Cuenta la historia de Hajime, un hombre que el comienzo de esta novela encuentra viviendo junto a su mujer y sus dos hijas en un suburbio de Tokio. Es apacible la vida de Hajime, que trabaja en un club de jazz, salvo por los cuestionamientos propios de la mediana edad y esa urgencia latente que viene con los años. Y un detalle más, para nada menor: el permanente recuerdo de Shimamoto, aquella niña con la que compartió su infancia sin hermanos y a la que nunca más volvió a ver porque sus padres se mudaron. A Hajime las imágenes de Shimamoto lo asaltan sin piedad en medio de la rutina, inevitables, de modo que el relato teje pasado y presente en una trama surreal y bella, que confunde al lector y lo obliga a rendirse, al mejor estilo Murakami.
Hasta que Shimamoto aparece en cuerpo y alma en el bar de jazz una tarde de lluvia. Está increíblemente bella, intensa y rodeada de misterio. Hajime queda subyugado. Fueron muchos años sin verse y, ahora que están frente a frente, toca la prueba de tantear las fantasías, con la misma cautela con la que se desactiva (¿o activa?) una bomba de neutrones.