Fabriquemos recuerdos nuevos.
En Estados Unidos le dicen Christmas Blues al humor que se apodera de algunos de nosotros en esta época. “Es una mezcla de sensaciones de alegría y de estrés, producto de las expectativas irreales de fin de año”, dice la nota Overcoming Christmas Blues que publica The New York Times. Otros prefieren llamar SAD (Seasonal Affective Disorder o Trastorno Afectivo de Temporada) a la depresión provisoria que sobreviene con el comienzo del invierno -el frío, los días cortos- y que, en el hemisferio norte, coincide con la temporada de fiestas.
Pero nosotros tenemos otro clima, y no somos tan adeptos a ponerle nombre a todo. Y, aún así, muchos odian las fiestas. Tal vez porque llegan cansados a fin de año, o por las reuniones familiares, o por el bendito balance, o por lo que sea.
Las fechas -cualquier fecha de la agenda común o privada- traen recuerdos. Es medio inevitable pensar dónde estaba yo ese mismo día del año pasado, con quién y cómo la pasé, lo que va armando ese humor conocido -una mezcla de vacío y de euforia, de compañía y de soledad- que late en el fondo mientras prendemos las velas y sonreímos.
Pero, ¿qué es primero? ¿Las fiestas o el estado-de-ánimo-de-las-fiestas? ¿Llegamos al encuentro ya cargados, o es más la nostalgia que sobreviene cuando se van todos y quedamos frente a los restos del pan dulce? ¿Podemos zafar de todo eso que traen adosado las fiestas? ¿Podemos disfrutar la Nochebuena como una cena cualquiera?
Tal vez la clave esté en no repetir. Tanto. Todo.
Es inevitable (y hasta puede ser hermoso) pasar las fiestas con la familia. Pero a lo mejor podemos ampliar el concepto “seres queridos” a otros seres, variar el menú, los roles en la mesa… Crear recuerdos nuevos.
Los consejos de Andrea
TheG conversó con María Andrea Yannuzzi, psicóloga, PhD en la Universidad de Pittsburgh y terapeuta de negocios.
Las fiestas: ¿traen algo posta (recuerdos, balances) o son una excusa para sacar a pasear la neurosis?
Las fiestas ritualizan el final de un ciclo y el inicio de otro. La Navidad conmemora el nacimiento de Jesús que marca el antes/después de la era de Cristo y, junto con la celebración del Año Nuevo, representan el cierre de un año calendario y la apertura simbólica de balances que, consciente o inconscientemente, procesamos a nivel individual, familiar y comunitario. Claro que pueden ser también la excusa o el detonante para exacerbar neurosis, conflictividad, enfrentamientos y rupturas, hasta por temas políticos.
La Navidad se ha convertido -por encima de las creencias religiosas de cada quien- en un acontecimiento social y cultural que convoca reuniones familiares en escenarios más íntimos y afectivos con abundancia de recuerdos e historias pasadas de todo tipo. Cada familia suele revivir sus propias tradiciones para esta fecha, actualizando sentires tanto celebratorios como tristes en variados matices. Atravesamos un gran abanico de sentimientos según lo que las fiestas evoquen y las circunstancias presentes traigan para cada quien. Este abanico incluye soledad, expansión celebratoria, recogimiento espiritual, desapego, indiferencia, rechazo, alegría, romanticismo y hasta “ganas de dormir y despertarse después de que pasaron”, como suelen decir los que más padecen estas fechas. Otros prefieren viajes o escenarios remotos para evitar reuniones y protocolos porque, como sabemos, hay una gran diversidad de respuestas que dependen de la experiencia y la subjetividad de cada uno.
Las fiestas también visibilizan y agregan estrés, ansiedad y depresión. Son frecuentes las tensiones y angustias intra e inter familiares cuando el mandato celebratorio de cada clan es rígido y no se puede cuestionar ni negociar. Hay disgustos por cumplir y también sentimientos de culpa por no hacerlo. Obviamente, a aquellos que les gustan los festejos acordados estarán más conformes, y los que tengan mayor flexibilidad para adaptarse a los consensos pactados lo pasarán mejor. Exigencias familiares respecto de los lugares de reunión, regalos, vestimenta, compras, comidas, huéspedes, viajes, invitados, etc. -aún siendo “conflictos de la abundancia”- pueden traer peleas y discusiones, acciones compulsivas e irritabilidad por decisiones a tomar. El deseo individual en conversación con el de los demás necesita encontrar saludables acuerdos que, sabemos, no siempre son fáciles de lograr y honrar.
Tengamos muy en cuenta que, en estos años de pandemia, hay mayor conciencia de finitud, se hacen más evidentes las ausencias y pérdidas, las penurias económicas de la mayoría y el tenso humor social. Al mismo tiempo, es la oportunidad de reproyectar y resignificar prioridades.
¿Estás de acuerdo con la idea de que los rituales de las fiestas pueden producir
nostalgia?
