Es necesario darle un sentido.
“Me rehusaba a poner mis sentimientos en palabras. Es que mi cerebro se niega a aceptar que tanto Kobe como Gigi no están más. No puedo procesar ambas cosas al mismo tiempo. Es como que, por un lado, mi cerebro trata de aceptar que Kobe se fue, pero mi cuerpo se niega a aceptar que mi Gigi no va a volver nunca más. Algo está muy mal. ¿Cómo puede ser que yo me despierte cada mañana y mi bebita no tenga esa oportunidad? ¡Me enoja tanto! Tenía tanto por vivir. Y después pienso que tengo que ponerme fuerte por mis otras tres hijas. Furiosa de no estar más con Kobe y con Gigi, pero muy agradecida de tener a Natalia, a Bianka y a Capri. Ya sé que lo que siento es normal. Es parte del proceso del duelo. Igual lo quería compartir por si alguien ahí afuera está pasando por algo parecido. Dios. Cómo me gustaría que estuvieran acá y que esto no fuera más que una pesadilla. Rezo por todas las víctimas de esta tragedia horrible. Por favor, recen por todos nosotros”, publicó Vanessa Bryant pocos días después de perder a su esposo y a una de sus hijas en un accidente de helicóptero.
La vida cambia en un instante. De repente pasa algo que sacude la escena de lo conocido y es tan fuerte el impacto que lo primero que hacemos es concentrarnos en lo inmediato, como un reconocimiento de la escena, como cuando te das un golpe fuerte y tanteás con miedo tu propio cuerpo para ver qué te rompiste.
“La reacción y el trabajo de duelo de cada persona es diferente y está atravesado por múltiples factores y circunstancias: la personalidad, el cuerpo de creencias, la relación y parentesco con la pérdida, la edad, el estado de situación y contexto, las vulnerabilidades y fortalezas, la resiliencia y capacidad de sanación, etc. Cuando impacta la muerte de manera abrupta e inesperada, sea accidental como la de Kobe Bryant o víctima de la violencia como Fernando Báez Sosa, la situación deviene traumática. Todo cambia en un instante, nada será como antes y hay demasiado dolor para metabolizar. Obviamente es distinto elaborar un duelo por un asesinato, por un accidente, por un suicidio, por un padecimiento de salud agudo y súbito o luego de una dolencia prolongada (duelo anticipado). Otros duelos, como el pasaje evolutivo de una etapa a otra, la pérdida de la juventud, una separación, migración, mudanza, cambio de trabajo, etc, también pueden patologizarse, pero lo traumático no nos da espacio ni tiempo ni palabras para la despedida”, dice María Andrea Yannuzzi, psicóloga, PhD en la Universidad de Pittsburgh y terapeuta de negocios.
Son seis etapas, no cinco
David Kessler y Elisabeth Kübler-Ross escribieron en 1969 un libro que inmortalizó las cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y, finalmente, aceptación.
Estas etapas no se dan en orden, no es que uno se gradúa de una y pasa a la siguiente y así hasta cumplirlas todas. No, en general se superponen unas con otras o se dan todas juntas al mismo tiempo, como en el posteo de Vanessa Bryant, por ejemplo. La que se recorta más claramente es la última. Aunque no se podría definir cuándo se produce exactamente, aceptar es hacer las paces con la idea de que vamos a convivir con esa falta para siempre.
Cuando murió su hijo de 21 años, Kessler pensó que el camino del duelo no terminaba en la aceptación, como había definido con la coautora de aquel bestseller, Sobre la muerte. Kessler entendió que había una etapa más, la de darle un sentido a todo ese dolor, que en general coincide con la sanación. “El sentido aparece mientras buscás la forma de mantener vivo todo el amor que sentías por esa persona, al mismo tiempo que seguís adelante con tu vida. Pérdidas es lo que nos da la vida. Sentido es lo que uno puede aportarle”, dice Kessler.
Madres del Dolor, por ejemplo, es una asociación civil argentina que reúne a un grupo de madres que perdieron a sus hijos en accidentes o hechos de inseguridad. Lo que le da sentido a la pérdida de estas mujeres es haberse reunido para “promover y consolidar la prestación de Justicia, brindar servicios de asistencia y constituir un foro de defensa de los derechos y la seguridad ciudadana”. Por la memoria de sus hijos y por el bien de los hijos de otras madres “realizamos campañas publicitarias y reuniones con autoridades diversas difundiendo nuestros proyectos de ley, damos charlas en escuelas, universidades y para la comunidad en general sobre violencia en todas sus formas”. Las Madres del Dolor ofrecen consultas gratis y no tienen afiliación política.
Opinión autorizada
The Gelatina conversó con María Andrea Yannuzzi, psicóloga, PhD en la Universidad de Pittsburgh y terapeuta de negocios.
Un duelo, ¿debe forzosamente cerrarse?
“Un duelo dispara muchas emociones diversas, que van desde el sentimiento de desintegración y propio morir de los deudos (“estamos muertos”), cólera (“estoy tan enojada”; “pedimos justicia”), negación y algunos otros estados que parecen más desafectados (“estamos shockeados, todavía no lo podemos creer”), intentos de negociación (“ahora es mi ángel”; “será ejemplar, para que no vuelva a pasar”) o falta de reacción (“no siento nada”) y despersonalización (disociación inconsciente). En todos los casos, algo se ha roto en el tejido afectivo y sólo un proceso de duelo podrá repararlo.”
