“Lo que te motiva a ir detrás de aquello que no está al alcance de tu mano se llama dopamina. Es lo que te empuja a buscar lo que está lejos, y esto vale tanto para cosas materiales como inmateriales, como conocimiento, placer, amor, poder. Ya sea estirar el brazo para agarrar el salero que está del otro lado de la mesa o subirte en un cohete a la luna, es el químico que nos permite operar sobre lo distante. […] Esta es la razón por la que alzamos los ojos al cielo cuando buscamos redención, y es por eso que el cielo está arriba y la tierra debajo de nuestros pies. Es el combustible de los sueños, lo que nos lleva a buscar y seguir, a querer descubrir y progresar. Y también es el motivo por el que la felicidad no dura. Para el cerebro, esta molécula es un dispositivo multifunción que nos urge, mediante otros miles de procesos químicos, a salir del estado de confort para explorar todo el universo de posibilidades imaginables. Todos los animales tienen este químico en sus cerebros, pero el ser humano lo tiene en dosis más altas. Es una bendición y una maldición al mismo tiempo”, escriben Daniel Lieberman y Michael Long en su libro The Molecule of More.
También se la llama la molécula del placer y fue descubierta en 1957 por Kathleen Montagu en un laboratorio de Londres. Pero la dopamina es mucho más que el vehículo de una sensación de placer efímera. Es lo que explica que a veces nos resistamos al goce, porque el cerebro intuye que obtener lo anhelado apenas nos va a complacer un momento, enseguida vamos a estar de nuevo girando en la rueda de querer más de eso, u otra cosa.
“Esto explica por qué saboteamos lo que de verdad deseamos. Porque sabemos que llegar no nos va permitir abstraernos de la vida sino todo lo contrario: nos va a despertar la sed de más. Y a veces no tenemos ganas de encarar esa montaña rusa de emociones”, dice Brianna Wiest en Medium.
Porque la dopamina surge, pero también desaparece. Los autores del libro citado más arriba se animan con algunos ejemplos. El clásico es la primera cita con alguien. “La sensación de mariposas en la panza empieza a diluirse a partir de la tercera o cuarta cita. ¿Cuándo voy a volver a sentirme así? Cuando tengas una primera cita con otra persona. Porque es la novedad lo que dispara la dopamina, no lo buena que pueda ser una relación equis. Otro ejemplo es el shopping: antes de comprar algo tenemos todo tipo de fantasías al respecto. Después compramos ese algo y resulta que no es tan alucinante como creíamos que era. Eso es porque desear dispara la dopamina, y eso se siente bien. Cuando lo tenemos ya no está lejos, y entonces la dopamina desaparece.”
Lo importante es discriminar entre anticipación y apreciación. Porque lo primero se siente adrenalínico, pero en lo segundo también hay placer. Esa clase de placer que nos produce poder hacer contacto con lo real, aquí y ahora, en un registro menos nervioso y más parecido a la alegría, a la satisfacción. Pero para alcanzar este último hay que despejar el camino de los propios mecanismos de auto-boicot que dispara el miedo.
“En primer lugar hay que aclarar que cuando deseamos algo demasiado, probablemente ese deseo está cargado de expectativas irreales. Creemos que nos va a cambiar la vida radicalmente, y nunca es el caso. En segundo lugar, cuando estamos demasiado inmersos en el estado mental de desear nos cuesta más switchear al estado de tener”, dice Brianna Wiest. “Sí, nuestro cerebro está naturalmente predispuesto a querer más y mejor. Pero entender sus procesos nos ayuda a usar la programación a favor del gobierno de nuestra vida.”