En mi elemento

Encontrar eso que amo.

A Gillian le iba mal en la escuela. Tenía apenas ocho años y sus padres ya estaban preocupados por su futuro. El día que se reunieron con el director y éste insinuó que su hija tenía problemas de aprendizaje, salieron decididos a consultar a un psicólogo. Gillian fue a la cita con su mamá. Las esperaba un señor con saco de tweed en una habitación oscura con paredes de roble. La que habló ese día fue su mamá, ella se quedó sentada sobre las palmas de sus manos en un sillón de cuero gastado. Hasta ese momento Gillian no pensaba que tenía un problema, pero escuchar a su madre hablar de ella la hizo dudar.
“Gillian, fuiste muy paciente y te agradezco por ello, le dijo el psicólogo. Pero ahora necesito hablar con tu madre en privado. No te preocupes, no nos va a llevar largo rato.
Gillian asintió. Antes de abandonar el cuarto, el psicólogo prendió la radio. Tan pronto como estuvieron del otro lado de la puerta, el profesional le pidió a la madre que observara a su hija. Había una ventana y ambos podían espiarla sin que Gillian se diera cuenta. Casi inmediatamente, Gillian se paró y empezó a moverse el ritmo de la música. Los dos adultos se quedaron mirándola durante unos minutos, paralizados por la gracia de la niña. No hacía falta ser un profesional para darse cuenta que había algo natural -casi primal- en los movimientos de Gillian. Al final, el psicólogo miró a la madre y le dijo: Vea, señora, Gillian no está enferma. Gillian es una bailarina. Anótela en una escuela de danza.
Esta es parte de la introducción del libro The Element, escrito por Ken Robinson, escritor y asesor internacional de educación que fue nombrado Sir por la Reina Isabel por su influencia decisiva en la incorporación de arte en las escuelas. “Mi elemento es ese punto en el que se juntan lo que más disfruto hacer y aquello en lo que soy bueno”, dijo Sir Robinson.

La buena educación
El caso es real y Gillian terminó siendo Gillian Lynne, gran bailarina y coreógrafa inglesa, la responsable de la coreografía de musicales famosos como Cats y El fantasma de la ópera, entre muchos otros. Esta es una historia, pero hay mil otras de genios a los que no les iba bien en el colegio, de cantantes enormes como Elvis a quienes le negaron un lugar en el coro, etc, etc, etc.
Sir Robinson creía que lo que nos aparta de nuestros talentos naturales es el sistema educativo, que está armado como una línea temporal que empieza en el jardín y termina con la obsesión del título como la consagración de lo que nos gusta y la llave del éxito.
“Tenemos que aprender a pensar diferente, sobre lo que tenemos y sobre lo que somos. Tenemos que ampliar nuestra visión de nosotros. Crear es desafiar el sentido común, aquello que damos por sentado, hasta de nosotros mismos. Porque lo que nos hace humanos es el poder de la imaginación, la capacidad de traer a la mente cosas que no nos llegan por los sentidos. Pero, claro, también podés pasarte el día en la cama imaginando cosas y eso no te hace creativo. Para ser creativo tenés que producir algo. La creatividad es el proceso práctico de tener ideas valiosas”, dijo Robinson en una conferencia.
Gillian encontró su elemento, pero no todos tienen esa suerte.
“Creo firmemente que encontrar nuestro elemento nos abre a un enorme potencial de realización. Y con esto no quiero decir que en cada uno de nosotros hay un Premio Nobel en potencia, pero creo que todos tenemos nuestros talentos particulares, algo que nos apasiona y que nos puede hacer llegar mucho más lejos de lo que jamás imaginamos.”
“Cuando estás en tu elemento, cambia tu percepción del tiempo. Cuando estás haciendo algo que amás, una hora se siente como cinco minutos. Cuando estás haciendo algo que odiás, es al revés. Mi esposa Teresa siempre dice que puede adivinar qué hice durante el día por cómo llego a la noche: si me la pasé en reuniones administrativas, parezco diez años más viejo; si enseñé o di un taller, parezco diez años más joven. Estar en tu elemento te da energía. No estarlo te la roba.”

La molécula de la motivación
“Es cuando te abstraés por completo, perdés la noción del tiempo y te dejás llevar por lo que estás haciendo. Cuando una persona está en estado flow, supera los desafíos a medida que va creando, y cada vez que lo logra activa el centro de recompensa del cerebro, que descarga una pequeña dosis de dopamina. A veces la persona no se da ni cuenta de que está feliz, pero el centro de recompensa y la dopamina la están estimulando a seguir haciendo lo que está haciendo”, explica Shelley Carson, una psicóloga de Harvard en la nota Creative thinking and the brain.
“En un proceso creativo, es la dopamina la que da esa energía que despierta y mantiene elevada la concentración y la motivación”, dice Dolores Cardona, médica psiquiatra de INECO y fundadora de @neomenteok. “Pero, además es necesaria la interacción de otras estructuras del cerebro, principalmente la conexión del tálamo con nuestra corteza prefrontal. La corteza prefrontal es inhibitoria y cognitiva y tiene funciones, fundamentalmente, ejecutivas. La creatividad es una cuestión que se juega entre el tálamo y la corteza prefrontal.”

¿De qué manera?
El tálamo tiene receptores de dopamina, los receptores D2. Según la densidad de receptores D2 decimos que una persona es -o será- mas creativa que otra. Esta estructura que llamamos tálamo filtra los estímulos dirigidos a la corteza frontal, que es el director de orquesta del cerebro. Si el tálamo tiene menor densidad de receptores D2, probablemente filtrará peor las señales y dejará pasar más información a la corteza frontal = mayor creatividad. Pero si la corteza frontal no funciona ejecutivamente bien, tampoco canalizará esa creatividad.

En Why Talented People Fail Under Pressure, publicado en Harvard Business Review, Sian Beilock cuenta que él siempre fue muy bueno jugando al fútbol, y se sentía confiado en esta área. Hasta que un día fue a verlo jugar un entrenador profesional, y el se enteró, y aquel día le erró al arco en la jugada decisiva del partido.
“La corteza prefrontal del cerebro, la parte que está justo arriba de los ojos, es el epicentro de nuestra fuerza cognitiva, lo que nos permite concentrarnos en lo que hacemos. Cuando estamos haciendo algo de todos los días, natural, intuitivo, en general no le prestamos atención a los pequeños detalles: nuestro cerebro está en piloto automático. Pero bajo cierta presión, como un partido en el que te están viendo, o una entrevista laboral, el cerebro se sobre-gira. La presión nos lleva a repasar cada detalle para conseguir el resultado que queremos, y es justo ahí cuando arruinamos lo que nos salía natural.”

Cuando elegimos, optamos por una cosa sobre otra. Y eso nos trae calma. Aunque la elección no es un proceso estrictamente consciente, como vimos en el caso de Gillian al principio de esta nota, cuando se para y baila espontáneamente, aún en medio de una habitación desconocida e intimidante. A veces elegir responde a un talento natural que conocemos, o que ignoramos, o que conocemos pero preferimos ignorar.
Woody Allen una vez dijo que el 99% del éxito consiste en presentarse y hacerlo. ¿Qué cosa? Aquello que amamos hacer y que explica toda la entrega. Y el placer.