Metamorfosis

¿Se puede cambiar?

Eric Carle es el autor de un clásico de la literatura infantil norteamericana: The very hungry caterpillar (La pequeña oruga glotona). El cuento cuenta la historia de una oruga que nace de un huevo, y que llega al mundo con muchísimo hambre. Las páginas van pasando y el cuento va contando lo que come la oruga cada día para satisfacer su voracidad así que, junto con la historia de la transformación de la oruga, Carle enseña los números y los nombres de algunas comidas: “El lunes comió una manzana. El martes comió dos peras. […] El sábado comió una porción de torta de chocolate, un helado, un pedazo de queso, salame, un chupetín, una salchicha, un cupcake y una rodaja de sandía.” Al final del cuento, la oruga se construye su capullo y se transforma en mariposa.

Aunque la metamorfosis es un concepto complejo, ningún chico cuestiona el cambio cuando lee este cuento. “La transformación de la oruga en mariposa siempre fascinó a los humanos: es que la transmutación de un insecto reptante y rechoncho en una criatura voladora es la metáfora perfecta de cambio, de liberación, incluso de la vida después de la muerte. Pero lo que hay, en esencia, es una necesidad biológica muy elemental: comer y crecer en un lugar seguro para recién después -y solo después- despegar”, escribe Richard Jones para BBC Wildlife Magazine.

Cambiar se puede
Metamorfosis es una palabra de origen griego que significa transformación. Hay muchos ejemplos de cambio en la naturaleza, pero el de la crisálida es uno de los más impresionantes. Las personas también cambiamos nuestra forma, pero no es tan evidente. De hecho, nuestro esqueleto es interno (y crece y se endurece con los años) mientras que los insectos tienen un exoesqueleto que los protege por fuera y que, como no es elástico, tienen que romper para crear uno nuevo cuando ya no entran.

Aristóteles decía que el cambio sucede porque hay una causa. Se trata de llevar al acto lo que está en potencia, y eso es posible porque los límites son porosos, porque todo en la naturaleza está preparado para el cambio. Porque se puede cambiar.

Antropomórficos como somos, los humanos creemos que evolucionar es ir de menor a mayor. Pero no: hay muchas especies animales que, para crecer, se transforman. El 80% de los insectos surge de la transformación de una larva en un adulto alado, como es el caso de las mariposas, escarabajos, polillas, moscas, abejas, hormigas y muchos otros. En American Naturalist, la holandesa Hanna ten Brink presenta un mapa de la ruta de la evolución de la metamorfosis. En su tesis, la metamorfosis ocurre a partir de la necesidad de ingerir más alimento: “Asumimos que los individuos compiten por dos fuentes de comida. La primera está disponible para todos, y la segunda sólo para los más grandes.”

Cómo es el cambio
“Primero, la oruga se come a sí misma, lo que libera enzimas que desintegran sus tejidos y produce dentro del capullo algo parecido a una sopa de oruga. Pero el contenido del capullo no es solamente una masa amorfa. Contiene grupos de células organizados que se llaman discos imaginales, que sobreviven al proceso de la digestión. Antes de romper el caparazón, cuando la oruga está todavía adentro del huevo, desarrolla un disco imaginal para cada parte de su cuerpo adulto: un disco para los ojos, un disco para las alas, otro para las piernas y así. En algunas especies, estos discos permanecen latentes durante toda la vida de la oruga. En otras, los discos toman la forma de las partes del cuerpo adulto aún antes de que la oruga arme el capullo. Así es como hay orugas reptando con alitas mínimas, aunque no se noten a simple vista”, explica Ferris Jabr en la revista Scientific American.

“Una vez que la oruga desintegró todos sus tejidos excepto esos discos imaginales, éstos se alimentarán del caldo proteico que contiene el capullo para estimular la reproducción celular necesaria para formar las alas, antenas, patas, ojos, genitales y todos las partes del cuerpo adulto de una mariposa o una polilla.”

