Es la nueva fortaleza.
“Vivimos tiempos de verdades provisorias, tiempos en que los grandes relatos ideológicos parecen haber quedado en la historia y los sistemas que nos rigen (el capitalismo, por ejemplo) están siendo puestos en cuestión”, dice Ximena Díaz Alarcón, antropóloga y cofundadora de Youniversal, una agencia regional especializada en investigación y tendencias de mercado. “Frente a la falta de certezas, la agilidad y la vulnerabilidad aparecen como valores compensatorios. Como el terreno cambia rápido y nada es previsible, hay que perfeccionar los mecanismos de respuesta. Frente a contextos más volátiles, se aspira a reaccionar más rápido. La agilidad le abre paso al error, porque soy un ser humano y me equivoco, y en este aspecto los errores sirven para aprender: me ayudan a reaccionar más rápido y mejor la próxima vez.”
¿Y cómo se relaciona esto con la vulnerabilidad?
“Uno tiene que estar dispuesto a abrirse a lo que el entorno nos quiere enseñar. Si no sos permeable, no vas a poder dejar entrar estímulos ni generar nada hacia afuera. Y entonces aparece el otro super-poder, la vulnerabilidad, lo más humano que uno puede mostrar. Porque uno puede equivocarse y salir lastimado, pero ahí también radica la capacidad de aprender. Son los mensajes que se tatúan los millennials (o lo que usan de fondo de pantalla, o en la funda del celular, o en agendas): la autenticidad, el compromiso con uno mismo, la idea de escucharse, de aprender a soltar como señal de agilidad y adaptación a un entorno que propone cambios permanentemente. Todo invita a aprender para la próxima vez, que se supone va a ser mejor”, dice Díaz Alarcón.
El caso Brené Brown
“Siempre me acuerdo de la conversación que tuve con un chico de veintipocos. Cuando lo conocí, me contó que sus padres le habían mandado los links de mi charla Ted y que se había quedado enganchado con el tema de la sinceridad y de jugársela. A tal punto, que la charla lo había motivado a decirle a la chica con la que salía que la amaba. Cuando me lo comentó, sonreí y les deseé un final feliz. Pero no. Porque, cuando él se confesó, ella le dijo que pensaba que él era genial, pero le parecía mejor que salieran con otras personas. Cuando volvió al departamento que compartía con sus roommates después de hablar con su chica, les contó lo que acababa de pasarle. Me dijo: los dos estaban atrás de sus laptops, y sin levantar la mirada me contestaron: ¿y cómo se te ocurrió hacer eso? Uno de sus roommates incluso acotó que las mujeres solo se enamoran de los hombres que huyen de ellas. El chico me miró y me dijo: confieso que me sentí bastante estúpido. Por un momento me enojé conmigo mismo, y con vos también. Pero después lo pensé mejor y me acordé por qué lo había hecho. Y se los dije a mis amigos: yo me la jugué, amigo. Y sonrió. Y entonces me contó que sus dos amigos dejaron de tipear en sus laptops por un segundo y le respondieron: bien hecho, amigo. Jugársela no se trata de ganar o de perder. Se trata de tener coraje. En un mundo donde manda el retaceo y donde la especulación es moneda corriente, mostrarse vulnerable es un verdadero acto subversivo. Incómodo. A veces, hasta parece peligroso, porque exponerse implica cierto riesgo a salir lastimado”, explica Brené Brown en su libro El poder de ser vulnerable.
Brené Brown se hizo famosa por una Ted Talk que dio en 2010 y que ya tiene en más de 12 millones de views. En esa charla, Brown, que es socióloga, contaba cómo había implementado un método para investigar la conexión, “nuestra razón de ser, lo que le da sentido a la vida”. Y cómo esa investigación la había empujado a cierto límite personal, al punto que tuvo que salir a buscar una analista para trabajar el tema de la vulnerabilidad. Criada en una familia tejana dura, desde chica a Brené le enseñaron a no mostrar sus sentimientos. Ella misma cuenta que el mandato de la infancia era lock and load, una frase de puras connotaciones armamentistas que hace referencia a que para cargar un arma primero hay que bloquearla, cerrarla. “Cerrar el mecanismo para cargarse” también tiene una lectura simbólica que influyó potentemente en su manera de ver las cosas y manejar las emociones.
El punto de quiebre
“Crecí en una familia donde la vulnerabilidad era apenas tolerada: no hubo rueditas para aprender a andar en bici, ni antiparras para la pileta, había que hacerlo igual. Y así aprendí a sentirme incómoda no solo con mi costado vulnerable, sino también con el de los demás.”
“En un punto de mi investigación, me senté a hacer una lista de lo que tienen en común las mujeres plenas. Terminé con dos listas: en una anoté lo que querían lograr y, en la otra, lo que necesitaban soltar. Cuando leí esta última, me di cuenta de que me pintaba de cuerpo entero: perfeccionista, crítica, siempre comparándome con los demás, evaluando todo, poca diversión, mucho trabajo, temor, cero vulnerabilidad. En la otra lista había creatividad, risa, alegría, juego, autenticidad. Entonces agarré las dos listas y se las llevé a mi terapeuta y le dije: tengo seis semanas, quiero más de esto y menos de esto, y nada de revisar los rollos de la infancia”, cuenta Brown en una entrevista en The Telegraph.
