No

Porque puedo.

A los niños, decir no les sale muy fácil. Tal vez porque perciben temprano que la palabra conlleva una dosis de poder, el mismo que aplican sus padres para disuadirlos de hacer algo. Es una sílaba clave para su reafirmación, para la expresión de la resistencia que los irá definiendo con el tiempo. Pero esta espontaneidad se va perdiendo con la edad. 

“Las personas somos animales sociales que crecemos en la reciprocidad. Está en nuestra naturaleza ser socialmente atentos, y la palabra no a menudo es percibida como una amenaza a un potencial vínculo. Pero si vamos por ahí repartiendo un fácil en lugar de un no difícil podemos estar poniendo en juego nuestro tiempo, nuestra energía y hasta nuestras finanzas”, dice la nota Why You Should Learn to Say NoMore Often, publicada por The New York Times.

La palabra empatía, y su concepto, está de moda. Supone ponerse en lugar del otro para entender sus sentimientos. A menudo una persona empática responderá al problema de su interlocutor con una anécdota propia parecida. Dos monólogos complacientes. Puros síes. 

Pero, ¿qué esconde la empatía? O mejor, ¿quién se esconde en la empatía? Porque sintonizar la frecuencia del otro es una manera de no sintonizar la propia, que nunca es igual, como no somos iguales unos con otros. Diferenciarse del otro supone decir no: no comparto, no pienso como vos, no coincidimos. Un ejercicio indirecto de auto-definición que se vuelve necesario en estos tiempos de masa amalgamada.

“La capacidad de decir no refleja que ocupás el asiento de piloto de tu auto. Te da una sensación de poder”, sigue la nota. Te da pero también resulta de, porque aquel que sabe hacerlo suele ser una persona que entendió que el poder a veces radica en no hacer, en no decir. Una persona que tiene cierto dominio de sí misma.

Cómo se hace

Un estudio publicado en 2012 que se titula I don’t versus I can’t comprueba que es más eficiente -y mejor recibido por el otro- un no que está anclado en un motivo interno (no quiero) que en un motivo externo (no puedo). 

“Este estudio investiga de qué manera un elemento lingüístico puede ayudar a rechazar tentaciones que nos distraen de nuestros objetivos a largo plazo. Además, como lo que nos decimos a nosotros mismos incide en la representación mental de nuestras elecciones, comprobamos que una negación formulada para connotar poder y control acaba siendo efectiva para el dominio de uno mismo.”

“Imaginemos, por ejemplo, que Jane y Jackie están a dieta y tienen objetivos similares de pérdida de peso. Cada vez que Jane ve algo tentador, como una torta de chocolate por ejemplo, dice: Yo no quiero comer torta de chocolate. En cambio, cuando Jackie ve la misma torta, dice: Yo no puedo comer torta de chocolate. Aunque las personas usan no quiero/no puedo indistintamente según el contexto, la tesis de este estudio es que no quiero y no puedo representan dos tipos de negativa que difieren en la manera en que dicen algo del compromiso que una persona tiene con sus objetivos. Específicamente, en este estudio demostramos que formular una negativa usando no quiero es más psicológicamente empoderante que decir no puedo”, plantean los investigadores. 

Y además, es más honesto. Y además, contrariamente a lo que comúnmente se piensa, preserva las relaciones interpersonales porque refuerza la conexión humana por sobre los factores externos. 

No te excuses

A veces decimos por miedo a quedarnos afuera. Otras veces, porque creemos que es el modo más bonito de abrirnos paso. Pero a algunas personas decir no directamente no les sale. 

“No puedo poner límites. No puedo decir no. Y no es porque sea muy buena. Siento pánico. Cuando digo que no comienzo a temblar, como si fuera un motivo para que dejen de quererme. No me alcanza con razonar, es algo totalmente incontrolable. Y así es como acepto cosas que no quiero de los hombres que pasaron por mi vida, o que hago los trabajos que nadie quiere hacer en mi oficina, o que presto dinero que no me devuelven y me da pudor reclamar.”

En el libro No soy nada sin tu amor, su autora, la psicóloga Patricia Faur encuentra en la infancia la raíz de este problema.

“[Los niños] que han sufrido descuido, negligencia, abandono, malos tratos o abuso. O, simplemente, el abuso emocional de haber tenido que ser adulto desde la cuna […] construyen en la infancia un falso yo para ser aprobados y queridos”, escribe la autora. Niños más atentos a su entorno que a ellos mismos crecen para convertirse en adultos emocionalmente dependientes, aunque no siempre ni necesariamente porque las generalizaciones son odiosas.

“¿Cómo encuentra su deseo alguien que toda la vida ha mirado el deseo del otro para construirse? ¿Cómo descubre quién es, si su identidad le fue dictada desde afuera? ¿Cómo deja de ser un camaleón que se transforma en función del interlocutor que tiene delante? El proceso será lento y, por momentos, confuso. […] Si buceamos en nuestro interior podemos acercarnos bastante. […] Podré saber si viví en concordancia con mis valores, mis principios y mi dignidad. Si le temo a ciertas emociones, pero me animo a enfrentarlas y a respetarlas. Si pongo límites frente a lo que considero inapropiado y humillante para mi integridad física y moral. […] Una vez que me acerco a mi propia identidad podré saber mejor qué quiero y qué no quiero”, escribe Faur. 

Selectivamente empáticos

“Lo ideal sería entender y conectar con los demás, pero dejando un espacio de seguridad en el que me sienta protegido y que impida que nos dañen o nos dañemos, psicológicamente hablando, por las circunstancias”, escribe la psicóloga española Cristina Marín. 

“Este distanciamiento psicológico o -como a veces se llama- empatía selectiva no quiere decir que seamos egoístas o indiferentes a los problemas o las emociones de los demás, sino que es más bien una manera de responsabilizarnos de nuestros propios estados emocionales y de no responsabilizarnos de los estados emocionales de los demás.”

“Si no nos hacemos cargo de nuestras propias emociones, nos estaremos descuidando a nosotros mismos, no atendiendo a las necesidades derivadas de nuestros estados emocionales. Pero además, paradójicamente, esto tendrá consecuencias en nuestras relaciones sociales. Un ejemplo de esto sería que la persona excesivamente empática, a veces, con este afán bienintencionado de que el otro esté bien y de ayudarle, puede impedir al otro que encuentre sus propias soluciones a los problemas, dejándole sin ese espacio que el otro necesita para generar esas respuestas.”

“No existe otro dominio posible que el dominio de uno mismo”, escribió Leonardo da Vinci. Un arte que se adquiere cuando aprendemos a decir no. A los demás, pero también a nosotros mismos.