Qué relaciones creamos.
En un estudio publicado en 2016 por la Universidad de Mannheim que se titula I know you’ve seen it!, los doctores en Comunicación Lisa Mai y Rainer Freudenthaler analizan los efectos del visto en el chat nuestro de cada día. El estudio parte de la hipótesis de que las personas que más le temen a la exclusión viven pendientes de que les respondan sus mensajes. Y también analiza el concepto de obligación percibida, que designa eso que asume la persona que envía el mensaje: mi interlocutor me tiene que responder, eso es lo que tiene que hacer.
Sin embargo, el tiempo que el receptor demora en responder un mensaje depende de varios factores, todos mediados por el tipo de relación que tiene con su interlocutor, dice el estudio. Y también, a veces, por otros factores coyunturales. Porque puede darse el caso de que esté en el banco y que no pueda responder en el acto, por ejemplo.
Basado en esas dos premisas (el temor al ostracismo y la obligación percibida) el estudio clasifica a los chatters (los usuarios del chat) en tres categorías: el grupo del cara-a-cara, que son los que responden en el acto, como si tuvieran a la otra persona en frente; el grupo de los asincrónicos, que usan el chat más como un correo y no tienen expectativas de respuesta inmediata, y el grupo de los chatters-según-el-rol, que son aquellos que responden en tiempos distintos según quién les manda el mensaje. Estos últimos contestan más rápido a sus familiares o amigos íntimos que a los mensajes que llegan del trabajo.
En todos los casos, la obligación percibida le gana al miedo al ostracismo. Yo no sé si la persona que mandó el mensaje espera una respuesta inmediata, pero sí sé que puede ver que lo recibí y, transcurrido cierto tiempo, puede molestarse por mi demora en responder. Sobre todo si puede ver cuándo fue la última vez que estuve online, lo que agrava el miedo al ostracismo porque aumenta la sospecha de que no le respondo por motivos que -ya a esta altura- asume que son personales.
Amo lo extraño
Las redes sociales se estructuran sobre la idea del anonimato. Todo el mundo sabe que hasta lo que se publica como real es una versión -cuanto mínimo- editada, lo que nos permite seguir jugando a las escondidas indefinidamente. Pero, ¿qué hay de lo que no se publica? ¿Qué pasa con lo que no se dice? El idioma virtual supone también leer silencios, vistos, likes, adivinar, fantasear, espiar, todo en un juego de suma cero que dista muchísimo de la intimidad verdadera (¿?).
“Cualquier veterano de redes dirá que el anonimato en redes no es algo nuevo, sino su esencia. En los 80 y los 90, el anonimato estaba estrechamente ligado a la vida online, y servía para encontrar cosas que eran difíciles de encontrar o, digamos, ilegales. Les permitía a los usuarios escaparse a un espacio sin restricciones donde se podían decir cosas, e incluso hacer cosas, sin consecuencias sociales. Al principio, no había ninguna necesidad de que lo que yo hacía online coincidiera con el resto de mi vida, y eso era exactamente lo que lo hacía tan atractivo”, dice la nota The Intimacy of Anonymity, publicada por The New York Times.
“La nueva generación de apps anónimas -Reddit, Secret, Whisper- se basa en esa idea. No se trata de quién sos, se trata de lo que decís, reza la publicidad de Secret. Como antes, lo atractivo del anonimato es que podés compartir todo lo que querés y nada hace referencia directa a vos. Si le das a las personas la opción de hablar sin filtro, ¿qué tipo de cosas dicen? Cosas que distan mucho de lo que dicen en Facebook o en Twitter. Mucho de lo que se postea en las nuevas aplicaciones anónimas son emociones difíciles de expresar por otro medio. Como vanidad: “Soy muy rico”. O castidad: “Probé fiestas sexuales, poliamor, tríos, pero nada de eso es para mí. Y ahora me siento como un estúpido que se queda afuera de todo”. O sentimentalismo: “Diez años después, me sigue pareciendo tan linda y tan increíble como el día que la conocí”. O ansiedad: “Nunca estoy cómoda en mi piel”. O dolor: “El fin de una relación. ¿Cuándo deja de doler?”, explica la nota.
Intimidad pública
TheG entrevistó a Ximena Díaz Alarcón, antropóloga y cofundadora de Youniversal, una agencia regional especializada en investigación y tendencias de mercado.
¿Lo que hacemos online es todo un juego y lo real sigue pasando cara a cara, y con los íntimos? ¿O ya no existe esa diferencia?