¿En qué ocasiones el duelo se torna un problema en sí mismo?
“Cada nueva crisis vital muestra cómo resolvimos las anteriores. ¿Nos abatimos y nos mostramos amargados ante las frustraciones de la vida o tendemos a integrarlos, transcurrirlos y superarlos con coraje y energía vital? Los terapeutas y las personas más resilientes, que ya atravesaron otros duelos, tendrán más experiencia al respecto, pero en cualquier caso la ayuda profesional y el acompañamiento afectivos resultan indispensables.”
¿Podemos quedarnos para siempre en el dolor?
“Las pérdidas materiales y simbólicas nos generan distintos grados de tristeza. A diferencia de las depresiones clínicas y de la melancolía, luego de una pérdida atravesamos un estado depresivo que es reactivo, esperable pero también transitorio. Como dice el proverbio chino: Nadie puede evitar la tristeza, lo que no debemos hacer es anidar en ella. Un duelo es patológico cuando nos quedarnos a vivir ahí, identificándonos con lo perdido como explica Freud, “viviendo muertos”. A veces se prolonga en el tiempo en la forma de una melancolía eterna, son sujetos como retirados y visiblemente ausentes, desvitalizados, que rumian nostalgias dolorosas que afectan su capacidad de seguir. De más está decir que las enfermedades y somatizaciones que acompañan estos cuadros son la expresión de ese dolor psíquico acallado.”
¿Cómo puedo ayudarME (o ayudar a otro) a atravesar un duelo?
“Resolver adecuadamente los duelos que tengamos que atravesar es crucial para el buen funcionamiento del aparato psíquico. Cuando llegan el solaz de la aceptación y el sentido es porque han intervenido con éxito los mecanismos de defensa, la sublimación en una causa: en la escritura, en una nueva manera del amor, en un proyecto… Es fundamental visualizar esas situaciones como probabilidades y no proyectar en el futuro la repetición dolorosa e inexorable de lo que pasó. Activar los mecanismos de construcción de sentido, desapegarnos de la pérdida y probar nuevos apegos, volver a encender lo que se había ensombrecido y apagado por el dolor. Otra clave es no duelar para morir con lo muerto o lo perdido, sino separarse, despedirse, decirle adiós, cerrar. En lo inmediato uno no se puede imaginar dando vuelta la página, pero es fundamental visualizar buenos momentos y proyectos, por pequeños que sean y a pesar del dolor. Permitirse salir de a ratos de la pena y reír y disfrutar de algo, aunque sea fugazmente. Pensemos en los chistes de los velorios: son instantes de afloje imprescindibles. Entrar y salir, nunca entregarse de lleno al dolor.”
¿Por qué los demás te apuran a cerrar tu duelo? ¿Qué les incomoda? ¿Hay poco lugar en la sociedad para una persona que sufre?
“La depresión y la tristeza son difíciles de acompañar, angustian y, sostenidamente, cansan. Mucha gente se desespera ante la impotencia de no poder solucionar el sufrimiento propio y/o el ajeno. También el sufrimiento es un recordatorio que activa el miedo a la muerte y a los padecimientos que preferimos mantener a raya, despierta el temor identificatorio de que nos pase lo mismo. En el otro extremo están la indiferencia, el pasatismo, la negación, la euforia y la manía, también con sus costos psíquicos. En una sociedad más empática con el que sufre habría más justicia y solidaridad, menos impunidad, desigualdad, inseguridad, violencia y autoritarismo.”
El duelo es algo que se hace
La escritora norteamericana Joan Didion perdió a su esposo en vísperas de Año Nuevo. Estaban comiendo, y él se desplomó sobre la mesa. Dos años después, la única hija del matrimonio murió también, a los 39 años. Didion escribió dos libros (uno por cada muerte) que son algo así como la Biblia del Duelo. Se llaman “El año del pensamiento mágico” y “Noches Azules”.
Para explicar el primero de los títulos, Didion dice que pensó en eso que uno hace para creer que puede influenciar o modificar el curso de los acontecimientos. Algunos eligen la superstición, otros rezan. El método de Didion, su “pensamiento mágico”, era creer con todas sus fuerzas que su esposo iba a volver, que cualquier día iba a entrar por la puerta. Por eso, durante todo ese año, se resistió a vaciar su ropero. “Él va a necesitar sus zapatos si vuelve”, pensaba.
Dice Didion que durante el proceso que vino después de las dos muertes de su esposo y su hija, aprendió que había una diferencia sustancial entre duelo y hacer el duelo. “Hasta ahora, yo solo había atravesado duelos. El duelo es algo que pasa. Pero hacer el duelo, el hecho de lidiar con el dolor, requería toda mi atención.”
“Entiendo que lo que hacemos es tratar de mantener a los muertos vivos para que se queden con nosotros. Pero también entiendo que, si queremos seguir viviendo, llega un punto que tenemos que renunciar a los muertos, dejarlos ir, dejarlos muertos. Dejarlos ser la foto en el portarretratos. Dejarlos ir en el agua. Aunque entenderlo no lo hace más fácil.”