Dilema

“Abandonó el grupo.” A veces parece que esta es la única manera de expresar la disidencia dentro de un grupo de WhatsApp, pero hay otras. Lo cierto es que los grupos que se arman por diversos motivos, que van desde el cole de los chicos hasta un hobby compartido, son una prueba diaria a la tolerancia. Porque aunque se manejen colectivamente, están compuestos por distintas personas y esas personas no siempre coinciden en sus opiniones. Y entonces, aparece el consabido dilema: ¿qué hago? ¿me voy del grupo porque no tolero a él/ella?

La convivencia es un arte. Aún en versión virtual. Es el recordatorio constante de que el otro es, valga la redundancia, otro, y que pretender que todo encaje todo el tiempo es más costoso que aceptar la diferencia. Y además, si logramos trascender la incomodidad, tal vez hasta encontramos ahí una enseñanza.

“En un mundo en el que el cara a cara está cada vez más complicado, los grupos pueden ser una manera de conectarse. Los encuentros mano a mano son la mejor forma de conocer a alguien a fondo, pero los grupos sirven para otra cosa: construir (o reconstruir) el sentimiento de comunidad, que nos conecta con nuestra pertenencia y moldea nuestro cerebro para las relaciones interpersonales más profundas”, dice la nota Collective Differences que publica la revista Breathe.

Guía de supervivencia a un grupo de WhatsApp:

  • Las alianzas duelen. Aunque lo que prima en el grupo es el ejercicio democrático de la mayoría, los buenos lectores (o las personas sensibles) enseguida notan que algunos se llevan mejor con otros, y que se forman equipos. Es natural, pero si esto se refuerza con la apertura de un grupo paralelo que excluye a algunos, ahí ya se está abriendo una grieta insalvable.
  • Puedo expresar mi disconformidad sin tener que abandonar. A veces uno piensa que la mejor estrategia para cuando surge un desacuerdo es callar, porque es complicado argumentar por WhatsApp. Pero es interesante ventilar en grupo, porque los otros pueden ayudar e, incluso, mediar. Lo importante es no ponerse demasiado personal en contra de otro: aprovechar la pátina de lo colectivo para hablar más objetivamente.
  • Dejar entrar la molestia, y permanecer curioso. Ya sabemos que lo que rechazo del otro me resuena, que uno no se detiene en lo que no le importa. Por eso, es mejor abrirse a eso que fastidia, porque puede contener pistas sobre temas no resueltos en nosotros mismos o con esa persona (¿tal vez un antiguo malentendido sepultado?).
  • Puedo probar distintas maneras de intervenir. Es como la vida offline: uno trata a una persona de una forma y a otra, de otra. Son lenguajes. Para romper la cadena lógica, esa que sé que me va a llevar -más temprano que tarde- a enojarme con esa persona que me irrita, puedo probar con distintos mecanismos de respuesta. En el modo está el afecto.
  • Testear mis valores. En algunos casos, se trata de que no compartimos nada con esa persona. Ella cree en Dios y yo no. Yo le doy mucha importancia a cómo me veo y ella nada. O yo creo que ella habla como las leyendas de los sobrecitos de azúcar y me provoca. Om. Acá no hay mucho para aconsejar, salvo invocar a la paciencia y recordar que el disenso, como dijo Bertrand Russell, es preferible al consenso pasivo.