Primero tendríamos que definir qué es lo real, porque lo digital también es real, porque afecta nuestra subjetividad y porque ahí publicamos lo que queremos mostrar, más allá de que esté cerca o lejos de nuestra realidad offline. Me parece que mucha gente encontró en el universo digital herramientas para generar comunidad, pertenencia, acompañamiento, apoyo emocional, y todo eso es muy valioso. Lo digital habilita cierta clase de vínculo, aunque no nos mostremos tal cual somos, lo cual en el fondo es una fantasía, porque todas las interacciones sociales contienen un grado de maniobra, ya sean en persona o en redes. Lo digital funciona como una especie de previa del cara a cara, y a veces es algo en sí mismo: me parece que ya se terminó la dicotomía vida real (offline) y vida ideal (online). Somos las dos cosas.
El contenido que publicamos en redes sociales, ¿incide en la construcción de relaciones (profesionales, personales)?
Por supuesto que sí. Nuestra vida está compuesta de múltiples dimensiones que se interrelacionan y retroalimentan, y esto incluye lo que hacemos en redes y lo que hacemos cara a cara. Claro que lo que publicamos en redes despliega imaginarios, eso que queremos mostrar, lo que creemos que los otros quieren ver. Las expectativas de los otros y las propias constituyen, condicionan y modifican las relaciones personales y profesionales.
¿Existe una etiqueta de conducta para la vida online, o vale todo?
Sí, existe una etiqueta de conducta. Parte de ser una persona educada tiene que ver con respetar estas normas. Lo que está en estudio ahora es el tema de la voz: llamar a alguien al celular sin preguntarle antes si puede hablar es percibido casi como una invasión, o algo propio de los telemarketers. Tampoco vale dejar mensajes a cualquier hora, ni audios larguísimos, y hay algunos contenidos que son más propios para una red que para otra: postear una foto en bikini en LinkedIn puede quedar desubicado.
¿El costado profesional queda subsumido en el social? Si tengo un emprendimiento propio, ¿hasta donde puedo desvincularlo de mi imagen?
En general, las profesiones liberales (emprendedores, especialistas en marcas, en comunicación, etc) ponen mucho de lo personal en su trabajo, y entonces la línea que separa el negocio de la mirada de esa persona se borra bastante. Lo profesional es una parte muy importante de nuestra vida cotidiana, aunque si queremos comunicar cosas específicas tenemos que usar las redes apropiadas.
¿Somos lo que publicamos, a pesar de la mentira o la edición?
Sí, somos lo que publicamos, aún sabiendo que lo editamos para mostrar nuestra mejor cara. Me parece interesante aclarar que lo que se publica es lo que uno aspira a ser, y en cierto modo revela una verdad acaso más profunda, porque refleja nuestros deseos.
¿Creer que nuestro contenido define nuestra aceptación es una fantasía?
Las personas publican distintas cosas con distintos objetivos: para denunciar o quejarse de algo, proponer un debate, tirar un tema, mostrarse… Lo que está claro es que si posteamos o publicamos es porque buscamos un intercambio con los otros, y algo de aceptación se pone en juego. Pero no es una fantasía: lo que somos en redes somos nosotros también.
Últimamente, el juego de “preguntáme algo” es muy popular en IG. ¿Es la invitación a un diálogo verdadero o un juego de voces para llenar silencios?
Creo que es una manera de abrir un intercambio bastante real, porque te estás exponiendo a que te hagan preguntas. Después, claro, dependerá de cada persona qué responde y cómo sigue. Pero creo que de ahí puede surgir un diálogo verdadero. Para nada creo que sea para llenar silencios, porque también puede haber conversaciones muy triviales offline. Lo importante es no condenar ninguna vía.
Los juegos que la gente juega
Hay un libro que es un clásico de la psicología transaccional. Se llama Games People Play y lo escribió el psiquiatra canadiense Eric Berne en 1964. En este libro, Berne postula que la interacción social es algo esencial en la vida de las personas, y que ésta puede tomar diversas formas. “Debido a que hay tan pocas oportunidades de intimidad en la vida diaria, y también a que algunas formas de intimidad (especialmente si son intensas) son psicológicamente imposibles para la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo se invierte en juegos. De ahí que éstos sean necesarios y deseables”, dice Berne.
¿Qué son los juegos? “Un juego es una serie de transacciones ulteriores, complementarias, que progresan hacia un resultado previsto y bien definido. Descriptivamente, es un conjunto de transacciones recurrentes, frecuentemente prolijas, superficialmente plausibles, con una motivación oculta, o en un lenguaje familiar, una serie de jugadas con una trampa o truco”, dice Berne.
A grandes rasgos, podríamos decir que el ganador del juego de las redes sociales es el que domina el arte de la discreción, tanto para postear como para responder. El que se toma su tiempo. El que construye también con lo que no dice, con lo que no muestra. Esa persona (que cree) que mueve las piezas como si fuera un ajedrez humano. Jaque mate. Pero la red es una malla de hilos que atrapa, y en un instante pasamos de ser el cazador a ser el cazado. De clavar visto a que nos lo claven.