Por Cecilia Vassaro
@ceciliavassaroestudio
Desde tiempos inmemorables, el hombre necesita un refugio, un espacio con calor que lo haga sentir a salvo. En su interior colocaba sus pertenencias y desplegaba su arte.
Aún hoy, en el interior de las primeras cuevas habitadas se ve reflejada esa necesidad de contar como era su vida diaria, a qué le temía y qué imágenes o figuras veneraban.
El calor y el color, fue una constante, una especie de necesidad elemental.
No tener un lugar fijo donde habitar, jamás fue un impedimento para tomar un espacio y hacerlo propio.
¿Será que el hombre necesita: “poner límites a la luz”, como relata el arquitecto Luis Kahn, en el libro Forma y Diseño?
Habitar un espacio resulta mucho más que eso.
A lo largo de mi vida tuve la posibilidad de ver cómo viven las personas en diferentes lugares, en distintas culturas.
Observé que ya sea residiendo por un tiempo o siendo un “nómade moderno”, la necesidad de tomar ese espacio, por más que sea una habitación rentada por días, era elemental.
Conocí un chico israelí que viajaba con una gran manta hecha con retazos de prendas que intercambiaba por otras. –“Recuerdo a cada persona que conocí y cada uno me dejó algo y a cada una le dejé algo de mi” me dijo.
Conocí a un bereber, nómade desde sus ancestros, que viajaba con sus alfombras tejidas por algún miembro de su familia y su tetera. Esos dos elementos eran todo su hogar.
Pequeñas alfombritas para rezar arrodillados, pequeños fragmentos para recordar quienes somos y hacia dónde queremos ir.
También me crucé viviendo con una chica sueca, en una casa antigua, en el borne en Barcelona. Ella viajaba con un gran espejo francés dorado a la hoja. Yo no podía salir de mi asombro. Le pregunté si lo había comprado recién y me dijo: –“Siempre lo llevo conmigo para sentirme en casa”.
Esos días solíamos salir los viernes con otros integrantes de la casa en busca de tesoros, brazos y piernas de maniquíes desarmados salían de las paredes. Cualquier objeto era preciado, reinterpretado con amor y con humor.
En otro viaje conocí a una chica italiana que siempre llegaba a la casa con pequeños fragmentos de espejos rotos. Un día no aguanté más y le pregunté qué hacía con eso. –“Mirá”, me dijo. Al entrar en su habitación observé el más fabuloso mural construido con todos esos pequeños fragmentos.
Pegar fotos o imágenes con cinta de enmascarar azul, es el mejor de los recursos cuando enmarcar no tiene sentido, pero sí se necesita observar la cueva para vernos, como una especie de afirmación inconciente sobre, quienes somos?
Una casa no siempre es un hogar, se convierte en refugio cuando nos reflejamos en ella. Cuando toma autonomía, y habla por sí sola, cuando no hay que explicar con palabras, porque sin hablar de quién la habita está todo dicho.
Es ahí donde nos sentimos en calma, es así que se vuelve a sentir calor, el calor que nos refiere al principio, a esa contención tan agradable del útero materno.
Una vez escuché un relato contado en primera persona, una persona que vivía en la calle, sin hogar y para mi asombro, al preguntarle qué era lo que más extrañaba dijo: –“Además del calor y el agua, extraño desde lo más profundo esa hermosa sensación de tener una llave en el bolsillo”.
La llave como símbolo, la llave, ese pequeño elemento con tanto significado para el ser humano.
Nunca más volví a ver una llave de la misma manera.
Los que tengamos la suerte de tenerla, usemos esa llave para llegar a nuestro interior, tomémosla como herramienta y como lugar donde poder pegar pequeños fragmentos de espejos rotos, en un maravilloso relato sobre nosotros mismos.
Cecilia Vassaro
@ceciliavassaroestudio
Un placer leer la nota!!
Un mini viaje a la imaginacion con todos los sentidos ? y un inmenso placer, mayor aun, encontrarlas amigas,
A Ceci la admiro y sigo hace mucho y a vos Lala , hace muy poco, ambas generan en mi mi mucha admiración e inspiración, y como no podia ser de otra forma, pertenecen al mismo grupo de almas ?
Muchas gracias Ro, te agradezco mucho tu hermoso comentario. Gracias por pertenecer a nuestra comunidad Gelly ?