“Tuve una crisis. Una de esas en las que solo querés abrir la puerta y gritar: sí, estoy loca, y si vos estás loco también, mejor, pero no me pidas que me ponga a cocinar brownies. Porque hay momentos en los que una se cansa de estar todo el tiempo complaciendo y manteniéndolo todo perfecto. Lloraba sin parar. Un día estaba poniendo los platos en el lava-vajilla y pensé voy a tirar este vaso contra la ventana, porque necesito que alguien se dé cuenta de que me estoy volviendo loca. Pero después me di cuenta de que yo misma iba a tener que juntar los vidrios rotos y encima ponerme a explicarle a mis hijos por qué mamá toma malas decisiones a veces… Un año entero estuve así. Tenía ataques de ansiedad. Básicamente, era mi cuerpo el que me decía: no podés seguir haciendo todo para todos, y encima perfecto, las luncheras para el colegio, tus trabajos académicos, etc, etc, etc. En terapia me permití entrar en contacto con mi lado vulnerable, pero fue un proceso lento y doloroso. Fue bien parecido a una pelea de esas que ves en la calle, hubo momentos muy duros.”
Fracasar es el camino
¿Cuántas veces nos dijeron -o nos dijimos- que fracasar no es una opción? Y, sin embargo, es el único modo de encontrar lo que funciona. Brené Brown sostiene que el método prueba y error es esencial para desarrollar el pensamiento creativo que permitió los grandes descubrimientos de la historia. Poner a prueba el trabajo de uno puede ser tan difícil como mostrarse vulnerable, porque uno se arriesga al rechazo, pero también contiene en germen el coraje que se necesita para probar algo diferente.
También en el mundo de los negocios, la vulnerabilidad es un valor actualmente. Cuenta Thomas J. DeLong en Harvard Business Review que “mucho antes de ganarse el lugar en la prensa por su vida personal, Tiger Woods ganó el Masters de Augusta en 1997, y por 12 golpes. Fue una victoria tan contundente que, después de ese título, Augusta rediseñó la cancha para no hacérsela tan fácil. Y, sin embargo, después de esa hazaña, su entrenador le dijo a Woods que notaba un problema en su swing. Y le sugirió que tenía que rearprenderlo por completo. La única forma de hacer algo bien es hacerlo mal al principio. No hay otra manera. Como Tiger Woods cuando refundó su swing: significa reconocerse vulnerable. Desgraciadamente, la mayoría de los profesionales, desde los consultores más juniors a los más poderosos CEOs, temen probar cosas nuevas por temor a quedar como dubitativos, incompetentes o poco profesionales. Y así deciden seguir haciendo lo que saben hacer en vez de tomar riesgos, probarse, innovar.”
La trama social
“Todo esto responde a un contexto incierto que demanda poner en juego otras habilidades. Se trata de revalorizar las capacidades humanas. En un mundo tecnologizado, los humanos no nos vamos a destacar por la precisión, justamente; la diferencia que podemos hacer está en nuestra capacidad de adaptación, en nuestra flexibilidad, en nuestra capacidad de aprender. Ser rígidos y aferrarnos a las estructuras no nos va a ayudar, aunque también es cierto que las personas necesitamos alguna previsibilidad y ahí radica un poco la lucha y una tensión que es interesante. Pero la certeza hoy parece que se busca dentro de uno mismo, en ser auténtico con uno mismo”, dice Ximena Díaz Alarcón.
“Cuando hablamos de vulnerabilidad en general se piensa en debilidad, falta de acceso, restricción. Y aquí vemos que empiezan a aparecer esfuerzos comunitarios que se orientan a integrar y compensar a los marginados por alguna razón, o a los desplazados. Y entonces las personas se involucran en causas comunitarias, como la de la sustentabilidad o las reivindicaciones de género o en favor de distintas minorías, algo que los une y los compromete a unos con otros. Son grandes ideas comunes de inclusión y protección (de las comunidades y del ambiente) en las que uno participa desde su autenticidad y su compromiso con otros.”
“Por otro lado, la vulnerabilidad como valor social dice de nuestra capacidad de conectarnos unos con otros. Es un valor muy humano. Yo entiendo que también sirve para diferenciarnos de la cosa dura de la tecnología. Es encontrar un lugar donde pararse para gestionar los cambios que nos afectan a todos”, concluye Díaz Alarcón.
Reconocerse vulnerable marca la diferencia entre ocupar un espacio y pertenecer. “La clave para practicar la pertenencia es creer en la conexión que existe entre nosotros. Esa conexión -ese hilo espiritual que nos une a todos los humanos del mundo- no es algo que se pueda romper fácilmente; y sin embargo todo el tiempo está siendo puesta a prueba. Cuando la idea de que hay algo por encima de nuestras individualidades, algo que se funda en el amor, se desvanece, ahí es cuando nos retiramos a nuestra guarida, aprendemos a odiar, aceptamos lo peor y deshumanizamos al otro”, dice Brené Brown.