Viceversa

Madres e hijos.

“Si hay algo seguro en este apestoso basurero que es el mundo, es el amor de una madre. La única cosa verdadera en la vida.”

James Joyce, Ulises

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“Hace un par de días, mi hijo mayor cumplió diecisiete años, lo tuve con veintisiete. No creo que estuviese viva sin mis hijos. No es solo que la vida sin ellos, una vez que les he conocido y criado, no me interesaría en absoluto. Es que si no los hubiese tenido no creo que estuviera viva.
No creo que hubiese sido capaz de hacer ninguna de las cosas que he hecho. No creo que hubiese sido capaz de abandonar la infancia. No creo que hubiese podido aceptar ninguna de las muertes en el camino. No creo que hubiese aprendido jamás a hacer un huevo frito. Tampoco habría aprendido que las ventanas del calendario de adviento se abren una a una y no todas de golpe. No sabría lo que es dormir tranquila, incluso cuando la vida alrededor no va bien, solo por que sé que mis hijos están soñando dulcemente (o no tan dulcemente) en sus camas. No sabría lo que es la paz. No habría escrito ni una línea. No recordaría ninguna tabla de multiplicar. No habría entendido que el amor solo sirve para despilfarrarlo, como el dinero.
Los libros no estarían en las estanterías más o menos ordenados. No tendría estanterías. No habría descubierto que soy un animal. No buscaría el gran amor, porque seguiría pensando que no existe. No habría aprendido a tener cuatro ojos o mil a veces para encontrar todo lo que les puede hacer gracia o dar placer, todo lo que les puede servir para estar más despiertos o para ser mejores personas. No sabría detectar la fiebre (y la pena, y el cansancio, y el hambre) a distancia. No habría rozado levemente ninguna frente con mis labios para ver si ardía. No sabría atar los cordones de los zapatos, ni poner una lavadora. No sería nada.
Mi madre solía decirme, medio en broma, medio en serio (la maternidad no fue nunca para ella la obviedad que es para mí, nunca le gustaron tanto los niños): “Milena, ¿no podrías intentar disimular un poco para que no se notase tanto que lo único que te importa en este mundo son tus hijos?”
Me importarían un pito los eclipses de sol y los de la luna, y el fútbol, y la extinción de las especies. No habría aprendido a ser feliz siendo siempre la segunda o la tercera. No habría salido del presente y de la nostalgia del pasado. No habría entendido la naturaleza del amor que sentí por mi madre. No habría velado el sueño de nadie, solo habría querido que velasen el mío. No habría aceptado jamás que mi vida dependiese de la de otro ser humano. No habría entendido que casi nunca pasa nada y que nada es demasiado importante, pero que en las cosas que lo son nos va la vida. No sabría que soy rica a pesar de sentirme tan a menudo arruinada.”

Milena Busquets, Cumpleaños

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“Mochila en mano, ella sale de su casa temprano en la mañana
Dice adiós con una sonrisa distraída
La miro ir con esa tristeza que conozco bien
Y tengo que sentarme un rato para recuperarme.
La sensación de que la estoy perdiendo para siempre
Y sin llegar a entrar en su mundo
Me alegro cada vez que puedo compartir su risa
Esa niña divertida
Deslizándose a través de mis dedos todo el tiempo.
Trato de captar cada minuto
El sentimiento dentro
Deslizándose a través de mis dedos todo el tiempo
¿Realmente capto lo que está en su mente?
Cada vez pienso que estoy cerca de saberlo
Ella sigue creciendo
Deslizándose a través de mis dedos todo el tiempo
A veces desearía poder congelar la imagen
Y salvarla de los trucos extraños que hace el tiempo
Deslizándose a través de mis dedos
Deslizándose a través de mis dedos todo el tiempo.”

Abba, Slipping through my fingers

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“Cuando pensamos en adoptar un bebé, o en tener hijos, ponemos todo el énfasis en el aspecto de la bendición. Omitimos el instante del escalofrío repentino, del qué pasaría sí, de la caída libre hacia el fracaso. ¿Y si no consigo cuidar bien a este bebé? ¿Y si este bebé no me quiere nunca? Y lo peor de todo, tan peor que resulta impensable, aunque yo sí lo pensé, es lo que se cruza por la cabeza de cualquiera que estuvo alguna vez esperando para llevarse a un bebé a casa: ¿y si soy yo quien no llega a quererlo?”

Joan Didion, Noches azules

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“Te quiero de aquí hasta el final de aquel camino, hasta aquel río a lo lejos”, gritó la pequeña liebre. “¡Y yo te quiero más allá del río y de las lejanas colinas!”, dijo la liebre grande. “¡Qué lejos!”, pensó la liebre pequeña color de avellana. Tenía tanto sueño que no podía pensar más. Entonces miró por encima de los arbustos, hacia la enorme oscuridad de la noche. Nada podía estar más lejos que el cielo. “Te quiero de aquí a la luna”, dijo, y cerró los ojos. “Eso está muy lejos”, dijo la liebre grande. “Eso está lejísimos.” La gran liebre color de avellana acostó a la liebre pequeña en una cama de hojas. Se quedó a su lado y le dio un beso de buenas noches. Luego se acercó aún más y le susurró con una sonrisa: “Y yo te quiero de aquí a la luna… ida y vuelta.”

Sam McBratney, Adivina cuánto te quiero

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“Cuando no sabía
aún que yo vivía en unas manos,
ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón.
Yo sentía que la noche era dulce
como una leche silenciosa. Y grande.
Mucho más grande que mi vida.
Madre:
era tus manos y la noche juntas.
Por eso aquella oscuridad me amaba.
No lo recuerdo pero está conmigo.
Donde yo existo más, en lo olvidado,
están las manos y la noche.
A veces,
cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra
y ya no puedo más y está vacío
el mundo, alguna vez, sube el olvido
aún al corazón.
Y me arrodillo
a respirar sobre tus manos.
Bajo
y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;
y tus manos son grandes; y la noche
viene otra vez, viene otra vez.
Descanso
de ser hombre, descanso de ser hombre.”

Antonio Gamoneda, “Caigo sobre unas manos”

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