La tristeza

Va y viene.

Es una emoción básica, una respuesta natural a la pérdida. Sin embargo, cuando es muy intensa o se prolonga demasiado en el tiempo, puede indicar algo más profundo y poderoso. Mientras la tristeza es pasajera, va y viene, la depresión se arraiga de maneras más incómodas y viene acompañada de otros síntomas.

“La tristeza es una de la emociones básicas, aunque no tiene tan buena prensa si se la compara con otras, como la alegría, por ejemplo. Varios estudios científicos la relacionan con su manifestación patológica: la depresión. Sin embargo, como cualquier otra emoción, también debe analizársela en su aspecto conductual o psicológico, como una reacción a un cambio”, dice el estudio Psicobiología de la tristeza, publicado en noviembre de 2018 por un grupo de profesionales brasileños.

Según el citado estudio, las causas más frecuentes de tristeza son: “problemas y/o muerte de amigos, enfermedad (propia o de alguien cercano), problemas y/o muerte de familiares, separación permanente de amigos, fracasos, malas noticias (contexto social), separación temporaria de amigos, soledad, el fin de una experiencia agradable y depresión”.

La pandemia del coronavirus cliquea varios de estos casilleros, lo que nos exime de toda culpa si nos sentimos tristes por estos días. Aunque, en rigor de verdad, nunca deberíamos culparnos por sentir: it’s only human.

I’ve got the blues
“Darwin consideraba que las emociones juegan un rol clave en términos de adaptación, porque son herramientas vitales de interacción. Hacen posible la comunicación, porque provocan empatía o antipatía en los otros, y revelan más información que la que revela el lenguaje verbal, incluso. Básicamente, las emociones le permiten al individuo adaptarse al mundo”, dice el estudio.

“Cuando una persona está triste, disminuye la atención que pone en el mundo externo y cobran relevancia sus aspectos interiores, lo que preserva su energía, que puede orientarse a solucionar el problema. En cuanto a su función adaptativa, se habla de un factor motivacional, pues si una situación equis produce tristeza en una persona, en el futuro esa persona tenderá a evitarla.”

“Existen otras funciones personales y sociales de la tristeza: una de ellas es su contribución al fortalecimiento de los lazos que nos unen, porque despierta empatía y compasión en los otros. Y también la de volverse sobre uno mismo, lo que hace que nos cuestionemos nuestras prioridades ante una pérdida real o eventual.”

En Psicobiología de la tristeza los autores explicitan que el disparador de la tristeza puede ser algo que acontece de hecho, pero también puede ser una pérdida potencial o incluso la evocación de una pérdida pasada, lo que explica que -por ejemplo- nos pongamos tristes cuando pasamos por determinado lugar o escuchamos cierta canción. Jorge Luis Borges lo dijo mejor en su poema 1964: “no basta ser valiente / para aprender el arte del olvido. / Un símbolo, una rosa, te desgarra / y te puede matar una guitarra.”

Cara de emoji
“Cuando una persona está triste, se expresa mediante llantos o suspiros. Esto puede tener que ver con los bajos recursos que tenemos para manejar la emoción y, por ende, con la necesidad de comunicárselo y compartirlo con otros. Porque se trata de una emoción universal, el dibujo de la expresión facial de una persona triste es el mismo en todo el mundo: los párpados a media asta, la boca y las cejas para abajo, cierta flaccidez en los músculos de la cara”, dice el estudio Psicobiología de la tristeza.

“Es importante entender el vínculo que existe entre las emociones y el consumo de sustancias. Una investigación de Harvard University encontró que es la tristeza, y no el mal humor, un disparador del consumo de sustancias adictivas. Sobre una prueba realizada en fumadores para demostrar el nexo entre las emociones y la toma de decisiones, el estudio revela que aquellos que estaban tristes mostraban más impaciencia por fumar, pero también por pitar más veces y más profundamente. Para una persona triste, los cigarrillos son una solución al problema.”

