Con este sí, con este no.
“¿Cómo nos enamoramos? Una respuesta romántica diría que nuestros instintos naturalmente nos guían a aquella persona que es buena y amable con nosotros”, dice el artículo How we choose a partner, que publica The School of Life.
“Pero existe otra línea de pensamiento, más influenciada por el psicoanálisis, que desafía la idea de que instintivamente elegimos aquellas personas que nos harán felices. Esta otra línea de pensamiento sostiene que no nos enamoramos preferentemente de aquellos que nos cuidan de una forma ideal sino de aquellos que nos quieren de formas que nos resultan familiares. El amor adulto resulta del modelo cómo-debemos-ser-amados que tomó forma en nuestra infancia y que probablemente esté teñido de una amplia variedad de compulsiones complejas que atentan contra nuestra posibilidad de crecer.”
Si convenimos que el amor es una fuerza que se apodera de nosotros -y no el resultado de un algoritmo-, podremos soportar con más tranquilidad todo aquello que nos resulta inexplicable, contradictorio e irresistible del amor. Rendirnos para ganar.
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”, escribió Julio Cortázar.
Pero que tire la primera piedra quien no se haya sentido -alguna vez, al menos- víctima de ese arrebato y que no haya querido arrancarse el corazón y tirarlo por la ventana. Esto tiene que tener una explicación, pensamos vanamente. Ni oráculos, horóscopos, nigromancia, psicología, genética, ni todo eso junto, pueden explicar cómo nos enamoramos. Lo que sí sabemos es que cada uno de nosotros elige amar a su manera. Y los de afuera son de palo.
Novela vs. diván
“Pedirle a alguien que responda rigurosamente por qué eligió esa pareja y no otra -en el universo romántico- sería algo así como una traición al amor: el amor verdadero es un instinto que naturalmente nos reúne con aquellos que nos harán felices”, dice The School of Life. (Esta corriente sobrevive hasta hoy bajo el slogan “si duele no es amor”.)
“El abordaje romántico suena de verdad bien intencionado. Sus cultores están convencidos de que el amor verdadero llega para ponerle fin a la larga cadena de relaciones frustrantes y frustradas. Pero lo cierto es que seguir nuestro instinto muchas veces resulta desastroso. Obedecer ciegamente aquello que nos despiertan ciertas personas, en el boliche o en el tren, en una fiesta o en una app de citas, aquello que el arte ensalza con imaginería subliminal, no es mayor garantía de éxito que el de un matrimonio arreglado entres dos reyes medievales interesados únicamente en expandir sus tierras. El instinto no produce mejores historias de amor que el cálculo de intereses.”
“Los románticos no se rendirán tan fácil. Atribuirán todas las dificultades que encontramos en el amor al simple hecho de no haber buscando lo suficiente a la persona correcta. Este ser humano está allá afuera en algún lado (la media naranja), es solo que todavía no nos hemos encontrado. Por eso tenemos que seguir buscando, apoyados en nuestra voluntad y en toda la tecnología disponible.”
“Creemos que buscamos la felicidad en el amor, pero lo que de verdad buscamos es familiaridad. Buscamos recrear, en nuestras relaciones adultas, aquellos sentimientos que conocemos de chicos, y que raramente se limitaron a ser de atención y cuidado. El amor que muchos de nosotros experimentó en la infancia venía mezclado con dinámicas no tan sanctas: algunos tuvimos que cuidar de un adulto desbordado, o sentimos falta de cariño de alguno de nuestros padres, o miedo a sus ataques de ira, o una profunda inseguridad que nos impidió aprender a comunicarnos. Es por ende lógico que, como adultos, nos encontremos rechazando algunos candidatos, y no porque haya algo malo con ellos, sino porque a veces son demasiado correctos -en el sentido de equilibrados, maduros, comprensivos y confiables- para nuestros corazones maltrechos. En cambio, preferimos ir detrás de aquellas historias más excitantes, y no porque creamos que esa es la vida que queremos sino porque vamos como arrastrados por un sentido que nos dice que esa persona resonará como nosotros.”
“Dos personas que se enamoran son dos infancias que se entienden mutuamente. Sin eso, el amor no es gran cosa”, dice el libro de Julia Kristeva y Philippe Sollers sobre el matrimonio.
Love is not loving
TheG conversó con María Andrea Yannuzzi, psicóloga, PhD en la Universidad de Pittsburgh y terapeuta de negocios.
¿Coincidís con la afirmación de que nos enamoramos de aquellos que nos quieren de formas que nos resultan familiares?
