La soledad

A veces se busca. A veces te atrapa.

En inglés existen dos palabras para lo que en español se nombra con una: soledad. Para los sajones, una cosa es estar solo (solitude) y otra cosa es sentirse aislado (loneliness). En español, en cambio, la misma palabra abarca todo: lo mejor de estar con uno mismo, por un lado, y el desamparo romántico, por el otro.

El tercer nombre que podríamos darle a la soledad es Internet, pero no para hacerla responsable de atentar contra las relaciones reales con personas reales. Lo que pasa con Internet es que propone otra forma de conexión, que creemos que manejamos hasta que nos damos cuenta que nos tiene cautivos. Dice la socióloga y psicóloga Sherry Turkle en su libro Juntos pero solos: “En estos días, inseguros como estamos y ansiosos ante cualquier forma de intimidad, recurrimos a la tecnología para relacionarnos y protegernos de las relaciones a la vez. Tememos los riesgos y desencantos que implica entrar en contacto con otros humanos. Ponemos más en la tecnología que en nosotros.” “Empecé a escribir este libro el día que me di cuenta que le estaba pidiendo a la tecnología, que carece de emociones, que me protegiera emocionalmente a mí, que me hiciera sentir importante.”

Una mirada zen

Ryúnan Bustamante es monje zen. En 1992 fundó la Ermita de Paja, un centro independiente destinado a la práctica de zazen, en la calle Estomba, en Buenos Aires. “Zazén es la práctica. Consiste en sentarse con las piernas cruzadas, la espalda bien derecha y el mentón recogido. La respiración tranquila y profunda. El espíritu atento, despierto; siguiendo el ritmo respiratorio, vigilando el equilibrio justo de la postura y observando el fluir del pensamiento sin adherir ni rechazar.”

¿Podría decirse que para el budismo zen estar solo no tiene ninguna connotación negativa, sino todo lo contrario?

La palabra monje remite en su raíz a mono, uno. Ser monje es ser solo. Pero es muy distinto ser solo (naciste solo y morirás solo, aunque compartamos el aire yo respiro con mi nariz y vos con la tuya) que la soledad. Son dos cosas distintas. Ser solo es un hecho. La soledad es un sentimiento, una creación de nuestra mente, un espejismo, porque uno puede sentirse solo en medio de una multitud, ¿no? En nuestra práctica a veces hacemos sesiones de siete días seguidos en el templo. Lo único que hacemos en esos siete días es la sentada de zazen (meditación), comer y dormir. No te podes afeitar, no podés hablar, no podés mirar a nadie y tampoco nadie te mira. Además de que te puede incomodar un poco el cuerpo, la práctica te deja la sensación de que no existís, porque nadie te ve. Sin los otros no soy. El aprendizaje es entender que soy solo, pero que estoy con otros, aunque no dependo de ellos. Te sentís solo cuando te das cuenta que dependés de otros.

Algo muy humano, por cierto…

Sí, pero construido sobre el ego. Supongamos que uno está con una persona y de repente esa persona se va y vos te quedás solo, pero además te sentís solo porque te quedaste enganchado en esa mirada. Es humano, sí, pero es posible ir mas allá de esa sensación de soledad. ¿Cómo voy a estar solo, verdaderamente solo, si está todo acá? El pájaro que canta, la madera sobre la que me siento, los árboles, las montañas, los ríos. El aire, la misma tierra que pisamos. La práctica permite observarnos como una parte, ir mas allá de nuestras diferencias y conectarnos como ser humanos.

Suena paradójico lo de practicar la soledad para conectarse con otros, ¿no?

Yo llegué al zen empujado por una super crisis. No fue fácil el cambio. Y en un momento me di cuenta de que estaba solo. Y pensé, bueno, pero no estoy muerto, me toco, estoy vivo. Para ir mas allá de la soledad tenés que mirarte por adentro, tu propia naturaleza. Y entonces te das cuenta de que respirás aire, que necesitás agua y sol como todos los animales de la tierra, que necesitamos encontrarnos con el otro, abrazarnos, procrear… Si uno se entiende como parte de un sistema enseguida la soledad se desvanece. ¡Es imposible estar solo! ¡Abrí los ojos, escucha el pájaro!

Igual, en la práctica zen uno necesita de otro, el aprendizaje es con otro.

Si, en el zen los maestros son importantes. El monje guía a los que llegan a la ermita para que descubran su verdad en ellos mismos. Los invita a hacer silencio, a quedarse quietos y a entrar en su soledad. Que no es la burbuja de egoísmo en la que todos vivimos un rato. En la ermita la burbuja explota como una pompa de jabón. La soledad zen es una soledad buscada.

So lonely

Thomas Oppong escribió para Medium: “Loneliness es un sentimiento de desconexión de la sociedad. Es perfectamente normal sentirse solo después de perder a alguien querido. Pero si te sentís solo durante meses, o años, algo no está bien. Un indicativo de que tu loneliness se fue de control es que estás siempre solo.”

Porque las personas que sienten loneliness a menudo se apartan. Entrar en contacto con otro les dispara una ansiedad que prefieren no sentir. La misma nota cita un estudio de la Universidad de Chicago de 2016 que establece una relación entre las personas solitarias y su tendencia a la hipervigilancia de lo social (el clásico que no hace nada pero se pasa horas estudiando la vida de todos en redes). El mundo exterior a uno es percibido como una amenaza, lo que a su vez aumenta el aislamiento. Al final se vuelve un círculo difícil de romper: me auto-percibo incapaz, solo sospecho de los demás y cada vez estoy más solo. Y ahí es cuando la soledad duele.

El grupo de correr

Hay que salir del agujero interior. Abrirse paso a como sea. Porque la soledad se alimenta a sí misma: cuanto más atención te das, cuanto más tiempo pasas mirándote el ombligo, más lejos queda la posibilidad de relacionarte con otros.

Se puede empezar por registrar cuánto te cuesta escuchar. El solitario está acostumbrado a dialogar consigo mismo, y la misma mecánica queda en evidencia en una simple conversación telefónica, por ejemplo. Preguntarle al otro como está, darle tiempo para expresarse, escucharlo, responder desde vos (no desde el otro): puede parecer menor, pero es un ejercicio efectivo.

Buscar un grupo donde te sientas anónimo pero con el cual se comparte un interés es otra buena idea. El grupo de correr, por ejemplo. Es un buen lugar para que las relaciones surjan sin demasiado esfuerzo, porque están justificadas por algo más, ajeno a uno.

Esforzarse. Mostrarse amable, solicitar amistades nuevas, contestar el teléfono cuando entra una llamada, no clavar el visto, derrochar likes, aceptar una invitación, para variar… No es una receta mágica, es apenas una actitud de apertura. Aunque todo esto puede fallar y, en ese caso, todavía quedan los profesionales (y sus divanes, por si no querés mirar a nadie a los ojos).

Para contactarse con la Ermita de Paja: www.zazen.com.ar.