Calman la mente.
Un proverbio chino dice que naturaleza, tiempo y paciencia son las tres grandes medicinas. Según un estudio publicado en 2018, contemplar un paisaje no es algo que las personas hagamos solamente porque está ahí y es el escenario de nuestras vacaciones, sino porque nos hace bien. La actitud contemplativa estimula la atención visual, lo que activa modos de percepción que son compatibles con los mecanismos de control del estrés. Este estudio corrobora la Teoría de la Restauración de Atención, desarrollada por Rachel y Stephen Kaplan, profesores de psicología de la Universidad de Michigan, que sostiene que un rato frente a un paisaje tiene el poder de restaurar nuestra fatiga mental y de estimular emociones positivas. En otras palabras, nos hace bien.
Para producir este efecto, el paisaje debe ser “un ambiente natural al aire libre, y debe proveer vistas amplias, vegetación lozana, algunos elementos simbólicos y suaves declives, entre otros componentes”. Después de medir la actividad cerebral de 32 personas durante la contemplación de diversos paisajes, el estudio encontró que un rato frente a la naturaleza activa la atención involuntaria y no forzada, lo que se asocia con un estado emocional positivo y optimista.
La vida es una polaroid
“A menudo los mejores momentos de nuestras vidas se dan durante una pausa
entre nuestros múltiples apuros.
Desacelerá.
Disfrutá de tu café, ahora.
Sentate para comer.
No uses el teléfono mientras caminás, o manejás.
Si vas a mandar un mensaje, hacé eso.
Comunicate a fondo.
Comé a fondo.
Sé a fondo.
Viví a fondo.
Amá a fondo.
Sentí a fondo.
Estar presente se define en la pausa.
Hacer muchas cosas a la vez nos priva de la magia de estar en el momento.
Respirá.
Sonreí.
Llorá.
Conectá.
Nunca es demasiado tarde para enamorarte de tu propia vida.”
Escribió Waylon H. Lewis, autor del libro que lleva el mismo nombre (It’s Never too Late to Fall in Love with your Life) y que es un compendio de consejos budistas para una vida consciente.
“Para el budismo, los paisajes hermosos son espiritualmente importantes y hasta sagrados, pues la perspectiva que proponen hace que despertemos al momento presente. Tienen el poder de desarticular la “mente de mono” (cuando la mente salta de una cosa a la otra, como un mono de liana en liana) y la depresión de todos los días, y disparan ideas y revelaciones. Los paisajes nos recuerdan que la vida no es más que un sueño: nos arrancan de nuestra rigidez y nos despiertan a la naturaleza vívida e irreal de nuestro camino en la tierra”, dice Waylon H. Lewis, escritor y creador de Elephant Journal, una comunidad de mindfulness que también publica una revista online.
“Las personas buscan la conexión con la naturaleza. Y este instinto es sabio. Un paisaje nos suaviza, nos vuelve mejores colegas, parejas y amigos mediante la simple fórmula de abrir nuestra mente. Cuando vemos un árbol a través de la ventana, o una luna amarilla sobre una montaña, o un bosque a lo lejos, o una llanura con nubecitas en el cielo, o un arroyo plateado que baja por el valle, nuestra neurosis se diluye y podemos simplemente ser”, escribe Lewis.
Cambiar la perspectiva
No hace falta subirse a un avión y recorrer miles de kilómetros para experimentar eso que se siente cuando uno cambia de escenario. Basta con unos pocos pasos para que se produzca la magia. En otro lugar, somos otros.
“Hay regiones del cerebro, el hipocampo en particular, que son extremadamente sensibles a la novedad del entorno. Esta región cerebral incide sobre el cuerpo estriado, otra región del cerebro implicada en el procesamiento de recompensa. Se cree que este circuito hace que las cosas nuevas sean percibidas como recompensa. Puede ser un nuevo camino en mi rutina de todos los días, o el hecho de ver cosas diferentes en calles diferentes, lo que dispara mi bienestar. Aunque también puede ser que lo que pasa es que me levanté de buen humor y esto me pone en modo exploratorio. Entonces, o es la alegría la que me lleva a buscar la novedad o es la novedad lo que activa mi cerebro, o un poco de ambos”, explica Catherine Hartley, profesora de Psicología en la Universidad de Nueva York.
“De repente, nuestro cerebro tiene que esforzarse un poco más para percatarse de las nuevas vistas y sonidos del medio ambiente, estar alerta para identificar potenciales amenazas, y descifrar y articular un relato de lo que tiene delante de los ojos. Cuando cambiamos de escena, el cerebro hace un esfuerzo para estar más abierto, receptivo y para funcionar fuera de la caja, para decirlo de algún modo. Esto definitivamente tiene consecuencias en nuestro humor. Porque, de repente, estás teniendo pensamientos que no tenías ayer. Y es por esto que algo tan simple como mover la computadora de cuarto puede disparar un brote de creatividad, o salir a dar una vuelta en medio de una discusión acalorada puede despejarte la mente y darte otro punto de vista sobre el problema”, agrega la nota How and Why a Change of Scenery Can Shift Your Outlook, que publica Shondaland.
El explorador francés Fernand Grenard escribió estas líneas mientras contemplaba la montaña Samtan Gamcha, en el Tibet: “Esta montaña, aislada en la niebla de una región casi muerta, parece no dignarse a observar el bajo mundo desde las alturas de su fría serenidad impasiva y parece intentar, con su aguda cima, penetrar el vacío celestial. Es el emblema del alma budista, que se esfuerza por aislarse y recogerse en la contemplación de las cosas eternas… Cuyo objetivo es volverse una misma cosa, en la infinidad del silencio y el espacio, con el Nirvana, la única vida absoluta y perfecta, que no siente nada, no sufre, no cambia, no termina.”