Es una curva ascendente.
“Ser viejo no está tan mal si consideras la alternativa”, dicen que dijo el cantante francés Maurice Chevalier, que murió a los 84. Hace algunos años la revista The Economist publicó un estudio titulado La edad y la felicidad donde compara la curva de la felicidad de la vida de una persona con el dibujo de la letra U: empieza a descender a partir de los cuarenta para alcanzar su punto más bajo en la mediana edad y volver a subir a medida que acumulamos años.
“Cuando las personas entran a la edad adulta están, en promedio, bastante contentas. Pero la alegría va disminuyendo hasta que llegamos al punto más bajo, vulgarmente conocido como la crisis de la mediana edad. Hasta ahí, todo suena familiar. Lo sorprendente viene después. Porque aunque las personas que maduran empiezan a perder algunas de las cosas que más valoran -vitalidad, agudeza mental, su look- ganan aquello que todos nos pasamos la vida persiguiendo: felicidad.”
¿Qué es lo que hace a una persona feliz? Para analizarlo, el estudio aborda cuatro cuestiones principales (género, personalidad, circunstancias externas y edad), pero el veredicto lo dan los años. “A los 40 empieza un período no tan feliz que alcanza su punto más bajo a los 46 años promedio. Y no tienen nada que ver el dinero, el estatus laboral o la edad que tienen los hijos. La felicidad que empieza a surgir a partir de la crisis de mediana edad no tiene que ver con circunstancias externas sino con cambios internos. Es que las personas, revelan los estudios, se comportan diferente según su edad. Las más maduras pelean menos y encuentran mejores soluciones a los conflictos. Son más duchas en controlar sus emociones, aceptan mejor los reveses de la vida y ya no se enojan tanto. Un estudio, por ejemplo, pone a dos grupos a escuchar grabaciones de terceros hablando mal de ellos. Tanto el grupo de los mayores como el de los más jóvenes mostraron tristeza al escucharlas, pero los más grandes estaban menos enojados y menos proclives a juzgar. Mas bien se inclinaban por la postura de no se puede agradar a todos todo el tiempo.”
“Existen varias teorías sobre por qué pasa esto. Laura Carstensen, profesora de psicología en la Universidad de Stanford lo relaciona con la capacidad que sólo tenemos los humanos de reconocer que somos mortales y, en consecuencia, manejar nuestros horizontes temporales. Porque cuanto más crecemos más nos vamos acercando a la muerte, y esto nos entrena para vivir el presente. Los adultos son capaces de poner su atención en las cosas que de verdad importan ahora -como los sentimientos- y menos en los objetivos de largo plazo.”
Qué bien está
Claro que la expectativa de vida tiene mucho que ver en el asunto. Otro estudio publicado por la revista de medicina The Lancet proyecta una expectativa de vida en ascenso hacia el 2030, tanto para hombres como para mujeres. “Existe más de un 50% de probabilidades de que para el 2030 la expectativa de vida de las mujeres rompa la barrera de los 90, un nivel que nadie creía que se iba a alcanzar”, dice el estudio.
Tomemos a Diane Keaton, por ejemplo. Ella no está ni cerca de los 90, tiene 74, pero la siguen casi un millón y medio de personas en IG, donde juega un papel de influencer cool con selfies de su estilo andrógino, Annie Hall, pantalones pinzados, mucho negro, gafas de carey y pelo largo blanco. “Las selfies se transformaron en mi nueva pasión. Me encanta levantarme y pensar qué voy a ponerme y cómo voy a compartirlo con mis seguidores. Supongo que a nadie le importa realmente, pero a mí me divierte”, declaró Keaton, que usa el hashtag #OOTD(outfit of the day, la vestimenta del día) y a veces incluso le pide opinión a sus seguidores.