En estas fechas nos vamos impregnando de nostalgia, “ese doloroso deseo de regresar” a alguna forma de la dicha que pasó. Es esa mezcla de alegría y tristeza al evocar vivencias placenteras que extrañamos, revivimos con ambivalencia, esa felicidad que vuelve convertida en distancias y recuerdos. Los medios y las publicidades, los íconos, aromas, canciones y músicas de esta época del año estimulan marketineramente nuestros sentidos y nostalgias.
Pero hay que distinguir la nostalgia de la “bilis negra” de la melancolía, tristeza y desinterés ligados al duelo no resuelto y la depresión, que incluso puede conducir a estados clínicamente graves. Cuidado con la idealización y peligrosas identificaciones con lo perdido, porque no todo tiempo pasado fue mejor. Del mismo modo, cuidado con quedarnos estancados en resentimientos. La conexión vital es con el presente en construcción permanente del hoy y el porvenir.
¿Cómo te parece que es conveniente manejar el imperativo de felicidad implícito en las fiestas?
- Aceptar nuestros genuinos sentimientos y transcurrirlos tal y como son. Asumir las diferencias entre lo propio y lo ajeno sin prejuicios que descalifiquen.
- Tener una actitud positiva no significa tratar de forzarse a estar feliz porque es temporada de fiestas ni usarlas como excusa para agredirnos en inútiles enfrentamientos. Escuchar y honrar la manera de celebrar que deseen los más pequeños.
- Bajar las exigencias y expectativas inalcanzables y subir la tolerancia a la frustración y el buen trato no significa resignarse, sino crecer y respetarnos.
- Planificar para prever, resolver y evitar conflictos. Poder poner límites y tener los propios. Aprender a decir no, igualmente cuando es sí, o no sé.
- Tomar decisiones saludables individuales y grupales, construir consensos y respetar desacuerdos.
- Regular excesos.
- Si la soledad duele, buscar apoyo y compañía, grupos solidarios, voluntariados, disfrutar de los afectos disponibles y cercanos.
- Conectarnos con el dar y ofrendar, no sólo con el recibir.
- Tomarnos el tiempo para llorar, reír, permitirnos experimentar y expresar lo que nos pasa en cada momento.
- Conciliar los espacios propios y a solas que necesitamos con los encuentros sociales y la interacción más expansiva de las celebraciones y encuentros.
- Reconocer el cansancio psicofísico extraordinario en tiempos de pandemia y descansar todo lo posible.
- Enfocarnos más en la energía del agradecimiento por lo que hay que en quejas y resentimientos.
- Superar el pasado, soltar y disfrutar como podamos del presente que, por más adversas y angustiantes que sean las circunstancias, nos invita a a seguir resilientes construyendo día a día de nuevas realidades.
¿Cómo zafar de la grieta pasado-futuro que se impone a fin de año, pero que en realidad es un prisma que aplicamos a todo todo el tiempo?
Concientizando que la finitud del año y el pasado abren al mismo tiempo la apuesta a nuevos comienzos y pactos que, en verdad, pueden suceder en cualquier momento a diario.
Encontrarse
Algo puede aliviar, y es el encuentro. Con uno mismo y con otros. Pero, para eso, primero hay que aclarar que encontrarse no quiere decir compararse con el otro, pulsear, mirar cómo está para dar vuelta el espejo y contemplar mi estado.
Hay una manera de encontrarse que tiene más que ver con compartir, una zona neutral donde cada uno pone algo y se lleva otro poco, y donde prima la alegría de quererse.
“El único regalo es una parte de uno mismo”, dijo Emerson. Darse es escuchar, es ofrecer lo que uno es, vibrar más con la realidad que con los fuegos artificiales. A algunos eso les resulta más fácil entre conocidos; otros se sienten más libres entre perfectos extraños. Pero es en esa pequeña intimidad, que puede surgir en un mano a mano con alguien en un rincón mientras el telón de fondo es puro ruido y descorche, donde la reunión cobra sentido.
“La ciencia investiga los factores biológicos y conductuales que dan cuenta de los beneficios para la salud que tiene conectar con otros. Por ejemplo, encontraron que ayuda a aliviar los niveles nocivos de estrés, que pueden afectar las arterias coronarias, la función intestinal, la regulación de la insulina y el sistema inmunológico. Otra línea de investigación sugiere que el afecto dispara la producción de hormonas que regulan el estrés”, dice el artículo The Health Benefits of Strong Relationships que publica Harvard Health.
“Los estudios identifican una serie de actividades que califican como apoyo social, desde ofrecer ayuda o consejos hasta las más simples muestras de cariño. Además, la evidencia sugiere que los efectos benéficos del apoyo social son tanto para el que recibe como para el que da.”
“Lo cual es todo muy alentador, porque involucrarse con otros es una estrategia de salud bastante accesible. No es cara, no requiere ningún equipo o entrenamiento especial, y puede tomar distintas formas”, dice la nota.
Tú que estás lejos, de tus amigos / De tu tierra y de tu hogar / Y tienes pena, pena en el alma / Porque no dejas de pensar, canta el hit navideño. Si efectivamente las fiestas vienen con reflexión y con nostalgia, la parte de “van a mi casa esta Navidad” podría funcionar.
Felices Fiestas.