Chatear con fantasmas.
Las (nuevas) tecnologías propician el anonimato. Borrar cualquier rastro de presencialidad a través de los ticks grises, o del tiempo de la última conexión, es una costumbre más frecuente ahora que antes. No responder a un mensaje es una opción más frecuente ahora que antes. Porque administrar los tiempos y modos en que vamos a interactuar con los demás es la única alternativa que nos queda ante la catarata de mensajes y demandas, y de palabras que no dicen mucho. En esta nota, TheG se propone investigar si los (nuevos) protocolos están cementando una nueva sensibilidad. Porque lo que hasta hace muy poco se leía como una traición, ahora podría entenderse como una forma de decir no, por muchos motivos que (aún cuando la comunicación sea uno a uno -los chats grupales están eximidos de todo protocolo-) no deberían tomarse personales. O no siempre.
Emisor: le mandé un mensaje / lo leyó porque hice swipe para ver, porque no tiene ticks azules ni último conexión / está online / ¡pero no me responde! / ¿le mando otro? / ¿cuándo le mando otro?
Receptor: vi su mensaje / no puedo responder ahora porque estoy en una reunión / igual tampoco sé mucho qué decirle, no tengo una respuesta clara / creo que necesito un par de horas para pensarlo mejor / ¿le digo: en un rato te contesto? / ¿o directamente lo pospongo?
Todas las personas tenemos hábitos de comunicación diferentes. Y esto fue así siempre. Antes de internet, algunas personas devolvían las llamadas rápido y otras se tomaban su tiempo. Sin embargo, la mayoría nos alteramos ante una no-respuesta en WA. ¿Por qué? “Esto puede deberse a las discrepancias en las normas sociales en torno a la comunicación moderna. En muchas otras áreas de nuestras vidas, tenemos normas de notificación claramente definidas: a quién le contás qué y cuándo, que se consideran ‘correctas’. Por ejemplo, cuando compartís grandes noticias con alguien, es generalmente adecuado felicitar de inmediato; una respuesta tardía resultaría grosera. Pero en el mundo digital 24/7, no todos están de acuerdo en a quién deberías contactar, por qué y cuán rápida debería ser la respuesta. Ninguna de estas normas de notificación está formalizada o establecida de manera definitiva”, dice el artículo The crippling expectation of 24/7 digital availability publicado por BBC.
Data dura
Un estudio titulado Abandono en la era digital, que sintetiza diversas investigaciones psicológicas y sociales realizados sobre el tema en 2023, informa que entre el 20% y el 40% de la población general ha experimentado el fenómeno del ghosting, ya sea como la persona ignorada (ghosteada), el que ignora (ghosteador), o ambas cosas. El estudio sugiere que los ghosteados son los que más afectados quedan. Los ghosteadores sienten culpa pero también alivio, mientras que los ghosteados son más propensos a experimentar tristeza y dolor. “Necesidades humanas fundamentales, como el sentido de pertenencia, el control, la autoestima y el significado de los lazos relacionales se vieron socavadas en los ghosteados. La incertidumbre y la duda de sí son algunos de los impactos no deseados que resultan del ghosting. Las personas que son ghosteadas pueden comenzar a cuestionar su autoestima y a pensar demasiado en las razones detrás del ghosting hasta el punto de rumiar y perder el sueño”, dice el estudio.
Otro estudio, recientemente publicado en Journal of Experimental Psychology y liderado por Ye Jin Park, de New York University, encuentra estadísticas que refuerzan la tesis de que el ghosteador no está exento de los efectos del ghosting. En uno de los experimentos, 118 participantes del Reino Unido se organizaron en dos grupos. Después de una primera conversación, aquellos asignados a la condición de ghosteadores podían ghostear a su interlocutor o esperar mucho tiempo antes de hacerlo (y atribuírselo a una dificultad técnica inventada). Los ghosteados fueron dejados esperando sin explicación. El estudio midió la discrepancia entre el responsabilidad de los ghosteadores y las percepciones de los ghosteados: los resultados mostraron que los ghosteadores se preocupaban más por los ghosteados de lo que estos creían (algunos hasta estaban dispuestos a pagar una pequeña tarifa para mandar el mensaje de justificación).
“Actualmente estamos investigando un proyecto de seguimiento sobre el ghosting accidental, es decir, cuando se ghostea involuntariamente”, explicó Park. “Nos dimos cuenta de que la mayoría de las veces en las que ghosteamos son accidentales, generalmente porque recibimos muchos mensajes y olvidamos responder uno, o cuando alguien nos envía un correo electrónico con una solicitud que requiere reflexión. Estamos interesados en ver si los ghosteadores subestiman la probabilidad de que ocurra un ghosting accidental, y potencialmente identificar intervenciones para mitigar estas predicciones erróneas.”
Aunque suele analizarse más del lado del abandonado, lo cierto es que -como en cualquier intercambio- se necesitan dos para el tango. Y una cosa es ser atento, pero otra bastante distinta es poder (y querer) hacerse cargo de la constante necesidad de validación de algunas personas, y de la inmediatez con la que demandan atención.