Todo encuentro es un reencuentro, decía Pichon Rivière. ¿Azar, suerte, causalidad, manifestación, deseo, sincronicidad, encuentro de inconsciente a inconsciente, destino? La primera atracción del enamoramiento contiene siempre “parecidos familiares” de los que podemos ser más o menos conscientes. Parecidos, en primer lugar, como reflejo de nosotros mismos, “almas gemelas”, un ideal que procura fusión, coincidencias, compatibilidades totales inmediatas y satisfacciones plenas e infinitas. Espejo del propio narcisismo, el enamoramiento inicial mezcla pasión con ilusión de completud; recién en un segundo momento somos capaces de internalizar aquellos contenidos y valores a los que aspiramos según la devoción de cada quien (porque esto se aplica una relación de pareja pero también a nuestros lazos con otras personas u otras causas, fanatismos, religiones, etc). La neurobiología del enamoramiento es altamente placentera, y se traduce en una danza de hormonas, feromonas y neurotransmisores. Por eso sentimos familiaridad aún frente a un desconocido, una sensasión de seguridad que se apuntala -en un segundo momento- con nuestras experiencias tempranas. Habrá que ver cuáles son esas sensaciones familiares, porque las hay muy variadas y serán determinantes en los patrones que repetiremos, tanto de bienestar y cuidado como de dolor, abandono, apegos ansiosos, inseguridades, conflictos de merecimiento y autoestima.
Si, en efecto, el linaje de nuestros amores está determinado por los modos en los que fuimos queridos en la infancia, ¿podemos hacer futurología sobre nuestro destino amoroso?
Ese sentimiento inicial de familiaridad (“parece que nos conociéramos de toda la vida”), como reencuentro simbólico de vidas pasadas trae una sensación de completud que parece subsanar toda angustia, necesidad y carencia. Con el tiempo veremos si esta fascinación inicial puede transformarse en una construcción a futuro con compromiso, entrega y responsabilidades afectivas que no sucumban a la desilusión de nuestras inexorables realidades imperfectas. Llamativamente, a una relación que no prosperó suelen seguirle formaciones reactivas que pueden llevarnos a buscar exactamente lo opuesto de lo que teníamos en nuestra pareja anterior. ¿Cómo es, entonces? ¿Como reza el dicho popular, que lo mismo que nos enamora es lo que nos desenamora? No podemeos hacer futurología, al contrario. Nuestro aprendizaje como seres humanos viene de la elaboración de las experiencias amorosas desde nuestra infancia hasta hoy, transformando patrones de repetición dolorosos en nuevas modalidades vinculares donde prevalezca una reciprocidad amorosa.
¿En qué medida ser conscientes de nuestros patrones emocionales (a través del psicoanálisis, por ejemplo) puede liberarnos de este y otros condicionamientos?
Ser conscientes de nuestros condicionamientos internos arroja luz sobre esos puntos ciegos que nos dejan empantanados en repeticiones (“¿por qué siempre me tocan este tipo de personas?”) o en diversas creencias limitantes aprendidas (“me siento insuficiente o no elegido/a”), pasando por el síndrome del impostor, patrones vinculares de víctimas y/o victimarios, culpas melancólicas y/o psicopatías narcisistas, etc. Toda experiencia terapéutica de crecimiento y evolución personal colabora en hacernos conscientes de nuestra singularidad ontológica -que aprendemos a aceptar y honrar- y de los vínculos amorosos integrativos y no disociados, porque integran nuestras luces y sombras, fortalezas y debilidades, virtudes y defectos. Es en este encuentro amoroso donde nos vemos con Otro ya no desde la ilusión sino desde la aceptación. Entonces ponderamos nuestros niveles de compatibilidad, y consideramos si ese sentimiento amoroso perdura y transmuta en el proyecto de compartir el camino. O una parte de él, al menos.
Un ejercicio
El artículo de The School of Life propone un test básico de reconocimiento de patrones.
“Un buen punto de partida es preguntarnos (munidos de lápiz y papel) qué tipo de persona no nos gusta para nada. Esta reacción de disgusto es un buen indicativo de que algunos de esos rasgos que nos repelen puede que no sean para nada negativos, objetivamente hablando, y sin embargo a nosotros no nos gustan. Una persona que nos pregunta mucho sobre nosotros puede ser tierna objetivamente, y a nosotros resultarnos inquietante”, dice el artículo.
“No se trata de censurarnos, para nada, sino de conocernos. Esta es información vital: deberíamos hacer una pausa y tratar de entender de dónde vienen nuestras aversiones, qué aspectos de nuestro pasado nos complicaron tanto esto de aceptar ciertos tipos de alimento emocional.”
“Y aunque no podamos cambiar el patrón, de todos modos es muy útil saber que estamos arrastrando ese yunque. Nos ayudará a ser más cautelosos cuando sintamos -después de conversar apenas diez minutos en un bar- que estamos frente al gran amor de nuestra vida. Repasar nuestra historia emocional nos hará sentir más livianos y capaces de amar a diferentes tipos de personas. Nos descubrirá que aquellos rasgos que amamos, y aquellos otros que nos dan pavor, se encuentran en combinaciones distintas de aquellas que encontrábamos en nuestros afectos primarios, en esas personas que nos enseñaron a amar, hace ya mucho tiempo y en una infancia que -por fin- estamos empezando a honrar.”
Por Carmen Güiraldes.