El mar

A veces te hundís, a veces flotás.

“El 8 de julio recogimos algunas ramas y algas de agua dulce. Algún río las había arrojado al mar. No sabíamos a dónde, pero estábamos por llegar a alguna parte. De pronto, como un fantasma, ¡un barco! ¡Al fin! Hacía 45 días que no veíamos a nadie… Comenzó a llamarnos por radio. Preguntaba si esta era la balsa Atlantis que salió de África. Me apuré a contestar: Atención al pesquero Mar Azul, esta es la balsa Atlantis, le pide un comprendido, cambio. (ruido) Balsa Atlantis, correcto chico, están a diez millas de la Islas Testigo: ¡bienvenidos a América!
En 1984, cinco argentinos se subieron a una balsa hecha con troncos y una vela, pero sin timón, en Islas Canarias. El objetivo de la Expedición Atlantis era demostrar que se podía cruzar el Atlántico sin todo el artificio de Colón: apenas había que flotar y saber bastante de corrientes marinas. Cincuenta y dos días (y cinco mil kilómetros de agua) después, la balsa llegaba a las costas de Centroamérica.
La tripulación enfrentó dos tormentas fuertes, una que duró dos días, con olas de más de ocho metros y vientos de más de 70 kilómetros por hora. La otra, casi al final de la travesía, les anuló la vela y tuvieron que atarse a la balsa para no caer al mar. “Estaba prohibido que alguno se arrojara de la embarcación para auxiliar a otro que se hubiese caído. Si alguien moría, el resto debía continuar para alcanzar la meta final. Sólo así la muerte tendría sentido”, declaró Osvaldo Barragán, el capitán de la tripulación.
Cuando llegaron a La Guaira, había una legión de periodistas esperándolos. Fue en ese momento emocionante que Barragán pronunció la frase que lo catapultó a la historia: “Que el hombre sepa que el hombre puede”, y que está plasmada en un monumento en la costa marplatense.
Porque es vasto y misterioso, el mar representa desde siempre un desafío para al hombre. Dio grandes piezas literarias y las mejores aventuras de la historia. Sentarse a mirarlo, nada más, es humillante, en el mejor sentido de la palabra. Dicen que el mar es el inconsciente del mundo, y que por eso nos da miedo. ¡Pero cómo seduce! Si hasta le tiramos mensajes en botellas y le ofrecemos flores blancas para pedirle que sea bueno con nosotros, que nos quiera.

El mar amigo I
TheG entrevistó a Alexandra Sapoznikow, bióloga recibida en la UBA. Alexandra se mudó a Puerto Madryn para investigar sobre aves marinas, pero se quedó y ya no se imagina viviendo en ningún otro lugar. Actualmente es Coordinadora del Foro para la Conservación del Mar Patagónico, una red de organizaciones de la sociedad civil que trabaja por la conservación de la zona denominada “Mar Patagónico y áreas de influencia”, que se extiende desde el sur de Brasil y pasa por las costas de Uruguay, Argentina y Chile, hasta Chiloé.

¿Es verdad que la vida surgió en el mar?
Sí, es verdad. Los primeros organismos unicelulares aparecieron en el mar y luego se fueron diversificando hasta transformarse en animales, plantas y otros organismos que recién después pasaron a la tierra. Algunos de ellos volvieron después al agua, como la ballena: se sabe que los ancestros de la ballena eran terrestres.

¿Por qué elegiste este lugar para vivir y trabajar?
Yo vivía en Buenos Aires pero siempre estaba queriendo irme de la ciudad. Me encanta el mar. En un primer momento vine a hacer mi doctorado sobre cormoranes, que son unas aves buceadoras blancas y negras, parecidas a los pingüinos pero voladoras. La peculiaridad del cormorán es que vuela hasta un lugar determinado, se apoya sobre la superficie del agua y después da un golpe como el que dan los buzos y se sumerge.

¿Tu casa está cerca del mar?
A siete cuadras. Voy siempre a caminar a la costa y en verano me instalo en la playa y me meto al agua para hacer kayak, stand-up paddle y yoga sobre la tabla. El mar es mi lugar, me calma, me da energía. Cuando empezó la cuarentena y no se podía salir para nada, fantaseaba con ver el mar. Era lo primero que quería hacer cuando saliera, y así fue.

¿Cómo es el mar de Madryn?
Es de agua fresca: lo más cálido que llega es a 18ºC en marzo. En verano tiene entre 13 y 15ºC. Es de un color azul impresionante, oscuro, medio turquesa. Cuando está nublado, es gris. Pero cuando el mar está calmo se puede ver hasta el fondo, las rocas, un cangrejo, algunos pececitos. Si tenés suerte, puede que se te acerque un lobo marino o un pingüino.

