Cine adulto bueno (y pago).
“Durante mucho tiempo, mirar pornografía era algo que hacían sobre todo los hombres, y eso definió el estilo: la mayoría del porno convencional es chabacano y feo, y es producido por el perfil de personas -generalmente hombres heterosexuales- que están ok con filmar siempre las mismas escenas, que repiten en serie. Esta clase de porno propone imágenes de sexo bastante violentas, pero así funciona hace años. Hasta que llegó internet, y el porno gratis le puso cierta presión a las productoras y a los actores, que tuvieron que subir la apuesta. Conclusión: las escenas son cada vez más y más ridículas y no tienen nada que ver con el sexo verdadero. Parece que las productoras -sobre todo si las comparamos con el cine adulto que se hacía en los 70- se olvidaron de la pasión, de la intimidad, de las caricias, de la búsqueda del placer real, y lo dejaron todo pelado de humanidad. No hay jueguito previo, ni piel, alguien practicándole sexo oral a una mujer es algo que casi no se ve. Se enfocan en la anatomía, los genitales o las partes del cuerpo cuando se golpean. El placer del hombre es el objetivo final, la escena se desarrolla desde la mirada masculina y, en general, la eyaculación marca el fin de la escena. Parece como si la mujer estuviera ahí para darle placer a otros, pero no a ella. Hay muchas categorías de porno y todas apelan a un capricho o un fetichismo distinto, pero al final es todo lo mismo: fragmentos de cuerpos en distintas presentaciones”, dice Erika Lust en una entrevista que le hicieron para el libro The Sex Issue, Everything you’ve always wanted to know about sexuality, seduction and desire.
Quién es Erika Lust
“Nací en Suecia, y antes de especializarme en el mundo del erotismo estudié ciencias políticas, feminismo y sexualidad en la Universidad de Lund. Fue allí donde descubrí el libro publicado en 1989 por Linda Williams, Hard Core: Poder, Placer y el Frenesí de lo Visible. Un libro que ha sido enormemente influyente en el discurso moderno sobre lo pornográfico, y por supuesto en mis propias impresiones sobre el género”, dice en su página web.
“Soy una feminista pro-sexo. Creo que las mujeres deberían disfrutar de su sexualidad tanto como los hombres. Siempre me he considerado una persona abierta de mente, y sin embargo, mis primeras experiencias furtivas con el porno (en una fiesta de pijamas con mis amigas preadolescentes, o después en la universidad con mi novio) fueron bastante desastrosas. Lo que veía me daba asco: era cutre, era feo, no podía creer que esas mujeres estuviesen disfrutando y además las situaciones en las que sucedía el sexo eran completamente ridículas. Por otro lado, era bastante cinéfila. Cada vez que veía una película con contenido erótico, además de excitarme sentía otra clase de placer. Recuerdo especialmente la primera vez que vi El Amante de Jean Jacques Annaud. Era inteligente, era artístico, ¡y era súper sensual! Me hizo preguntarme si no sería posible rodar sexo real con esa misma atención por los detalles, con personajes más complejos, y situaciones con las que uno pudiese de verdad identificarse.”
Lo barato sale caro
El cine adulto bueno no es gratis. Es como pasa con Netflix, o Disney Plus o Apple TV Plus: los buenos contenidos se pagan. Si no queremos frustrarnos con un porno que aplaca perversiones (recordemos que para Freud la palabra “perversión” designa conductas sexuales que se separan de la norma, pero el concepto no tiene connotación negativa), se puede acceder a eroticfilms.com, que es la incubadora de cine adulto de Erika Lust, donde la gente se puede bajar o alquilar películas de ella o de otros directores. Además, para aquellos interesados en hacer su propia porno casera, Lust también ofrece una guía: Let’s make a porno.
“Vivimos en una sociedad donde el sexo es una commodity que se usa para vender cualquier cosa, desde hamburguesas hasta desodorantes. Las imágenes de contenido erótico son casi un lugar común, y la creciente demanda de porno es una extensión de eso mismo. Encima, internet hace posible y muy fácil el acceso a imágenes explícitas de sexo, que además son gratis. Se estima que un tercio del tráfico de internet es pornografía. Porque a todos nos gusta ver sexo: es divertido y placentero. El problema no es el hecho de ver porno. Lo que pasa es que, por ejemplo, a los jóvenes el sexo les despierta mucha curiosidad y entonces se meten a ver porno gratis antes siquiera de empezar a experimentar con sus cuerpos. La mayor parte de este contenido pornográfico carece de realismo, y es por eso que los adolescentes (pero también algunos adultos) alimentan expectativas deformes que pueden tener un poderoso efecto después en su conducta sexual”, dice Lust.
¿Qué rol te parece que juega el porno en la vida sexual de una persona? ¿Qué le puede sumar a alguien que nunca vio cine adulto?
“La pornografía como un medio puede sumar o restar, como cualquier otra cosa. El cine adulto que presenta a los actores como personas y partenaires sexuales (no como objetos), ofrece diversidad y permite que el espectador se vea como una de esas personas y le abre la mente. Además de que es divertido de ver, los filmes explícitos son una herramienta de liberación sexual y de educación también. Para muchos, el cine adulto opera como un estimulante de la propia sexualidad y los alienta a animarse más. Las películas de calidad, sobre todo, pueden ser una buena incorporación a la habitación de una pareja porque estimulan y borran los límites del tabú, mostrando nuevas formas de hacer lo mismo y poniéndole pimienta a las fantasías propias. El porno electrifica la atmósfera y propone opciones para el juego de roles. Las posibilidades son infinitas. También se puede ver porno para masturbarse, porque te ayuda a conocer tu cuerpo, lo que de verdad te gusta y te gustaría hacer con otra persona.”
Erika Lust vive en Barcelona, en un departamento con vistas a la playa. Dice que siempre le preguntan cómo es su habitación, pero es común y corriente. De aires nórdicos, tiene unos pocos muebles tipo Ikea y una cama grande, de 2×2. Sobre la mesa de luz hay libros, sus anteojos de leer y un vaso de agua. “Aunque tal vez hay algo más en los cajones”, se ríe.