Sesgo negativo

La mitad vacía.

¿Por qué, cuando tenemos que tomar una decisión, sopesamos más sus consecuencias negativas que los positivas? ¿Por qué una crítica nos afecta más que un elogio? ¿Por qué, cuando tenemos que juzgar a una persona, aunque sus rasgos favorables sean igual de intensos que sus defectos, lo negativo pesará más en la impresión final? ¿Por qué recordamos aquel almuerzo -aunque fue un día hermoso y todos la pasaron genial- por esa crítica aislada que le hicieron a nuestro postre?

Se llama sesgo negativo a nuestra tendencia a registrar (y preferir) los estímulos negativos que los positivos. Es una predisposición psicológica que nos lleva a responder con más eficacia a lo que sale mal que a lo que sale bien y que algunos especialistas vinculan con nuestros instintos de supervivencia más primarios. 

“Las emociones negativas estimulan la amígdala, esa glándula con forma de almendra que tenemos en la cabeza y que apodan la alarma del cerebro. Según el doctor Rick Hansen, fundador del Instituto Wellspring de Neurociencias, la amígadala emplea dos tercios de sus neuronas en captar malas noticias. Una vez que la alarma se activa, los eventos y las experiencias negativas se almacenan rápidamente en la memoria, a diferencia de las positivas, que demandan más segundos de tiempo para pasar de la memoria corta al almacenamiento a largo plazo”, dice Psycom. Y agrega: “No solo lo negativo se imprime más rápido sino también permanece por más tiempo.”

De Freud a las neurociencias

En El malestar en la cultura, Sigmund Freud dice que los hombres “aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. […] Quien fija el objetivo vital es simplemente el programa del principio del placer […] un programa ni siquiera realizable, pues todo el orden del universo se le opone, y hasta podríamos afirmar que el plan de la «Creación» no incluye el propósito de que el hombre sea «feliz». Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad, surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión, y de acuerdo con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de una situación anhelada por el principio del placer sólo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino del contraste, pero sólo en muy escasa medida de lo estable. Así, nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio, nos es mucho menos difícil experimentar la desgracia.”

“A un nivel psicológico muy básico, la evidencia indica que el reforzamiento negativo -en oposición al reforzamiento positivo- acelera los aprendizajes tanto en humanos como en animales. Se cree que los estímulos negativos transportan mayor contenido informativo que los positivos, y por eso requieren de mayor atención y más esfuerzo en el procesamiento cognitivo. Los adultos pasan más tiempo observando lo negativo que lo positivo, y perciben los estimulos negativos como más complejos y sus representaciones cognitivas son consecuentemente más complicadas”, dice el artículo Not all emotions are created equal: The negativity bias in social-emotional development publicado en la National Library of Medicine. 

Este mismo estudio intenta rastrear en qué momento del desarrollo cognitivo se registra la aparición del sesgo negativo: si es innanto o adquirido en la cultura. “Las investigaciones muestran la evidencia del sesgo negativo en los recuerdos más tempranos de los niños. Una exploración longitudinal encontró que, cuando las niñas de entre 1 año y medio y 2 años y medio de edad hablan con sus madres sobre eventos pasados, mencionan principalmente los negativos, especialmente aquellos que involucraron algún daño físico, como un golpe o una caída. Otro estudio encontró que los niños que pasaron por alguna intervención quirúrgica invasiva son capaces de contar con más detalles el procedimiento que aquellos que simplemente fueron al médico para una visita de control.”

Pesimismo vs. sesgo negativo

El pesimismo se constituye de sesgo negativo, pero es algo más que una respuesta biológica al peligro. Un pesimista es un individuo que vive constantemente en un estado emocional negativo, y en esto pueden confluir otros trastornos del ánimo. Entre ellos, un cierto afán de control, porque cuando las cosas terminan saliendo mal (una opción tan posible como que salgan bien), el pesimista es aquel que dice: “Te lo dije”.

Puede sonar ingenuo decir que el sesgo negativo se neutraliza con sesgo positivo, pero es cierto. Hay que oponerle bueno a lo malo, tal vez forzarlo un poco (como cuando hacemos ejercicios de musculatura en el gimnasio), pero funciona. 

Tony Schwartz, un periodista de The New York Times, cuenta que un día estaba sentado trabajando en su escritorio cuando una sucesión de pensamientos negativos se agolparon en su cabeza. 

“En lugar de dejarme llevar por ellos, decidí interrumpir la maquinola horrilble. Por muy empalagoso que parezca, me puse a escribir todo aquello por lo que me sentía agradecido en ese momento. Al cabo de un par de minutos, no sólo me sentía notablemente mejor sino también mucho más capaz de concentrarme en la tarea que tenía entre manos. Es un concepto simple: construimos nuestra realidad interna –nuestra experiencia del mundo– en gran parte según dónde ponemos nuestra atención. Más a menudo de lo que creemos, somos capaces de intervenir en ella de forma consciente e intencional. Hacerlo influye no sólo en cómo nos sentimos sino también en cómo nos desempeñamos, individual y colectivamente. Resulta que cultivar emociones positivas como la alegría, la satisfacción, el interés, el orgullo y el amor produce enormes dividendos.”

“He aquí la paradoja: cuanto más puedas centrar tu atención en lo que te hace sentir bien, más capaz serás de gestionar lo que te hace sentir mal. Las emociones son contagiosas, para bien o para mal. Es tu elección.”