¿Por qué es Puerto Madryn un punto neurálgico para las iniciativas ambientalistas?
Madryn es la ciudad del país con mayor proporción de biólogos por habitantes. Es que tiene una sede de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco y un centro de investigaciones del CONICET que es uno de los más importante en temas marinos en Argentina. Además, está muy cerca de la Península Valdés, que también es un lugar crítico en temas de conservación marina: por su cantidad de especies y por sus atracciones turísticas. Esta zona es la principal área de reproducción y cría de la ballena franca austral en el Atlántico Sudoccidental. Se puede hacer avistaje de ballena franca desde la costa, algo bastante peculiar. En las costas de Chubut también hay colonias numerosas de pingüinos de Magallanes y la única colonia continental de elefantes marinos del sur. Todo esto vuelve esta zona muy interesante para quien la estudia y para quien la quiere proteger.

¿Qué implica exactamente “proteger”?
Las áreas marinas protegidas son como parques nacionales o reservas, pero en el mar. Es una iniciativa relativamente nueva que cobró vigor en los últimos años. Chile tiene el 40% de su superficie marina protegida. Argentina, aproximadamente 8%, pero hace dos años tenía menos de 3%. Existe una convención internacional por la cual los países se comprometen a tener un 10% de su mar protegido para 2020. Proteger implica establecer un plan de manejo que indique qué actividades se pueden hacer allí y de qué manera, controlar el área, relevar sus especies y observar si mejora o empeora su estado de conservación.

¿De qué las protegen?
Una de las principales amenazas en el Mar Patagónico es la sobrepesca, la pesca no regulada y lo que se llama “captura incidental”: aquellas especies que caen en las redes pero no eran el objetivo de la pesca. Son tiburones, aves marinas, mamíferos, delfines, tortugas y hasta peces que caen en la red, mueren y se tiran nuevamente al mar. Esto genera muchas veces una acumulación de materia orgánica que no se descompone fácilmente y afecta la calidad del agua. También las protegemos de los plásticos y de los microplásticos, que son fragmentos muy pequeños que los animales tragan y entran a la cadena alimentaria, lo que puede terminar afectando nuestra salud.

Si tuvieras que elegir uno, ¿cuál es el ser vivo (planta o animal) que más te gusta del mar? ¿Por qué?
Creo que elijo al elefante marino, que es tan raro con esa trompa… Los elefantes marinos sobre la tierra no se mueven mucho, al punto que la gente a veces los confunde con piedras. Son muy tranquilos y les cuesta mucho moverse, son como gusanos de muchas toneladas que reptan. Pero en el mar son animales súper ágiles, que nadan armoniosamente y pueden bucear hasta 2000 metros de profundidad. Me identifico un poco con ese animal: soy bastante mala para los deportes en tierra pero en el agua todo me sale más fácil. Además, me puedo quedar acostada en la playa, como ellos, durante horas.

El mar amigo II
Teté Grondona nació en Buenos Aires pero se crió en Mar del Plata. Es inmobiliaria y nadadora aficionada. TheG le preguntó cuáles son las diferencias entre nadar en agua dulce y hacerlo en agua salada.
“Lo mejor de nadar en pileta es que no hay aguas vivas, ni monstruos marinos, ni pulpos gigantes, ni orcas asesinas, ja, y que además ves el fondo. Lo malo de la pileta es que tiene paredes y puede ser asfixiante. En cambio, nadar en el mar te da una sensación indefinida. ¡Y su movimiento es tan lindo! En el mar es uno el que tiene que adaptar su ritmo al del agua. Vas nadando y sentís sus ondas… Es hermoso. Otra gran diferencia es que, en una pileta, te podés dar cuenta de que el tiempo pasa porque hay algunas referencias: gente que entra y sale, clases que empiezan y terminan… En el mar, nada. No tenés ni idea qué hora es. El tiempo pasa de otra manera. Me acuerdo una vez que nadé 2.20 horas y mi reloj interno me marcaba media hora. La mente en otra frecuencia, totalmente en otra frecuencia.”
María Dolores de Aurteneche también se crió en Mar del Plata y hace surf. “Me meto al agua todos los días, aunque no haya olas, a remar”, dice a TheG. Remar es eso que hacen los surfers cuando van de panza sobre la tabla y bracean para entrarle, perpendiculares a las olas, tan audaces.

¿Qué hace exactamente un surfer en el agua?
Observás el mar, esperás la ola. El tema de las olas se divide en series, porque no es que entran olas todo el tiempo. Una serie son 3 o 4 olas que vienen juntas, y después hay calma, y después viene otra serie. De cada serie, en un día muy bueno, con suerte agarrás una. El surf es como la vida: la ola crece, a veces estás en la cresta, a veces te quedás abajo, a veces te revuelca. Pero siempre te da la posibilidad de seguir remando.

Cuando estamos tristes, buscamos naturalmente el agua. Nos vamos a llorar a la ducha o nos hundimos bien a fondo para apagar los ruidos que llegan sordos desde afuera. Ya no nos impactan: somos un área protegida.
Dijo la poeta canadiense Margaret Atwood: “El agua no se resiste. El agua fluye. Cuando hundís tu mano en la superficie, sentís una caricia. El agua no es un sólido muro, jamás va a detenerte. Pero siempre va a ir donde quiere ir, y nada podrá interponerse en su camino. El agua es paciente. Una gota de agua perfora una piedra. Recordá eso, hijo mío. Recordá que somos mitad agua. Si no podés atravesar un obstáculo, dale la vuelta. Así hace el agua.”

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