“Mi mamá se murió de leucemia. Se sintió mal durante dos años. Tuvo todo tipo de infecciones, pero no le daban en la tecla con el diagnóstico. Hasta llegó a consultar a una bruja porque sabía que tenía algo. A mí me daba mucha bronca que insistiera con que estaba enferma, verla débil, decaída. Le diagnosticaron la enfermedad en diciembre, justo sobre las vacaciones. Nuestros padres intentaron minimizar el impacto de la noticia y nos mandaron con Blanca a Punta del Este, donde veraneábamos juntos todos los años. Y ellos se fueron a Houston.
Fue un verano raro. Muchas preguntas de los amigos que no sabían nada. ¿Dónde estaban nuestros padres? ¿Cuándo llegarían? ¿Le pasaba algo a alguno de ellos? Un aire suspicaz tan contundente como el calor. Yo estaba de novia. Era mi primer amor. Esa pasión adolescente de llamados telefónicos eternos, cartas y sueños. Estando lejos lo notaba raro, distante. Pero tenía puesta la energía en mi mamá y no indagaba demasiado. Ese mismo verano recibí un baldazo de agua fría. Mis amigas me dijeron lo que jamás hubiera querido escuchar, menos en ese momento: me estaba siendo infiel. Las malas noticias siempre llegan todas juntas. Igual, no le guardo rencor, aunque me dejó una herida que tardó en cicatrizar, probablemente porque me catapultaba a la otra herida, la de la ausencia de mi mamá.
Como el panorama era negro y mi mamá nos extrañaba, nos fuimos a visitarla a Houston. Cuando la vi, me abrazó tan fuerte que todavía lo siento en la piel. Estaba extremadamente flaca y usaba una peluca, pero seguía siendo ella, igual de hermosa, con los labios carnosos y la mirada profunda.
Cuando entré al hospital comprendí lo grave que estaba mi mamá, lo duro que era su tratamiento y el de tantas otras personas que estaban ahí. Una tarde fuimos con ella a un parque y vimos las ardillas treparse a los árboles. Nos sentamos en un banco, ella ya casi no podía caminar. Creo que les dimos de comer. Sí, les dimos de comer unas galletitas. Y nos reímos. Y yo volví a tener a mi mamá, la de siempre. Fue el principio de la despedida.”
Mariana Gliksberg
“Cuando nació María, mi primera hija, fui muy feliz, pero también fue caótico. En ese momento, me hubiera gustado que alguien me acercara el libro El monstruo de colores para poder distinguir y nombrar cada una de las emociones que me atravesaban, porque eran muchas, contradictorias y algunas, totalmente nuevas para mí.
Ser madre primeriza me trajo caos, miedos, incertidumbre, fuerza y nuevos desafíos. Entre ellos, el más importante fue preguntarme cómo iba a construirme mamá sin mi mamá.
Siempre supuse que al ser mamá se desdibujaría un poco el rol de hija y fue exactamente lo que pasó. Me sentí segura, pero también lloré la ausencia de mi mamá escondida en los llantos de mi bebé. Lloramos juntas, María y yo. Necesitaba preguntarle a mi mamá si esa mezcla de sensaciones la había vivido ella también. Quería su compañía y sus caricias.
Con los años, me di cuenta de que el Día de la Madre ya no es la fecha de la que no tiene mamá, sino mi día, el día en el que honro su memoria en nombre de mi felicidad. Siempre hablamos de mi mamá en casa con María y Lulú. Quiero que mis hijas sepan que existió, que yo recibí las mismas caricias en la espalda que les hago a ellas todos los días, que la sentí tan presente como percibo que ellas me sienten a mí, que me cuidó tanto como yo quiero cuidarlas a ellas. Porque el amor de madre nació con Patricia.”
Cecilia Gliksberg
“El auto era su segundo hogar. Patricia se pasaba horas al volante, siguiendo el ritual de pasar una y otra vez por debajo de las vías del tren de Belgrano R. Las ruedas hacían ruido sobre los adoquines de avenida de los Incas. El semáforo en rojo era la oportunidad dorada para ponerse la máscara de pestañas y el lápiz negro que delineaba sus enormes ojos verdes. La bocina del auto de atrás indicaba que se estaba demorando con el maquillaje. La radio siempre estaba encendida en FM.
Nosotros íbamos en el asiento de atrás. Siempre nos estaba llevando o trayendo de algún lado: gimnasia deportiva, taekwondo, guitarra, casas de amigos, abuelos, cumpleaños, paseos.
En ese auto quedaron para mí sus ojos verdes en el espejo retrovisor y su mirada amorosa, como si siempre nos mirara por primera vez.”
Mariana Gliksberg
“Elegí para vivir el mismo barrio donde me crié. Y para mis hijas, el mismo colegio al que fui. Vivo exactamente a tres cuadras de donde nací. El kiosco al que llevo a mis hijas después del jardín es el mismo al que me llevaba mi mamá todos los días. A mis hijas les compro pantuflas en el mismo lugar de la avenida Elcano en donde mi mamá me compraba mis botanguitas; consigo los útiles en la misma librería Ascorti a la que iba cuando era chica. Todos los días vamos a la misma plaza Castelli que me vio crecer. La heladería cambió de nombre, es verdad, pero tiene los mismos sabores de mi infancia. Y las medialunas de El Torreón son las mismas que hace treinta años.
Cuando entro al kiosco, Gloria, la dueña, le cuenta a María cuánto tiempo pasaba yo ahí de chiquita con mi mamá, su abuela. Y ella va reconstruyendo, junto conmigo, esos recuerdos. Ya falta menos para que le toque el turno de hacer esa reconstrucción a Lucía, y yo estoy expectante.
En las calles del barrio siento a mi mamá. Está en el aire. Yo voy andando sus pasos como su hija y como madre de mis hijas en un hilo que no se corta.”
Cecilia Gliksberg
Mariana y Cecilia Gliksberg perdieron a su mamá cuando tenían 16 y 9 años respectivamente. “Con mi hermana escribimos este libro en su memoria porque nuestra maternidad nos la trajo de vuelta, como un golpe que no esperábamos, porque ser madre sin madre activa la memoria de la piel, y la extrañamos más que nunca.”
Tu mamá, ¿donde está?, de Cecilia y Mariana Gliksberg sale próximamente por Metrópolis.
Es hermoso el relato de de este libro q hace sentir en lo más profundo el dolor de perder a la mamá siendo tan jóvenes y luego experimentar aún más la ausencia siendo mamás ! Q increíble en palabras transmitir y conocer este amor q es en definitiva nuestro amor de madres y de hijas q laguna vez fuimos !!! Se siente en lo profundo gracias
Me encanto el prólogo y espero poder leerlo completo. Gracias por esta enseñanza
Ariela
El amor de una madre, el más genuino, el más primitivo, el más profundo. Es cierto…uno se reencuentra con su madre en su propia maternidad.
Precioso relato.
❤️?