De amigas a extrañas

La amistad está viva.

“Existe evidencia de que las mujeres, tanto en la adolescencia como en la madurez, se estresan más que los hombres si se pelean con un/a amigo/a, tal vez porque crecen con una fuerte inclinación a relacionarse con los demás. Si sumamos a esto ese cuidado que le imprimen a todas sus relaciones, tal vez esto explique por qué logran una intimidad más rica que la que tienen habitualmente los hombres en sus relaciones sociales. Entonces, la secuencia es esperable: las amistades que forman las mujeres suelen ser más íntimas y más compasivas que las de los hombres, pero por eso mismo pueden ser un foco de estrés”, dice un estudio titulado Friendship que publicaron en 2019 Kenneth Rubin, Profesor de Desarrollo Humano de la Universidad de Maryland, y Julie Bowker, Psicóloga y Profesora en la Universidad de Buffalo.
“Mientras las amistades suelen ser fuerzas positivas en la vida de las personas, también pueden causar daño. Por ejemplo, aquellos que tienen más dificultad para hacerse amigos suelen sufrir psicológicamente. Esto es particularmente así durante la adolescencia (de los 10 a los 19 años), ese período en el que la amistad se vuelve más estrecha y más determinante. Los niños y adolescentes que tienen menos amigos quedan más expuestos al bullying del grupo, sobre todo porque se los ve como blancos fáciles porque no tienen quién los defienda. Aquellos a los que les cuesta hacerse amigos, tal vez porque no tienen tantas habilidades sociales o porque son tímidos o ansiosos, en general se juntan con otros que tienen los mismos desafíos. Perder un amigo, sin haberse agenciado antes un reemplazo, también puede ser un factor que induce a la soledad y la depresión, sobre todo durante la adolescencia”, dice el estudio.

Un testimonio
“Nos hicimos amigas en primer grado. Las dos vivíamos cerca, en Olivos, donde también quedaba el colegio al que íbamos. Yo me la pasaba en su casa, me encantaba, había algo ahí que no había en la mía: podíamos tomar el tren, salir a comprar Mantecol al kiosco, hacer caramelo y chuparlo en la cuchara, todas cosas que en mi casa no se hacían… Después, en la adolescencia, Maru fue una amiga importantísima. Yo era un poco gordita, y ella me enseñaba a vestirme, me regalaba ropa. Sí, era una figura de protección para mí, pero también nos reíamos mucho, yo la amaba. Los fines de semana íbamos a su casa del country, ella tenía unos primos re cool, su madre era la ama de casa perfecta”, cuenta Valeria, que prefiere no identificarse. “Pero, a medida que crecíamos, la relación se iba poniendo cada más intensa. Cuando empezó la época de los novios ya era un problema: Maru interfería en todo, me hacía reclamos, se puso muy posesiva. Un día me llamó y me hice negar. Me acuerdo bien, fue el final. Después tuvimos una discusión por una pavada pero escaló, y nos dijimos cosas feas, y ya no volvimos de esa. Teníamos veinticinco”, cuenta Valeria.
Varios años después Valeria y Maru se hablaron por teléfono y se pidieron perdón, pero la magia estaba rota. “Me dolió mucho pelearme con ella. Dejé de ir a las reuniones del colegio para no cruzármela pero, cuando pasaba que coincidíamos en algo, las dos nos poníamos muy incómodas. Está todo bien entre nosotras, pero ya no somos amigas. Me parece que fue un ciclo que se terminó. Cuando uno crece va cambiando, ¿o no? Además, me convencí de que prefiero quedarme con el recuerdo de aquellos años hermosos cuando éramos dos rubias de pelo largo con toda la ilusión por delante a una formalidad forzada. Eso sí que sería injusto con lo que fuimos.”
El fin de una amistad nos pone a repasar su historia. A buscar el momento exacto de su narrativa en el que se abrieron los caminos. Puede que no haya habido uno solo, pero seguir indagando es una manera de prolongar una historia que no tiene fin, solo disminuye.

El culto a la amistad
Decir amigo en Argentina es decir Dios. Es decir para siempre, contra viento y marea, hasta el fin del mundo. Pero a veces uno se pelea con sus amigos, y se hace otros nuevos, y todo esto es tan orgánico como lo son las relaciones entre las personas. Igual, cuando sucede, el resto del grupo, o la familia, o la pareja, va a hinchar por la reconciliación, porque es una pérdida, y duele porque hay cariño.
“El amor tiene reglas más claras que la amistad. En general, salvo para los aficionados a tener más de una historia al mismo tiempo, en el amor tenemos una relación después de la otra, como las cuentas de un collar. Encontramos una pareja y crecemos en intimidad, y esto sigue hasta que uno de los dos -o los dos- termina la relación y vuelve al camino en busca de the one”, dice Lauren Mechling en How to End a Friendship, una nota publicada en The New York Times.
“El filósofo francés del siglo XVI, Montaigne, creía que la amistad debía funcionar igual que el amor: uno por vez. Porque en la amistad perfecta uno se entrega tan enteramente al otro que no le queda más nada para compartir con otros. Así pensaba Montaigne. Sin embargo, hoy en día la amistad es más poli-amorosa. Nos hacemos nuestros primeros amigos en la infancia, y ahí empezamos a acumular. A medida que vamos creciendo, vamos adquiriendo amigos para cada ocasión: de la facultad, del trabajo, mamis del cole, del grupo de correr, amigos divorciados, amigos del verano, etc, etc. Se nos dice que tenemos que nutrir nuestras amistades más antiguas aún cuando -o precisamente cuando- hacemos nuevas, que tenemos que estar no importa lo ocupados que estemos o lo lejos que vivamos, y aún cuando ya no tengamos interés.”

Del amanecer al atardecer
Nada se compara a lo mejor del comienzo de cualquier relación, esa etapa en la que uno se entrega a conocer a la otra persona. Y nada es más triste que darse cuenta de que aquello que alguna vez nos daba tantas ganas ahora se redujo a una obligación o a una costumbre.
La amistad se parece a una computadora con mil ventanas abiertas: uno puede cambiar de tema sin avisar, o incluso tirar una bomba por WA sin siquiera decir hola, y siempre va a tener una respuesta. Cuando uno se va poniendo más grande, un chat de amigas puede ser tan excitante como lo era en su momento arreglar una salida con alguien, lo que nos provoca risas en la cama, la notificación que nos reconforta aún antes de leer lo que contiene.
Pero tiene que destilar amor. También con la edad uno va aprendiendo que la vida se puede poner difícil, y que ya no hay tiempo ni ganas de sostener relaciones que no nos dejan espacio, que no nos hacen sentir especiales, y valiosos, relaciones que no valgan la pena.