—Por la noche mirarás las estrellas… Como mi casa es demasiado pequeña para señalarte dónde se encuentra, mejor una estrella. Mi estrella va a ser para vos cualquiera de ellas. Entonces te va a gustar mirar todas las estrellas. Todas ellas van a ser tus amigas. Y además, antes de irme te voy a hacer un regalo…
Y se rió una vez más.
—¡Ay, cómo me gusta oírte reír!
—Mi regalo será algo así, justamente, como el agua…
—¿Qué querés decir?
—Las estrellas no son lo mismo para todo el mundo. Para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los sabios, las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas son estrellas silenciosas. Vos vas a tener estrellas únicas…
—¿Qué querés decir?
—Cuando por las noches mires al cielo, y pienses que en una de esas estrellas estoy yo riendo, para vos va a ser como si todas las estrellas riesen. Para vos, las estrellas van a ser risas.
Y se rió otra vez. Y siguió:
—Y cuando te hayas consolado (al final, siempre se consuela uno) estarás contento de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reírte conmigo. Algunas veces vas a abrir la ventana sólo por placer y a tus amigos les va a parecer raro que te pongas a reír mirando al cielo. Y vos les vas a explicar: “Las estrellas siempre me hacen reír”. Y ellos van a decir que estás loco.
Se rió de nuevo.
—Será como si, en vez de estrellas, te regalara millones de cascabelitos que te hacen reír…
El Principito es el libro más conocido de Antoine de Saint-Exupéry, un aviador y escritor francés que nació en 1900 y murió en 1944, no se sabe bien cómo. Lo cierto es que la última vez que se lo vio con vida fue subiéndose a un avión en Córcega para hacer un vuelo de reconocimiento sobre Francia. Nunca volvió. Sesenta años después, se encontró el fuselaje cerca de Marsella. Se cree que su avión fue derribado por balas enemigas en la Guerra.
Saint-Exupéry pertenecía a una familia aristocrática venida a menos. Como aviador, era intrépido y un explorador siempre hambriento de aventuras. Como escritor, su obra está llena de imágenes un poco tristes sobre la fugacidad de la vida.
Saint-Exupéry vivió más de un año en Argentina, en Buenos Aires, en plena calle Florida, por un contrato de la compañía francesa Aéropostale. Al principio odió este destino, pero en 1931 conoció en una fiesta porteña a la salvadoreña Consuelo Suncín, con quien se casó y quien -dicen- es la Rosa de su libro más famoso.
Tuvieron una relación apasionada y caótica, llena de idas y vueltas. En una de sus últimas cartas, Saint-Exupéry le prometía: “Dame tu pañuelo para escribir en él la segunda parte de El Principito. Al final de la historia, El Principito dará este pañuelo a la Princesa. Ya nunca más serás una rosa con espinas, sino la princesa de ensueño que siempre espera al Principito. Y te dedicaré el libro. No puedo consolarme por no habértelo dedicado.”
No alcanzó a hacerlo.