Este estudio de Harvard revela que la tristeza no solo promueve el consumo de nicotina más que cualquier otra emoción, sino que además podría ser su causa.

Triste no es deprimido
Pero sí a la inversa. Dice Carlos Daniel Franco, especialista en Psiquiatría y Magister en Psiconeurofarmacología: “Tristeza implica un decaimiento muy significativo del estado de ánimo y una reducción importante del nivel de actividad. Es una respuesta a situaciones donde un individuo se siente impotente y no puede ejecutar ninguna acción directa para resolver aquello que lo frustra. Su función es evitar esfuerzos innecesarios, economizar recursos, y esto se logra bajando el nivel de actividad en general.”

Dado que la tristeza y la depresión comparten frontera, ¿en qué hace pie un especialista para diagnosticar una u otra?
“La tristeza es un síntoma cardinal de la depresión, pero ésta última se diferencia de la tristeza esperable por su magnitud y por su duración, y fundamentalmente porque la depresión viene acompañada de una serie de otros síntomas cardinales, como un pobre nivel de autoestima y un pesimismo marcado. Clásicamente, también suele haber autoreproches, anhedonia (la imposibilidad de obtener gratificaciones o placer) y pueden aparecer ideas de muerte o de suicidio ante la fuerte vivencia de que no hay salida”, dice Franco. “Actualmente, conocemos el correlato neurobiológico de esta sintomatología. Para ser sintético, cuando hablamos de depresión podemos hacer referencia a alteraciones de la amígdala y del hipocampo, que son núcleos de neuronas subcorticales alojadas en el lóbulo temporal, y también a alteraciones de la corteza prefrontal.”

¿Cómo se lidia con la tristeza?
“Dado que la tristeza es una respuesta emocional esperable, y que no es dañina per se, considero -y, en general hay consenso entre los colegas- que no debe medicarse ni patologizarse.”

¿Y qué hacemos entonces con un paciente entristecido?
“Lo más importante es evitar la negación, promover la aceptación y la resignación al tiempo que tome reponerse de ciertas frustraciones o pérdidas. También es importante promover la paciencia y el acompañamiento de las personas de su entorno.”

Mirémoslo al revés
Si la tristeza nos conecta con otros, ¿qué pasa cuando -por fuerza mayor o voluntariamente- tenemos que estar desconectados? ¿Nos ponemos más tristes?

“El coronavirus arrasa el mundo justo en el momento de la historia de la humanidad en que más personas eligen vivir solas. La tendencia comienza a hacerse notoria a principios del siglo XX, y se acelera a partir de los años 60. En 2019, el 28% de los hogares relevados pertenecían a una sola persona (sobre el 23% medido en 1980). Estocolmo es el ápice: en 2012, en el 60% de los hogares vivía un solo individuo”, escribe Robin Wright para The New Yorker.

La facultad de Psicología de la UBA publicó un protocolo para llevar mejor el aislamiento durante la cuarentena, donde resalta la importancia de mantener activas las redes sociales de contención emocional con familiares, amigos y personas de confianza a través de los medios digitales. Claro que no es lo mismo que el contacto cuerpo a cuerpo, que libera oxitocina, la famosa “hormona del amor”, pero algo es algo.

Nadie puede siquiera aventurar qué va a pasar después del coronavirus, cómo van a quedar los sistemas que hasta hoy marcaban pautas. Pero, en este poco tiempo que llevamos enclaustrados, absolutamente todos sentimos la necesidad de entrar en contacto con otros para mantenernos calibrados. Llamamos, y nos llaman, preguntamos cómo estás, nos preguntan cómo estás. Incluso personas con las que no hablábamos hace años. El coronavirus es un catalizador de relaciones.

“Cuando termine este período de aislamiento y salgamos de esta, no creo que la sociedad cambie demasiado. Somos una especie de aprendizaje lento. Pero seguramente diremos wow, hice un montón de cosas buenas. Estar unidos fortalece los lazos interpersonales, y deja al desnudo lo importante que es la conexión humana para la salud física y mental”, dice la nota de The New Yorker.