5 signos de baja inteligencia emocional

  1. Creer que la inteligencia emocional se trata de administrar las propias emociones, pero no de cómo respondemos a las de los demás. Una persona emocionalmente inteligente sabe que el mayor desafío está en la interacción con los otros, en cómo leemos lo que a ellos les pasa y en cómo reaccionamos a eso. La capacidad de comunicarnos y de conocer la perspectiva del otro es el puente a la confianza. Interpretar desde nuestra perspectiva -excluyentemente- puede conducir a soledades conocidas.
  2. Perder la cabeza. La inteligencia emocional no se reduce a identificar lo que sentimos, a darle un nombre y hacerle un lugar. También hay que poder administrarlo. Es la famosa vuelta a la manzana antes del portazo, o la cuenta hasta 10 antes del grito. No es fácil, pero se va haciendo más fácil a medida que pasan los años. Madurar es, entre otras muchas cosas, enojarse menos.
  3. Padecer las relaciones, no disfrutarlas. Nadie está tan exento de fracasos como para pasar por alto este casillero. Y, sin embargo, los emocionalmente inteligentes aceptan con más sabiduría que hay relaciones que se rompen y saben disfrutarlas más libremente, porque no se atribuyen todos los problemas ni están midiendo qué dan y qué reciben.
  4. No aceptar equivocarse. Saber pedir perdón es una clara señal de inteligencia emocional. Supone reconocerse humano y lleno de contradicciones. Es una acción que redime y pone en valor el vínculo por sobre las individualidades, porque aceptarse falible es abrir la puerta a la humanidad de los otros. Perdonarme me hace capaz de perdonar.
  5. Prejuzgar. Una persona con inteligencia emocional no está a la defensiva. Se abre al otro sin etiquetas previas. Porque tiene la suficiente confianza en sí mismo, el otro no es para él un punto de comparación sino la posibilidad de una nueva perspectiva. La inteligencia emocional permite escuchar al otro sin volver todo el tiempo a la experiencia propia. Hasta permite dar un consejo sin ponerse de ejemplo.

“Las personas inteligentes pueden hacer cosas muy estúpidas”, dice Daniel Goleman en su famoso libro Inteligencia Emocional. “En un sentido muy real, todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental. Una de ellas es la mente racional, la modalidad de comprensión de la que solemos ser conscientes, más despierta, más pensativa, más capaz de ponderar y de reflexionar. El otro tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso -aunque a veces ilógico-, es la mente emocional. La dicotomía entre lo emocional y lo racional se asemeja a la distinción popular existente entre corazón y cabeza. Saber que algo es cierto en nuestro corazón pertenece a un orden de convicción distinto -de algún modo, un tipo de certeza más profundo- que pensarlo con la mente racional. Existe una proporcionalidad constante entre el control emocional y el control racional sobre la mente ya que, cuanto más intenso es el sentimiento, más dominante llega a ser la mente emocional… y más ineficaz, en consecuencia, la mente racional. La mayor parte del tiempo estas dos mentes operan en estrecha colaboración, entrelazando sus distintas formas de conocimiento para guiarnos adecuadamente a través del mundo. Habitualmente existe un equilibrio entre la mente emocional y la mente racional, un equilibrio en el que la emoción alimenta y da forma a las operaciones de la mente racional y la mente racional ajusta y a veces censura las entradas procedentes de las emociones. Pero, cuando aparecen las pasiones, el equilibrio se rompe y la mente emocional desborda y secuestra a la mente racional”, dice Goleman, quien escribió varios libros para aprender a gobernarlas.


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