiera que rebajar, o pulir, un poco el ego para amar mejor…
El verdadero amor no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre a los demás. El desapego tiene que ver con una libertad muy grande para amar de verdad.
¿Cuáles son tus pasajes preferidos de la Biblia donde se hace mención a la prudencia?
En I Reyes, capítulo 3, a Salomón Dios se le aparece en un sueño y le dice que le pida lo que quiera, que él se lo concederá. Salomón, que ya había entendido que la clave del liderazgo era un discernimiento sabio y justo, le pide “un corazón que sabe escuchar.” Me gusta lo que este pedido tiene de objetividad, justamente hoy en día que parece que todo se construye desde la subjetividad. Porque hay cosas que no dependen totalmente de mí. Para la filosofía cristiana, algo me es dado y yo lo tengo que descubrir. Buscar el bien y la felicidad a veces implica transitar caminos difíciles que abren los ojos.
Después está, en Mateo 25, la parábola de las vírgenes prudentes: “Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Y cinco de ellas eran insensatas, y cinco prudentes. Porque las insensatas, al tomar sus lámparas, no tomaron aceite consigo, pero las prudentes tomaron aceite en frascos junto con sus lámparas. Al tardarse el novio, a todas les dio sueño y se durmieron. Pero a medianoche se oyó un clamor: ‘¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes respondieron, diciendo: ‘No, no sea que no haya suficiente para nosotras y para vosotras; id más bien a los que venden y comprad para vosotras’. Y mientras ellas iban a comprar, vino el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.”
Lo que dice esta parábola es que, en algún momento, todos nos vamos a “quedar dormidos”, a todos nos va afectar la fragilidad y vamos a pasar contratiempos. Pero es mejor si estamos preparados para eso.
La prudencia y las neurociencias
En el libro The Heart of Judgement, el profesor de Ciencia Política Leslie Paul Thiele, intenta demostrar la prudencia desde las neurociencias. A contramano de todo el peso de la filosofía, Thiele propone la tesis de que nuestras elecciones se basan más en la estructura de nuestro cerebro que en la iluminación de las normas morales.
“La sabiduría práctica está intrínsecamente basada en nuestras capacidades inconscientes. De hecho, la actividad de la prudencia no es puramente un ejercicio cognitivo sino un producto de nuestra intuición.” Para Thiele, “juzgamos mejor cuando confiamos en nuestras memorias implícitas y en nuestra apreciación intuitiva”.
Thiele desarma la intelectualización del juicio reduciendo el hábito a un instinto condicionado por nuestra biología. En vez de educarnos moralmente, Thiele propone que “eduquemos nuestra amígdala, que encontremos formas más efectivas de estimular la corteza cerebral y hasta que facilitemos la activación del hemisferio derecho de nuestro cerebro” (el responsable de nuestra percepción del mundo).
Si la prudencia es digna porque tiende a fines nobles, o si es un hábito práctico que nos protege intuitivamente del riesgo, lo cierto es que esta virtud requiere cierto manejo del espíritu. Parar la pelota antes de actuar es el tiempo que nos requiere volver la mirada hacia adentro, el valioso ejercicio de la introspección.