O la modelo inglesa Daphne Salfe, que sí cruzó la barrera de los 90 y se ganó una distinción de honor de manos de la mismísima Reina Isabel. Cuando su marido murió después de casi cincuenta años de matrimonio, se le ocurrió que podía retomar su carrera de modelo. Debutó a los 70 desfilando para la marca Red or Dead, y el público la aplaudió de pie. “Ahora estoy más ocupada que nunca, amando la vida, ¡no paran de ofrecerme campañas publicitarias de todas partes del mundo!”. Posó para la firma de anteojos OPSM, para Vogue, Harper’s Bazaar, Tank Magazine y para Dolce & Gabbana. Tiene tres hijos de más de cincuenta años y cuatro nietos a los que les resulta “muy gracioso” que su abuela sea modelo todavía.
Lo importancia de sentirse bien
“Lo que queremos no es una vida eterna, sino la juventud eterna”, dice la nota de la revista Newyorker que se titula Can we live longer but stay younger? “Y lo que la ciencia tiene para ofrecernos es algo más parecido a una mediana edad permanente. Tal vez todos estamos convergiendo en una única edad -millennials que se sienten viejos a los 25 y boomers que se comportan como adolescentes a los 70-, en una especie de adultez perpetua que nos lleva a teñirnos el pelo y tomar nuestras pastillas, para colapsar de repente en el centro de una pista de baile.”
Ahora estamos bien, y de repente ya no estamos bien, y fue. Como dijo Hemingway, la vejez llega de dos formas: progresivamente, o muy de repente. Por eso también es importante tomar en cuenta los años, y cuidarse. Si la madurez nos da tiempo para recalcular las prioridades y empezar a hacer aquello que siempre quisimos hacer, planear la salud debería estar adentro del paquete. Seguir afirmando que los 60 son los nuevos 40 puede terminar depositándonos en el grupo de los que se automedican para silenciar los problemas. Porque, como dice esa misma nota, el problema no son las dificultades físicas que vienen con la edad, sino ese estado mental de desconcierto que nos produce la grieta entre lo que creemos que podemos hacer y lo que efectivamente podemos.
Salud, (dinero) y amor
Cualesquiera sean las causas por las que nos sentimos bien en la madurez, esto va a tener consecuencias más allá de lo emocional. “La felicidad no solo hace felices a las personas, también les hace bien físicamente”, dice la nota de The Economist, que cuenta el caso de un estudio que realizó un profesor de psiquiatría de King’s College London sobre un grupo de voluntarios: primero midió sus niveles de estrés, después los sometió a un par de estímulos hirientes para finalmente comprobar que los menos estresados se reponían dos veces más rápido.
Y, por último, pero no por ello menos importante en la cadena de la plenitud, está el amor. Es verdad que la manera en la que hoy nos relacionamos cambió sustancialmente sus códigos, pero todos sabemos lo que es tener una red que nos sostenga, una red de carne y hueso. Tan importante como cuidar lo que comemos y hacer ejercicio, es cultivar nuestras relaciones sociales, y esto puede resultar un desafío, porque con los años crece la tendencia a recluirnos, sobre todo en la era digital que nos gobierna. Y nadie está hablando acá de grupos de tejido o viajes de mujeres u hombres solos: la amistad no tiene por qué seguir formatos estandarizados sino maneras espontáneas de hacer contacto. Con un poco de ayuda de nuestros amigos, todo mejora. Es la forma más natural de calibrar las emociones.
Los años maduran nuestras emociones: disminuyen el estrés, diluyen los resentimientos, aplacan la ambición, le bajan la velocidad a la carrera del ser y parecer. Madurar es sentir la gratitud de haber llegado a conocernos como somos. Es disfrutar sin tener que estar abriendo todo el tiempo las cajas del pasado, ni justificarnos. Es el placer de conocer el vino que nos gusta, y las personas, y la canción favorita, si nieve o playa… Es el arte de discriminar a qué cosas todavia les tenemos que echar gasolina y a que otras, ya, no.