Andrea no ghostea
TheG conversó del tema con Andrea Yanuzzi, psicóloga, PhD en la Universidad de Pittsburgh y terapeuta de negocios.
¿Cómo hacemos para comunicarnos con alguien que está configurado como un fantasma?
Tomemos de ejemplo lo que sucede en el juego de citas de las aplicaciones. Un ghosteador, es decir alguien que desapareció -y que a la vez convierte a su interlocutor en un fantasma-, está enviando un mensaje unidireccional de silencio y desconexión. Esto puede provocar en el otro una reacción de perplejidad, ira, dolor, desconcierto, y tal vez insista en dialogar o buscar explicaciones, en general inútilmente. Las personalidades más vulnerables suelen interpretar esta huída evitativa como un abandono, rechazo o falta de merecimiento por inseguridades propias, dudas culposas y baja autoestima, en vez de verlo que como una limitación del otro. Hoy impera esta comunicación fantasmagórica, y sus códigos parecen empobrecer las subjetividades a favor del consumo y la cultura del descarte, quitando valor a una de las mayores riquezas vinculares, como es una comunicación efectiva y empática (N. de la R.: y a una de las aventuras más interesantes: conocer a otra persona). Los bombardeos amorosos propios del cortejo inicial suelen ser una herramienta de este “juego”de citas, que -al menos en un principio- no debiera tomarse más que como tal, sin agregarle expectativas ni ansiedades. Pero muchos cortejos iniciales -por más intensos o pausados que sean- bien pueden convertirse en relaciones duraderas y comprometidas si ambas partes así lo desean y pactan: solo el tiempo y la coherencia entre dichos y hechos demostrarán estos vínculos en su verdadera dimensión.
¿Puede ser que una persona que se enoja demasiado por no recibir una respuesta esté proyectando sus propias reglas sobre los otros, aunque los otros tengan sus tiempos?
Puede ser que sea difícil y perturbador para algunas personalidades aceptar que la frecuencia de los mensajes no cubre sus expectativas o las excede, por ello es fundamental consensuar entre las partes las modalidades de comunicación. (En caso de no ser compatibles en sus preferencias, aceptar que entonces no habrá fluidez en la interconexión ni en el diálogo entre las necesidades y deseos de las partes.) Por eso los acuerdos privados son tan recomendables como diversos. Llama la atención que lo que antes era “tomemos un café y lo charlamos personalmete” ya casi no es una alternativa para superar un mal momento ocasional, un desencuentro, un malentendido o una ofensa. Muchas veces gana el olvido o, la aceptación del quiebre sin mediar trámite. En eso los japoneses nos enseñan el valor de los hilos de oro que pueden reparar un jarrón roto, mientras que Occidente parece proponer más la cultura del descarte.
¿Analógico es necesariamente mejor que virtual, cuando hablamos de hablar?
La presencialidad es irreemplazable, pero vivimos en una era en la que hay mucha mayor conectividad virtual que orgánica, esa que incluye las dimensiones analógicas corporales, psicológicas y espirituales (figurativamente, el electromagnetismo de la energía en el encuentro presencial de cada uno con los otros). La comunicación analógica es todo el inmenso mundo no verbal de miradas, gestos, expresiones faciales, posturas y símbolos que, aunque están presentes en videos y videollamadas, no incluyen besos, abrazos, apretones de mano, caricias, palmadas en la espalda, etc. Lo que se pierde en los mensajes de texto, más allá de la riqueza escritural de cada quien, puede devenir incluso en grandes malentendidos si no aparece alguna modalidad ilustrativa que marque la intencionalidad y el humor de lo que se trata de expresar. Las reglas de juego implícitas en las redes incluyen -como en los juegos de póker o truco- la mentira y el bluffing (que es alardear, disimular y pretender), pero distintas son las trampas como cambiar la identidad, ocultarse en el anonimato, estafar, acosar, hacer bullying, etc. Por eso aumenta la desconfianza como mecanismo de defensa en desmedro del fair play, la confianza amorosa y las construcciones vitales. En tiempos de la postverdad, el intercambio pacífico de múltiples lecturas, visiones, interpretaciones y sentires respecto de los hechos -según diversas ideologías y creencias- es muy necesario para nuestra evolución, pero no debe confundirse con el bullshitting mentiroso, inescrupuloso y manipulador que se utiliza con el único propósito de engañar para obtener algo a cambio.
Dicen que para comunicarse hay que saber escuchar. En si respondemos o no, en el tiempo que demoramos en responder, en el medio que elegimos para responder (reacción, emojis, palabras, llamada, videollamada, encuentro presencial) nos revelamos y se revela el otro. Es obvio, pero vale recordarlo: el otro no necesariamente responde como yo lo haría. Ni en la forma ni en el contenido. ¿Acaso quedarnos en el debate del ghosting no es hacer ruido para tapar nuestra incapacidad de escuchar al otro? ¿Aunque lo que el otro tenga para decir sea nada?