Yotam Ottolenghi

“Todavía conservo una foto mía de cuando tenía cinco años en la que aparezco lamiendo un batidor con restos de una crema clara. Pasaron cuarenta y cinco años de esa foto y todavía chupo el batidor cuando cocino, desgraciadamente…”, cuenta Yotam Ottolenghi.

“La comida era un asunto serio en mi casa. Mi madre era una fundamentalista del desayuno: todos teníamos que sentarnos a la mesa para desayunar. Yo era muy glotón. Siempre me gustó comer. Mi padre nació en Italia y se mudó a Israel en su juventud. En mi casa me llamaban golozo, justamente, en italiano, que hace referencia a una persona a la que solo le importa comer. Es que a mí la comida me interesaba como le interesa a los grandes, no a lo chicos. Un muy buen regalo de cumpleaños para mí siempre fue ir a comer afuera.”

“Ya desde chico valoraba la buena comida. Éramos una familia clase media que viajaba bastante, así que tuve le suerte de conocer otras cocinas que moldearon mi paladar.”

“Mi padre era profesor universitario y mi madre, profesora en un secundario. Crecí en un hogar académico y yo mismo, en algún punto, pensé que también iba a terminar dedicándome a la vida académica. Pero no sentía especial predilección por ningún tema. Estudié Literatura y Filosofía, me gustaba la Historia y la Política, y todavía me gustan. Todo parecía indicar que iba a terminar siendo profesor universitario como mi padre, aunque nunca estuve del todo convencido.”

“Cuando decidí abandonar la vida académica, mis padres no se pusieron muy contentos. Me acuerdo que papá me escribió una carta donde decía: Si pensás que es lo que tenés que hacer, hacélo, pero yo creo que estás cometiendo un error porque trabajaste muy duro para llegar a donde estás ahora. Era obvio que los dos desaprobaban mi decisión.

“Y la verdad es que yo tampoco creía que era muy respetable dedicarse a la cocina. Por aquel entonces no era una profesión ni lucrativa ni respetada por nadie. Pero mi joven yo debe estar muy orgulloso ahora de todo lo que logré. Cuando estaba estudiando en la escuela de Le Cordon Bleu de Londres, allá por los noventa, pensar en abrir un restaurante era una fantasía total. Jamás podía imaginar entonces que me convertiría en un escritor o en alguien que la gente reconoce por la calle. Es que tampoco soy un emprendedor por naturaleza. De hecho, le tengo aversión al riesgo. Pero mis socios me ayudaron a hacerlo posible. Todavía me resulta increíble recibir un correo donde alguien me dice que cambié su forma de cocinar: me parece muy fuerte.”

“Tener una familia también entraba dentro de la categoría de lo fantástico. Pensaba que sí, que iba a armar una pareja, pero tener hijos no estaba dentro del menú de posibilidades de un hombre gay. Pero, cuando pasé los treinta, empecé a planearlo y, aunque me llevó algunos años lograrlo, mi esposo Karl y yo ahora tenemos dos hijos.”

“Ahora tengo 51. Mi joven yo debe estar pensando que ya soy viejo. Pero todavía tengo mucho en común con aquel niño que lamía la crema del batidor. Una de mis obsesiones de chico eran los langostinos salteados en limón, ajo y manteca. Nunca, nunca, voy a olvidarme de ese plato. A mi hijo Max también le gustan. Nos encanta comer langostinos juntos.”

Yotam Ottolenghi nació en 1968 en Jerusalén. Es dueño de los restaurantes Ottolenghi, Nopi, Rovi, Spitalfields, Islington y Belagravia, en Londres, autor de varios bestsellers y columnista habitual de The Guardian y The New York Times.