Porque no todas las orugas se convierten en mariposas. Según la especie, algunas se transforman en polillas. Lo esencial es que mientras la potencia de la oruga es comer, la potencia de la mariposa es reproducirse y poner huevos.

Construirse un capullo
“La clave de la resiliencia es intentarlo, después parar para recuperarse, y después seguir intentándolo. Esta idea se basa en el concepto de homeóstasis, que hace referencia a la capacidad que tiene el cerebro de recomponerse para sostener cierto nivel de bienestar. Cuando el cuerpo está desbalanceado por un esfuerzo excesivo, tenemos que invertir muchos recursos mentales y físicos para recuperar el equilibrio antes de poder seguir. Si uno pasa mucho tiempo en la zona del hacer, va a necesitar mucho tiempo en la zona de la recuperación, de lo contrario se corre el riesgo de burnout. Reunir todas nuestras fuerzas para dar la batalla implica quemar energías para sobreponernos a nuestro propio agotamiento: se llama regular para arriba. Pero esto sólo potencia el agotamiento. Es por eso que, cuanto más desbalanceados estamos por exceso de esfuerzo, más valor cobran todas aquellas actividades que nos ayudan a calibrar. El tiempo de la recuperación es proporcional a la medida del esfuerzo”, escriben Shawn Achor y Michelle Gielan en Harvard Business Review.

No es lo mismo parar que recuperarse. Todos sabemos que, cuando estamos estresados, podemos pasarnos en la cama en vela ocho horas y levantarnos peor de lo que estábamos cuando nos acostamos. Porque es la mente la que tiene que descansar. Visualizar que estamos adentro de un capullo, a oscuras, alimentándonos de nuestra propia energía tiene un poder transformador. Como también lo tiene crear en algún lugar algo parecido a una pupa de seda donde podamos recuperar el equilibrio. En 2017 una escuela pública de Chicago se convirtió en tester de un invento llamado “Nido Sensorial del Bienestar”: se trata de una estructura que se propone como un refugio solitario donde recuperarse de un entorno hiperestimulante. El prototipo se divide en tres partes: una activa, una de descanso y un cocoon (capullo). La idea no es divertir sino ofrecer una tienda calma para restablecer los sentidos.

Ojos nuevos
A veces nos proponemos cambiar algo que no nos gusta de nosotros, pero otras veces cambiamos a la fuerza, porque las circunstancias así lo imponen. El ecologista Henry Wilbur dice que muchos organismos tienen ciclos vitales complejos, que incluyen cambios morfológicos pero también de conducta, y que estos cambios a menudo están asociados con algo que se alteró en su hábitat.

Es sabido que el estrés es la respuesta del cuerpo al cambio. Claro que hay cambios positivos y cambios que nos generan resistencia, pero ambos disparan la producción de cortisol y adrenalina, que nos preparan para la lucha o la huída, y se manifiestan en cada cuerpo de manera diferente: aceleración del pulso, respiración agitada, presión sanguínea, ansiedad, saciedad, etc.

Primero, entonces, hay que evaluar la causa del cambio. Si es interna o externa. Después, intentar el camino nada fácil de aceptar las emociones que nos genera. Esto puede requerir un tiempo, y un espacio propio donde podamos dejarlas ser, dejarlas entrar y que nos modifiquen, porque las emociones aparecen por algo. Esforzarse por suprimirlas, o por encasillarlas en otras emociones que nos resultan conocidas y manejables, demanda demasiada energía innecesaria. Y además nos deja cortos en el camino de la evolución: porque si el cambio aparece es para crear en nosotros nuevas respuestas (la segunda vez que aparezca el mismo estímulo reaccionaremos con menos estrés). Es como lo que dice la científica Hanna ten Brink sobre la evolución de la metamorfosis en la biología: cambiamos porque estamos listo para ir por más.

Para ver fotos increíbles sobre metamorfosis biológica: www.wormspit.com