Valijas, pasaporte, ropa cómoda, algo para leer, algo para escuchar. Pocas cosas hay más estimulantes que la previa de un viaje. Y si el motivo son vacaciones, mejor. Pero además de lo que llevamos para vestirnos, está lo que llevamos para descansar el espíritu. Esas cosas que nos hacen sentir conectados por dentro, que componen un ritual de encuentro personal, y que contribuyen al plan de descanso porque nos apoyamos en ellas para resetear las emociones. Y empezar de nuevo cada día.
Así como nuestro plan de alimentación no se interrumpe porque nos vamos de vacaciones (si comemos sin gluten, por ejemplo, seguimos comiendo sin gluten en donde sea que estemos) las rutinas espirituales que practicamos tampoco entran en pausa. Sostener nuestras disciplinas de yoga, meditación, oración, lectura o reflexión mantiene nuestro reloj interno calibrado y nos arraiga en el lugar donde estamos.
El equipo de TheGelatina hizo su propio brainstorming. Los headphones sound link de Bose son clave para aislarse en silencio -con o sin música de fondo- y la aplicación que ayuda a la rutina de meditación: hablamos de Calm pero hay otras, como Headspace por ejemplo. El Kindle, porque hay algunos que no quieren cargar peso ni depender de la intensidad de la luz para leer. Aceite con perfume y su hornito.
Para las mujeres del equipo, la rutina de belleza se incluye en esta valija espiritual, porque una piel sana tiene que ver con un alma radiante y viceversa. Les recomendamos a nuestras amigas de @guivcare para que vean sus recomendaciones en pasos. Nuestra fundadora ama Terra (exfoliante) y Via Láctea (gel de limpieza) y cree que no hay espíritu en paz sin una piel luminosa.
Disociarnos de quienes somos en vacaciones no trae buenas consecuencias al volver. En cambio, mantener o incorporar buenos hábitos en los viajes nos convierte en personas más sólidas al partir y al llegar.
¿Qué lleva uno para nutrir su alma?
Lucila Cornejo, escritora, profesora de yoga y madre de tres
“Mis destinos suelen ser múltiples y variados. Hago yoga en India, me subo a una montaña rusa en Disney, devoro librerías en París… Para mí, partir siempre es una fiesta, y la selección del equipaje suele convertirse en un ritual. Un ritual que realizo sola y en silencio, eligiendo cada cosa, invitando a cada objeto a participar. Y entonces, tan importante como el vestidito básico salvador, los collares que jamás me faltan, o la campera de cuero que uso a morir, es el “pequeño kit de supervivencia del alma” que llevo a todos lados. Son esos amuletos espirituales que sin duda ya a esta altura pasaron a ser objetos de primera necesidad. Y entonces cada desembarco tiene como un olorcito a ceremonia: despliego mi mat, ubico en alguna mesa dos estatuitas de Shiva y Ganesha, prendo una vela chica, un sahumerio Nag Champa, repaso algunas de mis posturas preferidas, no más de quince o veinte minutos, y ya. Estoy lista. Lo hago siempre, llueva, truene o tenga a mis niños saltando en el cuarto de al lado ansiosos por arrancar. Armo este (mi) altar personal en cada lugar al que voy. Es una manera de volver a mí, de encontrarme donde sea que esté, que me da mucha felicidad.”
Tini de Bucourt, una mujer con #actitud
“Cuando todavía era una mujer que se disfrazaba, llevaba de todo cuando me iba de viaje. Hoy, llevo lo mínimo indispensable y necesario. No necesito libros ni música. Lo que más llevo es atención. Cuanto menos equipaje, en todo sentido, mejor, así me puedo llenar de otras cosas. Pero sí llevo mis bindis, el símbolo de la intuición para la cultura hindú. El bindi (del sánscrito bindu, ‘gota’ o ‘punto’) se coloca entre las dos cejas, en el punto exacto donde confluyen las dos líneas imaginarias que salen de atrás de los ojos. Ese punto está alineado con el chakra ajna, el sexto chakra, que nos permite ver las cosas que nuestros dos ojos no pueden ver. Representa la percepción y el equilibrio. Yo viajo mucho a India y me traigo de allá los bindis, que vienen pegados en una plantilla. Los uso como un brillante en mi frente. Vienen en muchos colores, el tradicional es el color maroon, que no es marrón sino color ciruela oscuro y que originalmente lo usaban solo las mujeres casadas en señal de que lo estaban. El bindi conserva su enorme significado espiritual (intuición=alma) pero hoy se compra en todos los colores, en todos los tamaños, y también se usan como adorno estético. Yo me pongo uno todos los días. Me hace sentir poderosa.”